"¿Alguna vez te has sentido completamente solo en un lugar repleto de gente? "

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— Abre la puerta

Mientras los nudillos apretados del boxeador van por su noveno golpe sobre la madera rígida, Oliver sigue hecho un ovillo pegado a la esquina más alejada de la puerta que hay en el baño. Su piel está cubierta por una fina capa de sudor, sus manos pican, las plantas de los pies y el paladar también, pero ahí no puede rascarse.

Gruñidos. Amenazas. Dolor. Dedos. Cuello. Apretón. Lágrimas.

El cuerpo del omega tiembla como si estuviera a varios grados bajo cero en el polo norte. Su cuerpo pequeño ya no sabe cómo aplastarse más contra los azulejos del pequeño cuarto y está empezando a costarle respirar. Se siente como un venado enjaulado, sin escapatoria, siendo acechado por un lobo que le espera impaciente frente a la puerta de su matadero.

¿Dónde están los de seguridad en estos momentos? Él ni siquiera debería estar en esta planta.

— Escucha— Eros dice mirando fijamente la madera blanca que lo separa del omega— Es cierto que ayer fui algo duro contigo...— empieza a confesar

Es cierto que si quisiera, podría haber tirado la entrada abajo de un empujón, pero de alguna manera está seguro de que hacer eso solo serviría para montar un espectáculo y asustar todavía más al chico, así que se arma de paciencia y sigue hablando con tono neutro:

— Si sales, podremos hablar civilizadamente... Como Noruegos

Es gracioso que lo mencione, la verdad es que ni siquiera recuerda la última vez que se comportó de forma educada con alguien. Puede que con alguna chica para convencerla de que se costaran. Vaya. Ahora que lo piensa, esa jodida debía estar realmente buena para que la hablara de forma amable. Malditamente buena. Seguro que era italiana. O sueca.

— Vamos, joder...— aprieta la mandíbula. No piensa disculparse delante de un puto trozo de madera— No debí llamarte enano navideño, ¿de acuerdo?, tampoco debí agarrarte del cuello. Lo admito, fue demasiado, ¿contento?— escupe de mala gana, sin ganas de rebajarse

Pero sabe que sus palabras no están haciendo ningún efecto cuando acerca la nariz y huele el miedo puro en las feromonas del omega. Se revuelve el pelo impaciente, finalmente echándoselo hacia atrás con los dedos. No tiene ni idea de cómo pedir una maldita disculpa, y esa bola de nieve diminuta ni si quiera se lo está poniendo fácil. Nada fácil.

— No voy a hacerte daño, si quieres, le puedo decir a Jared que venga, ¿eso te ayudaría?— espera ansioso la respuesta, con la oreja pegada a la puerta

Pero no hay ninguna.

Al otro lado lado, Oliver ya ha entrado en pánico y está haciendo un poder mayor por controlar su respiración mientras se rasca compulsivamente el cuello. Le cuesta ver. Tose con la boca tapada con su brazo para que el alfa no le oiga, su cabeza no hace más que recordar lo que pasó con él el día anterior y la luz le está empezando a hacer daño en los ojos. Duele. Duele. Duele. Pero aún puede sentir sus manos apretándolo, estrujándolo.

Apaga la luz. Pero vuelve a encenderla. Cuando se queda a oscuras mientras tiene un ataque de esos, siempre ve sus ojos. Grandes. Afilados. Crueles y rabiosos. Empieza a recordar. Los pulmones se le contraen, el estómago le aprieta. Vomita. Hace calor y frío a la vez. Algo no se siente bien dentro de él. Su tráquea escuece.

Al menos ha dejado de oír su voz. Parece que el boxeador se ha ido. ¿Se habrá cansado realmente? Hace un esfuerzo inhumano por levantarse agarrándose del picaporte y usándolo como apoyo para levantarse. Sus piernas están entumecidas y el corazón le late en la cabeza. La piel del cuello sigue picando, pero está seguro de que ahora sangra por el empeño con la que se lo ha rascado antes. Bien. Genial. Más marcas. Más problemas.

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