Capitulo 37. (final)

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No volvió al instituto, porque ciertamente apenas podía levantarse de la cama donde llevaba acostada desde que su tía la trajo de vuelta a casa. Ese había sido su primer golpe de realidad después de que él la dejase, ver a su tía Kathryn abrazándola, después de que sus piernas cedieran en su peso, mientras ella sollozaba en su pecho.  No hizo falta que ella hiciera preguntas, o que Sienna diese respuestas, pues sabía muy bien la razón del dolor, o una parte de él, lo había visto todo.

Ese viernes se sentía más amargo que otros, pues no sólo sería la graduación con la que tanto había soñado, era noviembre veintidós, su cumpleaños.  Aunque ciertamente, no sentía nada por lo que tuviese que celebrar. Esta vez no se había cerrado a todos, pues tras  todo ese movido año, aprendió que alejar a todos lo que amaba, solo la alejaba del problema. No podía permitírselo, porque sabía que él ya no estaría ahí para irrumpir en su silencio.

Él, era así como se refería al chico que le enseñó lo que era amar de una forma romántica y quien también le rompió el corazón. A eso se reducía todos, porque ya no era capaz de nombrarlo, ni siquiera en su mente, porque dolía,  la herida escocia en su pecho como si en realidad estuviera destrozado en pedazos.

Se levantó de la cama, temblorosa por la decisión que había tomado el día anterior, ya no tenía sentido negar nada, porque ya no encontraba razones para quedarse. Tocó con cautela en la puerta de su madre, quien estaba recostada en su gran cama.

— ¿Puedo pasar?

— Por supuesto, Milenka. — ante la afirmativa, entre en la habitación, dejándose caer en la cama con su madre, como no hacía hace tiempo.

— Hace unos días que no duermo muy bien, me acostumbre a sentir sus brazos al dormir. — mencionó como si nada.

— Los primeros días, al dejar ir a tu padre tampoco pude dormir muy bien, solía colarme a tu cuarto para dormir una shoras, solo para no sentirme sola. — confesó con una sonrisa —. No me molestaría si te cobraras el favor ahora.

— Se que tienes muchas preguntas, y quisiera decirte que lamento haberte escondido tanto, pero estaría mintiendo, porque la realidad es que me gustaría que nadie lo supiese. — Sollozo abrazándose a sí misma.

— No tienes que obligarte a responderme nada, yo nunca te obligaría a hacerlo, milenka.

— Quiero que lo sepas, solo tú podrías entender lo mucho que duele. — era cierto, al enterarse de aquel video, había sentido el dolor de su hija en carne propia.

— ¿Por qué no dejaste que te ayudará? —. Esa era su única pregunta, el resto no le correspondía saberlo.

— Porque tuve miedo, no quería que me juzgaras. — confesó por fin después de muchos años de silencio —. Se que fue un error, y que quizás nunca fue el momento adecuado. Pero no pude evitar amarla, porque era nuestra, y yo siempre lo he amado,  y eso fue suficiente para quererla, aun cuando sé que no era nada.

— A Veces la nada puede serlo todo, milenka. — Se inclinó para abrazarla.  — Habrías sido la mejor madre, estoy segura de eso. Por supuesto que me hubiera enojado en un inicio, pero conmigo misma, porque ustedes solo eran niños, y  la situación se les fue de las manos.

— Nunca podré saber si habría sido una buena madre, ahora. — Nastia dejó que continuase hablando —. Pérdidas tan agresivas como esas dejan demasiadas secuelas, y las posibilidades de que me vuelva a quedar embarazada son muy bajas.

— Sabes, lo importante de saber esas cosas, es que nos permiten saber en qué punto estamos, así sabremos cuánto hay que trabajar.  Estaremos juntas al momento de afrontar lo que te sucede, mi pequeña. — la apretó contra sí.

SIETE AÑOS DE ODIO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora