Día 6 - Parte 2

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  Por telefono, la voz de Harold Newcombber era más grave, más profunda. Una voz cultivada en el Old Vic Theatre representando a Shekespeare. De no conocerle, se lo habría imaginado de otra forma, como un venerable anciano a medio camino entre Richard Burton y Peter O'Toole. Tuvo que cerrar los ojos para concentrarse.

- Eileen me ha dicho lo de tu abuelo. Lo siento. No sabia...           

Habia tenido que contárselo a su asistenta para vencer la resistencia a pasarle con él. ¿Quién era ella para querer hablar con el gran director y productor?

-Gracias.

-¿Estás en Barcelona?

-Si, señor Newcombber.

-Imagino que tendrás mucho papeleo que resolver.

  No quiso prolongar la conversación con un dialogo inútil.

-Le llamaba para decirle que no podre aceptar ese trabajo.

  La pausa fue breve.

-¿Por qué?

-Voy a seguir estudiando.

-Te repito la pregunta, ¿por qué?

-Señor...

-Eres buena, bailas bien, cantas bien, te presentaste a unas pruebas y saliste adelante. ¿Vas a dejarlo escapar?

-Tengo un hermano pequeño- buscó la mejor de las excusas.

-¿Y tu vida?

-Habrá otras oportunidades.

-No, Elisabet. Eres muy joven y quizá no lo sepas, pero en la vida las oportunidades escasean. Cada ser humano tiene dos a lo sumo. Con suerte, tres. Si se dejan escapar, no vuelven. Sé que estudias ballet, pero si hiciste ese casting no fue por azar. En el fondo es lo que deseas. Piensalo. Yo puedo encontrar a otra chica que haga de león en El mago de Oz, pero tú quizá no encuentres otro camino para llegar a tus sueños.

-Lo siento, señor Newcombber.

-Yo también.

-No se enfade, por favor.

-Vamos, niña. Yo nunca me enfado. Solo creo que ahora mismo estás atrapada en una burbuja de la que no sabes cómo salir. Sé quién era tu abuelo. Cuando aceptamos a alguien en una obra, investigamos lo que podemos, por seguridad, garantía... llámalo como quieras. Para eso están internet y las redes sociales. Fue un gran hombre y estaría orgulloso de tí.

-Y lo estará- suspiró ella.

-¿Puedes volver a pensarlo en los próximos días?
 
Si le decía que sí, dejaba entreabierta una puerta por la que se colarían el aire, y no quería resfriarse. La única posibilidad sería que Eduard se fuera con ella a Londres, a estudiar allí, Bellas Artes o lo que fuese. Y su hermano de pronto era una ostra, herméticamente cerrada.

-No- se resignó.

-Te doy dos semanas.
 
Quizá fuese un buen hombre, algo raro en un productor, o tal vez la quería a ella para el papel.

  Se sintió alagada.
  Pero no cedió.

-Invíteme al estreno- sugirió, sabiendo que eso nunca sucedería.


  Ruth Casals era su mejor amiga, la única, y ni siquiera tenía la oportunidac de verla con calma dadas las circunstancias. A través del teléfono,los sentimientos se habian desbordado con el primer intercambio de palabras. Con el segundo silencio, ya sin lágrimas, renacía la paz, atemperando sus emociones.

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