✵ Capítulo dos

32 7 26
                                    

1

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

1. Deseo número uno de Samantha Willows; hacerme amiga de todos los vecinos de mi nuevo vecindario. (Claramente no sale como yo espero)

▬▬▬▬▬▬Tenía nueve años cuando la conocí.

Y la quería matar de solo verla.

Ya se que es un poco extremo y que solo la vi por primera vez, pero ustedes me entenderán después.

Recuerdo que mi madre se encontraba hermosa ese día. Era cuatro se julio, las calles estaban abarrotadas de niños jugando de aquí allá. De mis amigos utilizando sus bicicletas y patines.

Recuerdo que mi mamá me había comprado mi primer patineta, era negra y roja. Amaba la combinación que hacían esos dos colores. Se sentía muy especial, puesto que ese fue el mejor regalo que alguien me había dado. Y lo adoraba.

Estaba patinando en la calle, mi mamá y Cristel estaban sirviendo limonada a los vecinos. La alegría inundaba la cuadra esperando por los fuegos artificiales.

A mi me gustaba como en estos eventos, el vecindario entero, se unía para celebrar. Ya fuera navidad, año nuevo, pascuas, o cualquier fecha importante para nosotros era celebrada en grande por toda la cuadra. Cada casa se dividía una tarea. Ese día a los Adams le había tocado las bebidas.

-¡Ax! -escuché el grito de mi madre. Me volví para verle, ella llevaba un vestido blanco floreado de margaritas, corto por el calor que empezaba a hacer para estas fechas. Su cabello negro estaba recogido en una coleta desordenada, pero igual se veía preciosa. Sus ojos azules brillaban encantados-. Ven, descansa un rato, toma limonada.

Decidí cumplir su deseo. Corrí hacia la mesa junto a los demás chicos del vecindario. Para ese entonces todos seguíamos siendo amigos. Ahora algunos habían empezado la universidad, otros habían escapado de casa y los que quedábamos estábamos demasiados metidos en la adolescencia y vida semiadulta como para hablar.

Entonces apareció. En una camioneta blanca que se veía bastante costosa, bajo con sus pulcros zapatos blanco y después se mostró la nueva vecina. Teníamos la misma edad, recuerdo que llevaba un vestido rosa opaco, su largo cabello castaño caía sobre sus hombros y terminaba en bucles al final de cada mechón y su cara angelical solo me dijo claramente que tenía un demonio frente a mi.

—¡Lorena! —exclamó mi madre, dejándome sorprendido al saber que conocía a la mujer que bajo de la camioneta. Se parecía mucho a su hija, cabello igual de rojizo y ojos mieles, aunque su piel era un poco más oscura y, a diferencia de la niña la cual tenía algunas pecas, ella no tenía ninguna—. Cuanto tiempo ha pasado.

—Y que lo digas, Marcie —dijo la mujer con una sonrisa—. Y que lo digas. Pero ven acá, dame un abrazo.

Mi madre no tardó en hacerlo. Las mujeres se abrazaron con fuerza y los dos hombres se estrecharon la mano. Cristel y yo compartimos miradas sin entender mucho. Mi hermana, a pesar de tener doce años para ese entonces, parecía no entender absolutamente nada de lo que pasaba.

𝐑𝐄𝐂𝐔𝐄𝐑𝐃𝐀 𝐋𝐎 𝐐𝐔𝐄 𝐕𝐈𝐕𝐈𝐌𝐎𝐒 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora