Día 5 - Parte 2

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Sentados en el banco, bajo la primera penumbra del anochecer, daban más la impresión de ser una pareja con problemas que dos hermanos asustados. Sobre todo él. Con la noticia recién caída sobre su alma. Elisabet le acarició la cabeza.

-¿Estás mejor?

Eduard se encogió de hombros. Continuó con el cuerpo inclinado hacia delante, los codos hundidos en las piernas, la mirada vacía y perdida.

Apenas había dicho nada. Ahora sí lo hizo.

-¿Sufrió?

-No lo sé- su hermana mayor hizo un gesto impreciso- Todavía no han dicho qué provocó la caída del avión. Fallo técnico, humano, avería, atentado...

-¿Atentado?

-Pero ¿no lees los periódicos ni ves la tele?

-No.

-Pues no se habla de otra cosa desde hace tres días. Hay teorías para todos los gustos. Lo último que dijo el piloto del avión a la torre de control fue: "¡Nos caemos, nos caemos!".

-Paso de periódicos y teles.

-Estás loco- suspiró ella con tristeza.

-Ya, vale.

-Si mamá y papá te vieran...

No terminó la frase. La mirada de Eduard se lo impidió. Una mirada más amargada que dura, más desamparada que violenta. La mirada del desconsuelo y la soledad. La mirada del miedo.

-Esto no hace más que confirmar lo que ya sabemos- dijo con cierto tono de rendición .

-¿Qué es lo que confirma?- vaciló ella

-Que tenemos una maldición.

-¡No seas burro, por Dios!- se estremeció.

-¿Burro?- se enfrentó a su hermana- Primero la abuela, luego ellos dos, ahora él. ¿Qué más quieres? Ya solo quedamos tu y yo. El próximo será uno de los dos.

-¡No habrá próximo, al menos hasta dentro de sesenta o setenta años!¡No existen las maldiciones!

-Vale.

Eduard apretó su mandíbula y volvió a mirar al frente.

-Edu, si empiezas a creer en esas cosas...

-Total, ¿qué mas da?

-¿Esa es tu escusa?

-¿Para qué?

-Para no dar golpe, desaparecer del mapa aún siendo menor, obligarnos a pasar dos días buscándote por algo tan grave como esto, sin tu móvil, sin ningún rastro...

-Perdí el móvil...

-¿Dónde vives?

-Aquí cerca, con un amigo.

-Vamos.- Elisabet se puso de pie.

-¿Adónde?- se extrañó él.

-A por tus cosas, claro.

-¿Para qué?

-¡Eduard, por Dios!- Llegó al límite de su crispación- ¡Yo no puedo hacer esto sola, te necesito! ¡Ahora debemos estar juntos, más que nunca! ¡Tenemos que ir a Barcelona, por el abuelo, el entierro, el papeleo, abogados, la maldita herencia...! ¡Nada va a ser igual a partir de ahora! ¡Tienes dieciséis años!

-Cumplo diecisiete dentro de un mes.

-¡Tienes dieciséis años!- le repitió su hermana.

Vio las gotas asomando sus ojos. Tampoco ella recordaba haberle visto llorar desde hacía años. Y no es que fueran dos rocas. Tal vez, simplemente, se habían endurecido tras lo de sus padres. Endurecido para siempre. La única defensa para soportar tanta adversidad. Aunque Eduard utilizase la vida como coartada. Huyendo.

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