I. Eʅ Nαƈιɱιҽɳƚσ

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La madre de Claudia, era de esas mujeres a las que se les llamaba de cascos ligeros.

Creía que sí se embarazaba de un hombre, esto lo mantendría atado a ella, así nacieron sus hijos, todos de diferentes padres y todos ausentes.

Aún con esto, tampoco tenían estabilidad económica, se mudaban de estado a estado y cada vez qué se instalaban en un lugar tarde o temprano siempre acontecía algo que los obligaban a marcharse.

Sí les hablara de sus familiares tampoco es que tengan mucha relevancia ni información, al parecer siempre reinaba el caos cada vez qué esa familia llegaba.

Imelda, juntos a sus cinco hijos, partieron aquel Octubre de inviernos a la coyotera.

Una comunidad marginada en la que reina la pobreza en las alturas de un cerro, todos marginados tratando de sobrevivir, allí fue donde nació su última hija, Claudia.

Meses antes del embarazo de ella, en cuanto se instalaron en el lugar, se supo que Imelda se enredó con una secta, prometiendo llevar un hijo como sacrificio y muestra de devoción, fue muy cuidadosa para la llegada de ella, todo ocurrió con la fecha y hora señaladas.

Cuando me entere de todo esto, comprendí muchísimo mejor la situación desde que antes existiera, fue deseada desde su concepción y me pregunto con mucha curiosidad, ¿Quién fue el padre de Claudia? o ¿fue humano?

En esa medianoche, mientras los niños esperaban en la periferia, un grupo de siluetas femeninas de ropajes negros ocultando sus rostros con velos tenebrosos, ayudaron con el parto o eso parecía, en esa minúscula habitación, que servía de casa, hecha de láminas y cartón. Imelda dio a luz.

Después, hicieron una gran fogata, rezando cánticos y rituales, para después alabar a la cual llamarían: La Filiamanus.

A todos les pareció intrigante y hasta tenebroso la visita de aquellas mujeres.

Uno de los gemelos aseguró verle el rostro a una de ellas, dejándolo horrorizado, era como un cadáver, con la excepción de que sus ojos eran totalmente negros, Victoria, la hermana mayor, acallo los que para ella, eran ridículos comentarios exagerados de su hermano Felipe.

Y sin embargo, en el fondo de su corazón, me confesó, que sintió miedo que eso fuese verdad, y de todos modos sentía miedo de el porqué esas mujeres estaban allí, haciendo cosas desconocidas para ella que comprometían a su hermana recién nacida.

Desde que Imelda sostuvo a su pequeña en brazos, quedó fascinada con tanta belleza.

Yo no imagino a un bebé totalmente hermoso, es decir, se supone que todos los bebés son lindos, adorables, tiernos, pero por lo que he escuchado, Claudia era totalmente diferente desde su primer día en este mundo.

Tengo que recalcar, que en cuanto Claudia dio sus primeros llantos, ocurrió un temblor en Monterrey que hasta la fecha se recuerda.

La pequeña fue creciendo de una forma sana y fuerte, con su cabello suave, largo, abundante, y todas esas cosas que la hacían envidiable, imaginen esa niña en medio de tanta pobreza, y aun así siendo tan bella.

Tenía algo en su sonrisa que captaba la atención de todo el que la veía, aquel que la conocía quedaba encantado por Claudia, y era ese brillo carismático e inocente en sus ojos negros lo que la hacía ser ella misma, no nos olvidemos de su piel finamente blanca, humectada como terciopelo, ¿entienden? Ella siempre conto con la suerte de su espléndido físico.

Con sus ocurrencias al hablar y su prominente talento para ser una pequeña caprichosa, que aún después de adulta aún era, una caprichosa. Claudia tenía lo que para mí, era una de las cosas que más me gustaba de ella, su mechón blanco, en medio de toda su caballera negra, en la frente, dándole un toque de niña traviesa y llamativa.

𝒞𝓁𝒶𝓊𝒹𝒾𝒶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora