Capitulo 22.

681 85 17
                                    

Evan despertó más temprano de lo usual, y se dedicaba a mirar a Sienna Volkova dormir con un semblante intranquilo. Sus largas pestañas descansaban sobre sus pálidas mejillas, Y todavía parecían tener restos de las lágrimas derramadas la noche anterior, pese a que había dormido la noche entera, las ojeras oscuras resaltaban en su rostro de porcelana. La preocupación por el estado crítico de Sienna comenzaba a invadirlo, lo que había visto ayer estaba lejos de considerarse normal, incluso en ese momento de tranquilidad la situación seguía resultando desconcertante, nunca sucedía que ella estuviese tan agotada como para caer dormida en el suelo del armario sin siquiera quitarse el uniforme; y es que no era para menos.

Después de haber presenciado su estado de cansancio extremo, y sus lastimados pies, comenzaba a pensar que aquellos entrenamientos a los que se sometía, estaban lejos de ser considerados dentro de la normalidad del deporte. Se atrevería a asegurar que no eran más que torturas consensuadas por la misma Sienna, pues él no recordaba haber visto a Rafaella o Sienna en el mismo estado que su rubia, y se prometió a sí mismo hablar con la chica de ascendencia italiana, de alguna forma debía empezar a conocer la realidad del panorama, y tenía claro que no sería por medio de Sienna.

La alarma se escuchó por la habitación sobresaltando a la rubia que tenía abrazada por la espalda, se apresuró a apagarla para volver a recostarse en su lugar. Sienna, sin embargo, decidió voltearse para hacerse un ovillo en su costado, colocando su frente en su pecho y encontrando el consuelo en su brazo rodeando su cintura estrecha. Aunque estaba enojado, se había prometido a sí mismo nunca dejar que ese sentimiento lo moviese en su actuar, al menos no con Sienna. Por lo que dejó un beso sobre su frente siguiendo con la rutina de normalidad que tanto necesitaba ahora, levantándose de la cama para comenzar a arreglarse. Pero ella no se levantó de la cama como todos los días, se quedó en medio de las sábanas con la mirada perdida en la nada. Evan pensó que aun teniéndola tan cerca la sentía demasiado lejos.

— Alya , ¿Iras al instituto? —. Ella no había hecho más que mirar a la nada mientras él se arreglaba para el instituto.

—No lo sé —. Su voz fue apenas un susurro.

— Debemos salir en veinte minutos —. Suspiro para finalmente acercarse a la cama y acariciar sus cabellos rubios—. Será peor si te quedas en casa, Volkova. Ve a ducharte, yo prepararé tu ropa.

Sienn le tomó unos cuantos minutos de reflexión para finalmente sentarse mirándolo fijamente, antes de inclinarse para dejar un beso lento en sus labios, apenas tocandolos, separándose solo por la falta de aire. Posó su frente en el cuello del pelinegro, escondiendo la cabeza en el lugar mientras cerraba sus ojos acuosos.

— Sé lo que piensas —. Musito nerviosa.— Se que piensas que me estoy autodestruyendo, y quizás tengas razón al pensarlo. Pero sé que puedo manejarlo.

— No tienes que hacerlo, Sienna.— Dejo que sus brazos la rodearan — Nadie va a juzgarte si decidieses retirarte, no tienes que hacer algo que te lastima constantemente.

— Pero quiero hacerlo. Necesito hacerlo —. Su mano apretó su camisa, como si necesitase mantenerse en la realidad —. Es solo que... estoy tan agotada.

— No sé hasta donde puedas soportar la presión sin romperte —. La obligó a levantar su cabeza para dejar un beso en su frente —. Y no estoy seguro de querer ver lo que resulte de ello.

— Y yo estoy segura de que no quiero que te quedes a verlo —. Sienna lo miró con los ojos cristalizados y conteniendo el aliento —. Prométeme que no te quedaras cuando me quiebre. Promete que te irás en el momento en el que todo empiece a sentirse mal. Necesito que lo hagas, Camphell.

— ¿Por qué me pides esto, Volkova?—. Pregunto desconcertado por la repentina petición.

— Porque no sé si podré soportar saber que te rompí de nuevo, vivir sabiendo que el desastre que soy te ha tocado y dañado. Estoy segura de poder levantarme de casi cualquier cosa, menos esa —. Su voz sincera y sensata lo lastimó, porque ella estaba resignada a lo que terminaría por suceder, y parecía estar tomando el camino directo a ello —. Así que necesito que me prometas que te iras en el momento sea necesario que lo hagas, porque se que de los dos eres el único que podrá saber cuándo ponerle un alto. Que no vas a estar aquí para ver lo que queda de mí. No sería justo, ni sano. Para ninguno de los dos.

SIETE AÑOS DE ODIO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora