Prólogo.

6.6K 443 24
                                    

Mi abuela sentía una debilidad por Valentina, siempre le consentía y le regalaba dulces a escondida de mi madre. Ella creía que a le faltaba cariño, pero la verdad es que no. Incluso mis padres querían más a Valentina que a mí. Era una niña demasiada consentida para ser la hija de la niñera.

Mis hermanas estaban encantadas cuando ella llegó, escondida detrás de la falda de su madre con la nariz roja y los ojos hinchados de tanto llorar. Yo sabía que su presencia significaba problemas.

El día que entró a nuestras vidas fue como un nuevo nacimiento, todos se preocupaban por ella: si tenía hambre, la cocinara le preparada comida lo antes posible; si quería jugar, mis hermanas se turnaban para entretenerla; todo lo que ella deseara estaba antes sus ojos en cinco segundo. Y a mí me dejaron de lado, abandonada entre las sonrisas que le dedicaban a ella.

Fue la infancia más aburrida que se pudiera imaginar. A pesar de que la madre de Valentina estaba allí para cuidarnos, su hija era protagonista. Era tierna, adorable, amable, cariñosa, risueña y un montón de bobadas más que pensaba la gente acerca de ella. Valentina se había robado mi lugar en la familia y lo peor es que a nadie le importaba.

Por eso la odiaba.

Era estúpido, decían mis amigos, ya que a mí nunca me faltó nada material. Pero lo que yo anhelaba era amor, sentirme especial para mi familia y no ser alguien invisible. Sin embargo, era difícil destacar: mi hermana mayor, Lena, estaba estudiando economía para ayudar a papá en el trabajo, y Claudia, mi hermana menor, era tan dulce como el azúcar y la niña más sociable que haya conocido en mi vida.

En cambio, yo era la que sacaba calificaciones promedio, la que no ganaba ningún tipo de premio en la feria de ciencias, la que no ganaba ningún tipo de premio por méritos propios.

Simplemente nada.

Con los años, llegué a creer que esa era una de las razones por las que mis padres trataban a Valentina como su propia hija.

Cuando ella cumplió 16 le hicieron una fiesta, arrendaron un local e invitaron a los amigos de Valentina y a los de mi familia. Fue espectacular, hubo fuegos artificiales y mis padres le regalaron un auto para cuando cumpliera 18 y sacara su licencia de conducir.

Cuando yo cumplí 16, tres meses después del cumpleaños de Valentina, me regañaron por reprobar matemáticas y me inscribieron en una escuela de verano donde sufrí dos meses con chicos que no paraban de calcular nada. Lo único bueno de ese verano fue que conocí a Clay Callaghan y Jazmín del Río, los únicos que también fueron obligados a ir a esa escuela por reprobar.

Pero todo se complicó cuando Valentina celebró su cumpleaños número 18 y mis padres decidieron hacer algo más íntimo.

Fue una pequeña reunión entre mi familia y la de ella. Su madre seguía trabajando para nosotros, Claudia tenía 14 años y mi madre la consideraba todavía una niña. La hermana de Valentina, Eva, viajó desde Los Ángeles hasta Londres para esa fecha. Ella a diferencia de su hermana, me agradaba.

Mi abuela había ordenado hacer un pastel gigante de crema y chocolate, decoraron la casa con flores y mis padres le susurraban cosas a Lena con aspecto sospechoso.

En la noche, después de la cena especial que hicieron para Valentina, mis padres se pusieron de pie y levantaron sus copas para hacer un brindis. Dieron un discurso aburrido de lo mucho que la querían y que era considerada como uno más de la familia Valdés.

Entonces la abuela comenzó a soltar lágrimas de felicidad, Lena no paraba de sonreír y mis padres se miraban entre sí como a punto de revelar un secreto.

Pero lo que dijeron fue más que un secreto, fue mi condena.

—Y por todo el cariño que te tenemos, Valentina —dijo mi padre, radiante con su traje negro que fue especialmente hecho para la ocasión —queremos que formes oficialmente parte de esta familia. Así que este es nuestro regalo de cumpleaños, la mano de nuestra querida hija Juliana.

Marry me | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora