VI

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Mitad de viaje en el Argo II
(Narrado por Annabeth)

Piper me estaba trenzando el pelo de Annabeth en su camarote con Hazel revisando una revista que habían comprado en su última parada, intentando que Hazel se adaptase a las nuevas noticias.
—Te prometo que te enseñaré a usar un teléfono. Aunque no hará tanta falta, atraen a los monstruos.
—¿Los teléfonos atraen a los monstruos?—inquirió Piper.
—Si eres un semidiós, si—respondió.
Hazel tenía cara de agotamiento—Son demasiados cambios.
—Tranquila, en serio no son tantos, creo. Aunque entiendo que te sea impactante—Piper intento reconfortarla.
—Creo que voy a ir a mi camarote a dormir si no les molesta. El barco me tiene muy mareada—Annabeth adoraba el tono educado y dulce de Hazel. Sabía que ella era realmente fuerte, pero si la veías desde un punto de vista mortal (no desde en el que es hija del dios del inframundo y la riqueza) era bastante refrescante.
—Claro, Hazel, ve.
Las tres se despidieron y Annabeth y Piper quedaron solas en la habitación.
—Así qué...
—¿Mmm?—preguntó Annabeth. Si eso se podía considerar una forma de preguntar algo.
—Querías decirme algo.
"Oh" pensó Annabeth. Si quería decirle algo, pero Hazel había entrado en la habitación y Annabeth prefirió preguntarlo después.
—Algo sin importancia, tranquila.
—Annabeth.
—McLean.
—¿Qué era?
Annabeth dudó si debía contarle o no. Tenía confianza en Piper, y era la única chica de edad medianamente contemporánea, además, Piper se había abierto con ella al inicio de todo, le había comentado acerca de los robos y las dudas que tenía sobre lo suyo con Jason. Quizá Annabeth debía abrirse ante alguien que no fuera Grover, Percy y Malcom. Suspiró.
—¿Te acuerdas de lo que viste cuando entraste a mi camarote?
Piper ahogó una risa.
—Si, ¿qué ocurre con eso?
—Eres la hija de Afrodita y la persona más indicada a la que le puedo hablar al respecto y...
—Oh, dioses, ¡lo quieres hacer con Percy!
—Si quieres lo gritas más fuerte, creo que Hedge aún no escuchó.
—¡Lo siento! Es solo que—bajó la voz—, no creía que no lo hubiesen hecho ya.
—No sé cómo tomarme eso.
—Nada malo. Ahora, cuéntame qué es lo que me ibas a preguntar.
—¿Crees que esté bien... ahora? Me refiero a, en este viaje. Todos ustedes están acá y...
—Estamos en riesgo de muerte cada hora. Aprovecha el tiempo que puedas con el, Annabeth, ya pasaron demasiado tiempo separados.
Annabeth asintió. McLean tenía razón.
—¿Tú lo harías con Jason?—se preguntó unos segundos si estaba siendo demasiado directa.
—No creo. No me siento preparada, solo tengo quince. Tú tienes diecisiete, y eres más madura. Además, Percy y tú están juntos desde que se conocieron.
—¿Ah? No, nosotros estamos juntos desde el verano pasado, no...
—Llevan casados desde que se hablaron por primera vez. Estoy segura—Annabeth carcajeó. Quizá tenía algo de razón. Habían actuado como una pareja desde el inicio, y a ella, él siempre le había parecido dulce y lindo.
—Creo que tienes razón. Creo que si debería...
—De cualquier forma, si te arrepientes de eso en la mitad de la acción, páralo. El no querrá que te sientas incómoda ni obligada a seguir algo que no quieres.
Annabeth suspiró.
—Está bien, creo que voy a hacer eso. Oh, dioses, creo que si voy a hacerlo.
Tu peux, fille!
¿Y eso qué significa?
—¡Te estoy dando apoyo moral!
—En francés—señaló.
—No interesa el idioma, Chase.
Ambas rieron y siguieron hablando un rato de distintos temas. Nada demasiado profundo.

****

Estaba segura de que Percy también querría hacerlo con ella. Annabeth se intentó arreglar un poco esa mañana, aunque Percy siempre le recordaba lo bien que ella estaba aún cuando no se arreglaba. Annabeth recordaba su rostro esa vez que Percy la observó con un vestido verde oscuro de seda, en esa cita que les había regalado Hermes, sentía que habían pasado mil años de eso. Sin embargo, Piper no mentía, a ellos realmente los intentaban matar cada hora. Esa tarde, había liberado los eidolon de la cabeza de Jason y Percy, resultaba que su novio estaba siendo controlado por un fantasma, eso aumentó las ganas de Annabeth de pasar tiempo a solas con Percy, sin ningún fantasma incluido, preferiblemente, pero debía repasar algunas cosas sobre la forma de seguir la marca de Atenea, así qué pasó toda la tarde en su camarote, hasta que Percy tocó la puerta abierta de Annabeth.
—¿Mmm? Adelante. Gracias por tocar.
—Descuida. ¿Cierro?—Percy señaló la puerta de madera. Annabeth no sabía si era una insinuación o algo por el estilo.
—Sí.
Percy asintió y la cerró con cuidado.
—¿Cómo estás? No haz salido de acá en un buen rato, ¿necesitas comida o algo?
—¿Cómo te sientes tú? Te controló un eidolon. Y sobre lo mío, todo bien.
—Ya. Pero el eidolon no fue voluntario, tu encerramiento en estas cuatro paredes, si—Ella se encogió de hombros—. En serio, Annabeth, ¿necesitas algo? ¿hablar?
Percy se veía lindo cuando se preocupaba. Las cejas de le arrugaban, le daba un tono serio.
—A ti.
El rostro de Percy se relajó.
—A mi.
Percy se alejó de la puerta y se acercó a ella, que se encontraba en su escritorio frente al portátil. Puso sus manos en sus hombros y empezó a masajearle los ligamentos del cuello. Annabeth soltó un suspiro de placer y cerró los ojos. Sintió los labios de Percy posicionarse encima de su clavícula, bajando y subiendo por su espalda.
—Percy...
—Annabeth.
Annabeth se volteó en la silla y quedó frente a el, sus rostros tan cerca que podía sentir su aliento a menta. Agarró su rostro y lo besó con las ganas que tenía de hacerlo desde hacía días. Percy se movió sin separarse de ella y la alzó, cargándola desde los muslos y afincándola en el mueble de madera que estaba al lado, aunque ambos sabían que con su fuerza podría haber cargado con ella por horas. Se separaron para coger aire.
—Dioses, yo...
—Percy, están todos despiertos, no podemos...
—¿Qué interesa?—respondió hundiéndose con cuidado el cuello de Annabeth.
—Que van a venir o Hedge...—soltó un gemido silencioso—. Piper, o Leo... alguno de, alguno de ellos.
Percy pareció recobrar la conciencia y bajó delicadamente a Annabeth en la cama.
—Tendremos que esperar hasta que se acabe el viaje, o sea, la guerra.
Annabeth no respondió. Ella no se refería a eso, pero tenía la mente nublada de emociones, o de hormonas, alguna de esas dos opciones.
Percy tomó su rostro y la beso en la frente, despidiéndose para después salir de la habitación.
Intentó calmar su corazón, sentía que corría el riesgo de que le diera un ataque cardíaco, aunque sabía que no era hipercardíaca y que tampoco sufría de tensión alta.

Percabeth ThoughtsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora