Día 2

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Harold Newcombber era un hombre apuesto, con un ligero parecido al actor Terence Stamp, cabello abundante, grisáceo y largo, pañuelo de seda al cuello, elegante y con un toque de distinción que superaba la frivolidad de su chaleco rojo o los zapatos de gamuza del mismo  color. Parecía un viejo rockero. Pero era un zorro del West End.

-El León- dijo de pronto el productor.

Elisabet se dejó envolver por su sonrisa.

-El papel de Dorothy está adjudicado, por supuesto. Tu serías el León.

Dorothy, el Hombre de Hojalata, el Espantapájaros y el León eran los cuatro protagonistas principales de la obra.

-¿De verdad?- No podía creerlo.

-Comenzaremos los ensayos en un mes.¿El tema de tu edad...?

-Cumplo los dieciocho en dos meses, ya se lo dije. Y mi abuela era inglesa.

-Bien- se dio por satisfecho el hombre.

Elisabet se quedó sin fuerzas. Para todo. Sin fuerzas y alucinada. Que locura.

Una obra en el West End implicaba mucho trabajo, esfuerzo, representaciones diarias y, en determinados días de la semana. Eso significaba plena dedicación. Al cien por cien. Dificilmente asistiría ya a clases. Y no solo de baile. Los estudios...

-¿Qué me dices?

¿Que podía decirle? Si se había presentado al casting era por algo.

-No lo sé.- Fue sincera.

-Bueno, algunas dan saltos. Otras me abrazan.La mayoría incluso se echa a llorar.

-Yo no suelo llorar.

-Bien-asintió el productor.

-¿Puedo pensarlo?

Harold Newcombber ladeó la cabeza.

Eso fue antes un segundo antes de que sucedieran dos cosas. La primera, que una mujer se asomara por el quicio de la puerta.

-Harold, ¿tienes un minuto?

La segunda, que mientras el hombre salía de la habitación, sonó el móvil de ella. No habria respondido a la llamada de haber estado con él. Pero se encontraba sola. Sola y aturdida.

-¿Sí?

-Elisabet, soy Conrad Vallbona.

El abogado de su abuelo. Solo la llamaba por temas de dinero o asuntos legales. A fin de cuentas, formaban una corta, muy corta familia de tres miembros.

-Hola.- Se reclinó en la butaca.

-Escucha, cariño, yo...- La voz del hombre se empequeñeció y se hizo débil hasta que con la tercera palabra empezó a quebrarse.

-¿Qué sucede?- Tuvo un primer atisbo de alarma.

-Sé que tendría que habértelo dicho en persona, pero es que aquí el lío es tremendo y... Tampoco encuentro a tu hermano, así que... Te necesito, pequeña.

Todavía la llamaba "pequeña", como si fuese una niña.

-Conrad, ¿qué pasa?

La pausa fue demoledora. Luego ya no hubo vuelta atrás.

-Es tu abuelo- dijo el abogado.

Elisabet cerró los ojos. No, nunca lloraba, pero de pronto los ojos se le inundaron de lágrimas.

-Ayer se estrelló un avión en Barcelona.

-Lo sé.- Se mordió los nudillos de la mano hasta hacerse daño.

-Tu abuelo iba en ese avión, Elisabet- se rindió finalmente, desfallecido- Yo... lo siento, te juro que esto es lo peor que...

Un enorme silencio se instaló entre los dos, ocupando toda la línea entre Barcelona y Londres.

ocultosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora