Séptima parte

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Subió lentamente. Quizá hubiese algo al final de las escaleras. No deseaba hacer ningún ruido.

Aunque el guardia no la hubiese dicho nada, era posible que ahora sí que lo hiciera. Aún no sabía qué iba a encontrar, pero a medida que se acercaba a la siguiente planta, se sentía con más fuerzas de afrontar lo que viniera a continuación.

Cuando por fin llegó, se encontró frente a un pasillo, largo y oscuro, en el cual sólo había una puerta al final del todo. Caminó tranquila pero con decisión.

La puerta estaba entre abierta, como si alguien acabase de pasar por allí, o como si la estuviesen esperando. O, por qué no, como si alguien se hubiese olvidado de cerrar la puerta al salir.

Al abrir encontró a una anciana sentada en mitad de la sala. Vestía completamente de blanco. Una luz le enfocaba desde el techo.

No había nada ni nadie más en la habitación. La mujer sonreía y no dejaba de mirar a Helena. Efectivamente, la estaba esperando:

- Por fin te decidiste a salir a verme -dijo la anciana. Helena no compendió en absoluto lo que decía, ya que abandonar su trabajo en la rueda había sido decisión propia, y más que nada para salir de esa carcel, no para ver a una desconocida-. Supongo que estarás confundida, así que te recomiendo que tomes asiento. Mira, coge una silla y siéntate cerca de mi -la anciana señaló a una silla plegable que estaba apoyada en la pared.

Helena obedeció sin pensárselo dos veces. Aquella habitación no tenía ninguna otra puerta, por lo que aquella no era la salida que esperaba encontrar.

¿Entonces, cuál era? La pregunta rondó por la mente de Helena durante unos segundos, pero al volver a mirar el rostro sonriente de la anciana decidió hacer lo que ella le decía. Había algo en esa sonrisa que le transmitía tranquilidad. Las arrugas de su rostro no eran feas, le quedaban bien.

Se notaba que era una persona que había vivido una vida gozosa. Las curvas de su rostro lo reflejaban. Finalmente, Helena se sentó frente a ella.

- Al contrario de lo que estás pensando, esto no es ninguna clase de cárcel -dijo repentinamente la anciana.

- ¿Cómo no va a serlo? -respondió Helena tras pensárselo dos veces-. Nos estáis obligando a dar vueltas a una rueda enorme. ¿Cuánto tiempo estaremos así?

- El necesario. En realidad todo esto ha sido por y para ti, querida Helena.

- ¿Para mi? ¿Y qué sucede con Rosa y María?

- Compañeras de viaje. Cada una de vosotras tiene un camino, y, aunque se crucen, no siempre irán unidos esos caminos. Ellas están aquí por unos motivos diferentes a los tuyos.

- ¿Por qué estoy yo aquí, si puede saberse? -preguntó Helena un tanto ofendida.

- ¿Cómo llegaste aquí?

- Es lo mismo que te estoy preguntando -Helena se enfureció. La sonrisa que en un principio le calmaba ahora le intranquilizaba.

- Y yo te estoy respondiendo.

- No entiendo.

- Piensa por un momento. ¿Qué estabas haciendo antes de aparecer en esto que tú llamas “cárcel”?

- Había ido al baño...

- Antes. Qué hiciste antes de ir al baño, antes de quedarte a solas con tu madre.

Aquello puso los pelos de punta a Helena. Fuera como fuese, aquella mujer oyó lo que había contado a Rosa y María, pero no comprendía como lo había hecho.

LA RUEDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora