Epílogo

547 60 19
                                    


-¡Mordida, mordida!- Gritaban al unísono los invitados a la festejada. Detrás de ella se encontraba su esposo y cuatro hijos, dos de ellos eran cuates de cuatro años parados sobre una pequeña silla, sus hermanos mayores tenían ocho y seis respectivamente. Habían decidido celebrar su cumpleaños número cuarenta y cinco en la Villa de Escocia en ese verano porque los hijos de la familia política del matrimonio se encontraban en clase, algunos eran universitarios casi a punto de egresar y ya no podían darse el lujo de tomarse días libres, sobre todo si estaba del otro lado del atlántico.

​La escena familiar era grabado y fotografiado, así que no se pudo pasar por alto el momento en que su esposo e hijos la empujaron sobre la torta cuando estaba por morderlo. Las risas no se hicieron esperar. La duquesa de Granchester inmediatamente se colgó de su marido para besarlo y batirlo con la deliciosa crema. -No me provoques Candy, soy capaz de sacarte de la fiesta en este instante.- La lengua de la rubia recorrió sus labios seductoramente. -Mejor reservémoslo para más tarde, me gustaría recibir sus atenciones de tiempo completo.- La sonrisa ladeada de Terry no se hizo esperar. Ni uno de los dos se cansaba de tener cualquier tipo de encuentro marital, siempre había algo nuevo cuando realizaban el arte del amor.

​El matrimonio les había asentado, no había duda, desde que dieron el sí ante el altar sabían que era el inicio de sus nuevas vidas, de un camino con todo tipo de terreno, pero que, afortunadamente supieron resolver, ya habían tenido una experiencia en el pasado y les había costado la separación, pero eso no volvería a suceder mientras hubiera confianza, comunicación y amor. Tenían diez años de casados, los hijos llegaron casi uno tras otro. La alegría de ser padres por vez primera los hizo llorar, cuánto anhelaban por un hijo, así que, estando recién casados, inmediatamente le escribieron a la cigüeña. Un heredero había nacido en un día de verano en el castillo donde su padre había habitado. Dos años después nacía la niña en pleno cumpleaños del papá en la Villa de Escocia. Tuvieron que suspender la cena que Candy le había preparado. Esa bebé se había convertido en los ojos de Terry, pero, dos años más tarde, se convertirían en padres nuevamente y por partida doble, el matrimonio no le podía pedir más a la vida, una niña y un niño verían la luz del día en otoño. Fue entonces que la rubia tomó una decisión importante. Dedicarse completamente a su familia. Dejaría el trabajo hospitalario y ofrecería su servicio como voluntaria a la Cruz Roja una vez a la semana. Fue criticada cuando dejó de aparecer del escenario social. Ella solo iba por compromiso al igual que su esposo, era aburrido. Solo asistían cuando era estrictamente necesario.

​Ser duques por siempre no lo tenían pensado para toda la vida, pero el hermano menor de Terry prefirió no tomar el cargo. Salir a estudiar una maestría y doctorado al extranjero le había dado otra percepción de lo que era el mundo exterior y le había gustado. No quería la responsabilidad de estar encadenado en el Parlamento Británico y menos con ese ambiente de una guerra en puerta. Se disculpó con Terry y Joan, tomó la parte que le correspondía y cambió su residencia a Norteamérica, donde, conoció a la que sería posteriormente su esposa. A Terrence no le causó mucha gracia la decisión de su hermano, pero no le quedó de otra que quedarse con el legado de varias generaciones. -Los tiempos han cambiado amor, ya vez, estamos casados siendo desiguales, para cuando nuestros hijos crezcan será otro mundo, como la ciencia y tecnología.- Le había dicho Candy para que viera con optimismo esa responsabilidad, el cual, estaba haciendo bien, Terry promovía diversas series de reformas para el crecimiento económico y social del Reino Unido y por eso, era considerado como un personaje liberal opuesto de lo que fue su padre.

​Los niños estudiaban en Colegios de prestigio, regularmente los dos iban a dejarlos a la escuela y Candy pasaba a recogerlos, era raro que los padres de sus compañeros hicieran esa labor, los choferes y niñeras hacían ese trabajo. De una u otra forma, los niños Granchester eran supervisados por su padres y había entre ellos la confianza de platicarles sus inquietudes, además que conservaban la humildad y sencillez que caracterizaba a sus progenitores. Los niños sabían a grosso modo los orígenes de sus padres. Las veces que viajaban a América visitaban el hogar de Pony. La hermana María había dejado la dirección del orfanato. No aceptó tener los cuidados de Annie o Candy, su vida estaba ahí y ahí se quedaría hasta el final.

​El carácter de cada niño era diferente, si no era del papá, era de la mamá o ambos. El primogénito era el vivo retrato del papá, demasiado listo, inteligente, perspicaz y un buen orador cuando quería justificar sus acciones o lograr algo,  era evidente que seguiría con el ducado, mostraba interés en las leyes, política y economía. La mediana, con ojos azules, tenía rasgos de Candy y la abuela materna, sobre todo, el lunar y las pecas, sus finos rasgos indicaba que sería muy bella de grande, quizá por ello era por lo que Terry la tenía en cierta forma consentida, era la fusión de las dos personas que más amaba, en ocasiones era caprichosa pero no dejaba de lado su nobleza, comprendía cuando no podía tener lo que quería a pesar de que sus padres podían proporcionárselo. Los cuates, de piel blanca, cabello castaño y ojos verdes, eran un par de torbellinos, traviesos y organizados, se llevaban bien. Terry y Candy solían preguntarse de donde sacaban tanta energía e ideas para sus travesuras, ellos nunca estaban quietos, es por ello por lo que siempre los mantenían ocupados con alguna actividad artística y deportiva en casa. El carácter alegre y espontáneo de ambos niños era parecido, estaban conectados emocionalmente. Como hermanos, solían enojarse o discutir, pero habían aprendido a mediar situaciones y resolver diferencias. A pesar de las ocupaciones de sus padres, sobre todo, el de Terry, siempre había tiempo para ellos, no se iban a dormir sin su beso de buenas noches, o de los buenos días. Para los Granchester como para los Ardlay y Conrwell, primero era la familia.

​Diez años había pasado, para todos ellos les había llegado la madurez, pero aun así no habían perdido presencia, porte, personalidad y belleza, incluso la señorita Baker se veía conservada para la edad que tenía. Ella vivía con los Granchester hacía cinco años atrás, se había ofrecido en cuidar el embarazo de Candy y de sus nietos. Esos pequeños eran su adoración, sobre todo, los cuates, quizás porque los vio nacer y crecer.

​La música se detuvo abruptamente, la cámara comenzó a filmar, el fotógrafo esperaba tomar la mejor toma de lo que en unos segundos iba a suceder. Candy se percató de que algo estaba pasando, tanto sus amigos como sobrinos e hijos los rodearon. Terry la besó para llamar su atención. Un deja vu se hizo presente. El duque de Granchester se arrodilló ante la duquesa, le dio un beso en el dorso de su mano y le dijo mirándola a los ojos: -Candy, te amo, te amo, te amo, no me cansaré de repetírtelo, cásate conmigo otra vez.- Cómo en la primera ocasión, la rubia no pudo evitar el llanto, se agachó para estar a la altura de él y sin quitarle la mirada le contestó: -Te amo Terry, te amo, te amo, tampoco me cansaré de decírtelo, eres toda mi vida. El castaño le coloco el anillo, le ayudó a levantarse. Compartieron un beso y con voz seductora le susurró al oído: -Tienes dos horas para estar lista-             -¡Oh, Terry! Ya lo tenías planeado. Me haces muy feliz- -Todavía falta lo mejor esta noche mi pequeña pecosa.- Candy se sonrojó ante el comentario. Con un rápido beso en los labios le dijo antes de retirarse con sus amigas y Joan. -En ese caso, mi estimado caballero, esta noche tendremos mucho qué celebrar.- 

FIN​

Gracias por Leer 😘

Te Amo, Te Amo, Te AmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora