1: El tropiezo

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La biblioteca se encontraba casi vacía. Pocas personas estaban leyendo o trabajando en sus proyectos escolares en un absoluto silencio, una rutina que se repetía cada día.

Matías se hallaba buscando títulos literarios en internet cuando unos libros golpeando la mesa del mostrador lo despertó de su actividad.

-Ordena estos libros en el sector "misterio", Matías-exclama Marcela alejándose del mostrador, pero Matías la detiene.

-¿Dónde queda el sector "misterio"?

-Oh, sí, te explico. Caminas derecho hasta el tercer estante, luego giras a la izquierda para...¡deja de hacerte el tonto Matías y ve a hacer tu trabajo!- susurra gritando y se aleja esta vez.

Matías, portando una sonrisa, agarra los libros y se dirige caminando al quinto estante del lado izquierdo denominado sector "misterio". Adoraba molestar a Marcela. Trabajaba allí desde hacía cuatro años y ya conocía de rincón a rincón la biblioteca, sin embargo, le parecía simpático hacerse el que no sabía para fastidiarla.

Estaba ordenando los libros entre sus manos cuando de repente, un tropiezo con alguien lo impidió continuar. Chocaron fuertemente, causando que el cuerpo de la chica tambalee por el impacto y Matías, con su mano libre, la sostiene de la cintura antes de que caiga.

Se miraron por unos segundos como si fuera cámara lenta. Él admiraba sus ojos verdes manzana ocultos tras unos lentes y ella hacía un recorrido de los ojos castaños del muchacho a sus labios rosados entreabiertos. Mientras, los latidos de ambos corazones palpitaban a gran velocidad.

Se recompusieron volviendo a sus posiciones verticales pero sin dejarse de mirar en ningún momento. La chica escondió un mechón rebelde de su cabello tras la oreja y se sonrojó al emitir una tímida sonrisa. Matías sólo acomodó los libros en su pecho y recogió del suelo el que se le cayó a la chica.

-G-gracias.-murmuró.

Matías la observó. La notaba tan bella ante sus ojos, por más que lucía un desaliñado rodete con mechones sueltos, un rostro sonrojado y una sudadera vieja; igual la veía hermosa.

Abrió la boca para preguntarle su nombre pero ella desapareció de su visión, yendo hacia la salida. Él la miró embobado, embelesado por aquella chica que nunca notó y que el destino se encargó de cruzarlos.

Su cerebro le recordó lo que debía hacer y él retomó su camino, permitiéndose memorizar a aquella chica lectora.

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