VII

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Mitad del viaje en el Argo II

Annabeth no durmió en lo absoluto. Estaba demasiado agobiada con lo que había ocurrido algunas horas, y la pesadilla que tuvo los poco minutos que pudo dormir, no la había ayudado. Se había visto a sí misma y a Percy sujetados en un abismo, recordó automáticamente cuando en la guerra de Manhattan había ocurrido eso, quizá estaba tan estresada con el viaje, seguir la marca de Atenea, y la profecía, que estaba empezando a tener pesadillas de cosas que ya habían ocurrido. Le asustaba soñar con ella desmayada en la cueva de Atlas, mientras veía a Percy desmoronarse por cargar el cielo.

Revisó su reloj, era media noche. Quería, no. Necesitaba calmarse, necesitaba a Percy, quizá podrían dormir abrazados. Annabeth recordó una vez en el campamento que se coló a la habitación de Percy a medianoche y durmieron juntos. Fue una de las pocas veces que no tuvo pesadillas. Se dirigió al baño, revisó un poco su aspecto, estaba bien.
Caminó de con cuidado a la ala donde estaba el camarote de Percy y, por inercia, tocó la puerta, aunque se arrepintió de inmediato por haber hecho ruido. De cualquier manera, Percy no contestó (cómo era de esperarse). Annabeth entró con cautela al cuarto, la cama de Percy estaba en la mitad de la habitación, a diferencia de la suya, que tenía la cama en una de las paredes. Percy estaba dormido abrazando a una almohada con el cabello completamente revuelto, y Annabeth no pudo evitar querer estar así con el, pero ahora quería hacer algo más.
—Ey, Percy.
No se despertó.
—Percy—revolvió la cara contra la almohada.
—¿Qué... qué pasa? —preguntó Percy—. ¿Hemos llegado ya?
—No —dijo ella con voz queda—. Es medianoche.
—¿Quieres decir...?—los ojos de Annabeth brillaban de diversión—. ¿Te has colado en mi camarote?
Annabeth puso los ojos en blanco.
—Percy, dentro de dos meses cumplirás diecisiete años. No puedes agobiarte por si te buscas problemas con el entrenador Hedge.
—¿Has visto su bate de béisbol?
—Además, sesos de alga, solo he pensado que podríamos ir a dar un paseo. No hemos pasado tiempo juntos. Quiero enseñarte una cosa: mi sitio favorito en el barco.
A Annabeth le latía por completo el corazón. Volvió a preguntarse sobre sus niveles de tensión. No quería meterse en problemas, pero necesitaba hacer esto.
—¿Puedo, ya sabes, cepillarme los dientes antes?—dijo Percy.
—Más te vale. Porque no pienso besarte hasta que te los cepilles. Y de paso, cepíllate también el pelo.
La chica lo llevó más allá de la sala de máquinas, que parecía un laberinto de barras mecanizado muy peligroso, con tuberías y pistones y tubos que sobresalían de una esfera de bronce central. Unos cables, parecidos a gigantescos fideos metálicos, serpenteaban a través del suelo y subían por las paredes.
—¿Cómo funciona este trasto? —preguntó Percy.
—Ni idea —contestó Annabeth—. Y yo soy la única aparte de Leo que puede manejarlo.
—Es muy tranquilizador.
—Debería serlo. Solo ha amenazado con explotar una vez.
—Espero que estés bromeando.
Ella sonrió.
—Vamos.
Se abrieron camino más allá de las salas de suministros y el arsenal. Annabeth había visitado ese sitio mil veces antes de zarpar. Eran los establos. En el centro del suelo había un panel transparente de casi dos metros cuadrados. Muy por debajo, el paisaje nocturno pasaba volando: kilómetros de campiña oscura entrecruzados con carreteras iluminadas como los hilos de una red.
—¿Un barco con el fondo de cristal? —preguntó Percy.
Annabeth cogió una manta de la portezuela del establo más cercana y la extendió sobre parte del suelo de cristal.
—Siéntate conmigo.
Se relajaron sobre la manta como si estuvieran de picnic y contemplaron el mundo desfilar por debajo.
—Leo construyó los establos para que los pegasos puedan ir y venir fácilmente —dijo Annabeth—. Solo que no se dio cuenta de que los pegasos prefieren ir por libre, así que los establos están siempre vacíos.
—¿A qué te refieres con «ir y venir fácilmente»? —preguntó—. ¿No tendrían que bajar los pegasos dos tramos de escaleras?
Annabeth dio un golpecito con los nudillos en el cristal.
—Esto de aquí son compuertas, como en un bombardero.
Annabeth notó a Percy tragar saliva.
—¿Quieres decir que estamos sentados encima de unas compuertas? ¿Y si se abrieran?
—Supongo que moriríamos en la caída. Pero no se abrirán. Casi con toda seguridad.
—Genial.
Ella se rió.
—¿Sabes por qué me gusta estar aquí? No es solo por la vista. ¿A qué te recuerda este sitio?
Annabeth sonreía cada vez que bajaba. Jaulas y establos vacios a su alrededor, con olor a heno. Y ahora, con Percy bajo una luz tenue y cálida que resaltaba todas sus facciones
—El camión del zoo —concluyó Percy—. El que cogimos para ir a Las Vegas.
La sonrisa de ella le indicó que había respondido correctamente.
—Eso fue hace mucho —dijo Percy—. Estábamos hechos polvo, empeñados en cruzar el país para encontrar ese estúpido rayo, atrapados en un camión con una panda de animales maltratados. ¿Cómo puedes tener nostalgia de eso?
—Porque es la primera vez que tú y yo hablamos, Sesos de Alga. Yo te hablé de mi familia y...
Se quitó el collar del campamento, en el que llevaba ensartados el anillo de la universidad de su padre y una cuenta de barro de color por cada año que había pasado en el Campamento Mestizo. Había algo más en el cordón de cuero: un pendiente de coral rojo que Percy le había regalado cuando habían empezado a salir. El se lo había llevado desde el palacio del fondo del mar de su padre.
—Y me recuerda el tiempo que hace que nos conocemos —siguió Annabeth—. Teníamos doce años, Percy. ¿Te lo puedes creer?—Sentía que todo había ocurrido tan rápido, que hacía solo unos meses ella, Grover y Percy habían recuperado el rayo de Zeus y el casco de Hades. Que hacía solo unos meses Luke había iniciado la guerra y la había dejado.
—No —reconoció él—. Así que... ¿supiste que yo te gustaba desde ese momento?
Ella sonrió burlonamente.
—Al principio te odiaba. Me crispabas. Luego te soporté unos años. Luego...
—Vale.
Ella se inclinó y le dio un beso: un beso de verdad. Apasionado y demostrando lo mucho que se habían extrañado.
—Te he echado de menos, Percy.
Percy no respondió. Pero a ella no le hacía falta, sabía lo que él sentía, y él sabía que para ella, el era su mundo, y saber que él la había recordado solo a ella en todos esos meses que habían estado separados, le hacía sentir que ese sentimiento era completamente recíproco.
—Annabeth —dijo con vacilación—, en la Nueva Roma, los semidioses pueden vivir toda la vida en paz.
Nueva Roma. No sabía qué pensar de Nueva Roma y la experiencia de Percy allá. Su hogar estaba en el Campamento Mestizo.
—Reyna me lo ha explicado. Pero tu sitio está en el Campamento Mestizo, Percy. Esa otra vida...
—Lo sé —dijo Percy—. Pero mientras estuve allí, vi a muchos semidioses viviendo sin miedo: chicos que iban a la universidad, parejas que se casaban y formaban familias... En el Campamento Mestizo no hay nada parecido. No paraba de pensar en ti y en mí... Tal vez algún día, cuando la guerra contra los gigantes termine...
"Dioses, está viendo un futuro, un futuro de ambos. Juntos. Vivos" pensó Annabeth. Su corazón volvió a acelerarse y sintió el flujo de sangre correr directamente hacia sus mejillas.
—Oh—dijo.
Percy pareció cohibirse. Alejó un poco las manos de la espalda de Annabeth y ambos se acomodaron, mirándose realmente otra vez.
—Lo siento —dijo—. Yo... tenía que pensar eso para seguir adelante. Para hacerme ilusiones. Olvida lo que he dicho...
—¡No! —repuso ella. Lo menos que quería era hacerlo sentir culpable de visualizar un futuro con ella—. No, Percy. Dioses, es muy bonito por tu parte. Es solo que... puede que hayamos agotado esa posibilidad. Si no podemos arreglar la situación con los romanos... bueno, los dos grupos de semidioses nunca se han llevado bien. Por eso los dioses nos mantienen separados. No sé si allí podríamos encontrar un hueco.
—Cuando me despertaste estaba teniendo una pesadilla—reconoció.
Le contó a Annabeth lo que había visto. Ella se limitó a asentir, le daban miedo las posibilidades de ganar esa batalla.
—Nico es el cebo —murmuró ella—. Las fuerzas de Gaia deben de haberlo capturado de algún modo, pero no sabemos exactamente dónde lo retienen.
—En algún lugar de Roma—contestó Percy—. En algún lugar bajo tierra. Por lo que decían, parecía que a Nico todavía le quedaran unos días de vida, pero no veo cómo podría aguantar tanto tiempo sin oxígeno.
—Cinco días más, según Némesis—dijo Annabeth—. Las calendas de julio. Por lo menos, ahora el plazo tiene sentido.
—¿Qué es una calenda?
Annabeth sonrió de satisfacción, como si se alegrara de que volvieran a asumir sus viejos roles: Percy, el de ignorante, y ella, el de la persona que explicaba las cosas.
—Es la palabra romana para referirse al primer día de cada mes. De ahí viene la palabra «calendario». Pero ¿cómo puede sobrevivir Nico tanto tiempo? Deberíamos hablar con Hazel.
—¿Ahora?
Ella vaciló.
—No. Puede esperar hasta mañana. No quiero darle la noticia en plena noche.
—Los gigantes dijeron algo sobre una estatua—recordó Percy—. Y sobre una dotada amiga que la vigilaba. Quienquiera que fuera, daba miedo a Oto. Alguien capaz de dar miedo a un gigante...
Annabeth contempló una carretera que serpenteaba entre oscuras colinas.
—Percy, ¿has visto a Poseidón últimamente? ¿O has recibido alguna señal de él?
Él negó con la cabeza.
—No desde... Vaya, no lo había pensado. Desde que la guerra de los titanes terminó. Lo vi en el Campamento Mestizo, pero fue el mes de agosto pasado—una sensación de temor lo invadió—. ¿Por qué? ¿Has visto a Atenea?
Ella no lo miró a los ojos.
—Hace unas semanas—admitió—. No... no fue agradable. No parecía ella. Tal vez fuese la esquizofrenia entre el lado griego y el romano de la que habló Némesis. No estoy segura. Dijo cosas que me hicieron daño. Dijo que le había fallado.
—¿Que le habías fallado? —Annabeth sintió una molestia particular en Percy en cuanto mencionó eso—. ¿Cómo podrías...?
—No lo sé —dijo ella tristemente—. Y para colmo, yo también he estado teniendo pesadillas, aunque las mías no tienen tanto sentido como las tuyas.
Percy pareció aguardar más detalles. Detalles que ella no dió, no quería hablar de eso, no ahora.
Annabeth consiguió esbozar una débil sonrisa.
—Vamos a tener una noche romántica, ¿vale? Nada de cosas malas hasta mañana por la mañana—volvió a besarlo—. Ya lo solucionaremos. Te he recuperado. De momento, eso es lo único que importa.
—Vale—dijo Percy—. Se acabó hablar de Gaia, del secuestro de Nico, del fin del mundo, de los gigantes...
—Cállate, Sesos de Alga —le ordenó ella—. Abrázame un rato.
Percy obedeció con gusto y la abrazó. Ambos cayeron en la manta acolchada y Percy empezó a hacerle cosquillas.
—¡Perseus!—Annabeth gritó de forma silenciosa mientras estallaba en risas—Maldita sea, ¡Perseus Jackson!
—Deberías añadir el Chase.
Annabeth dejó de respirar en ese momento y se abalanzó a besarlo. Percy estaba encima de ella mientras se besaban, se le despertó el anhelo de sentir todo de el.
El se separó y empezó a besarle el cuello lentamente, haciendo círculos con su lengua. La pijama de Annabeth consistía en una camiseta menta y unos pantalones blancos holgados, sin embargo, Percy creía que no había forma de que ella estuviese más hermosa en ese momento.
—Eres asombrosa.
Annabeth quería responder, pero su garganta la tenía terriblemente traicionada. Percy, sin embargo, se veía mucho más desenvuelto. Observó a Annabeth con deseo mientras que con una mano tocaba su pecho, parecía estarle pidiendo permiso. Ella asintió con la cabeza y Percy la acomodó en contra de la madera de la esquina, dejándola sentada con las piernas abiertas. Annabeth lo miró mientras la veía, analizaba cada parte de su cuerpo sin tocarla, se sentía vulnerable en esa posición, pero adoraba estar vulnerable enfrente de el, solo en ese contexto.
Impulsó a Annabeth de abrir un poco más las piernas, y ella entendió que quería alzarla para removerle el pantalón, así que eso hicieron. Siguieron besándose mientras él rozaba y apretaba los muslos de ella y ambos soltaban algunos gemidos. Percy le removió también la camiseta, dejándola con sus pechos cubiertos únicamente por su top deportivo, top que Percy en pocos minutos alzó sin remover para dejar todo a la vista. Mientras los masajeaba, Annabeth logró formular por fin una frase completa.
—Creo que llevas demasiada ropa.
Percy la observó divertido y asintió, ella se acercó y le removió la camisa mientras él se removía el resto de su pijama. Con la maldición de Aquiles o sin ella, Percy se veía exageradamente bien trabajado.
—Te amo. Te amo demasiado, Annabeth.
Annabeth esperó que la respuesta que había dado sonase como un "Yo también te amo, Percy" pero con el ajetreo de su respiración, lo encontraba poco factible.
Percy jugó con la liga de su ropa interior mientras la besaba, y finalmente la removió por completo.
Annabeth palpitaba en todo su ser. Su pulso estaba terriblemente acelerado, y eso no mejoró cuando Percy decidió tocar sus pliegues mientras seguía explorando su cuerpo con su boca.
—Dioses, Percy, esto...
—Ujum.
Ella sonrió por la respuesta.
Sintió el éxtasis llegar muy pronto. Como semidiosa griega, rara vez tenía tiempo explorarse a sí misma, y si disponía del tiempo, no disponía de una casa sola, y los baños de su cabaña siempre estaban siendo usados, sin embargo, Percy parecía saber exactamente donde tocar para que ella explotase.
Suspiró cansada y con las piernas adoloridas. Las cerró levemente para reconfortarse y sintió su líquido caliente empapar su piel.
No puedo evitar reírse, la situación era tan... surrealista. Y eso posiblemente los excitaba más a ambos.
Percy cargó a Annabeth como si fuese una muñeca y la sentó sobre el.
—¿Eso estuvo bien?—tenía las cejas admirablemente arrugadas.
—Fue demasiado... inefable.
—¿En español?
Annabeth golpeó levemente la nuca de Percy con la palma de su mano.
—¿Te sientes bien como para... seguir?—Las manos de él subían y bajaban al rededor de su cintura. En ningún momento se detuvo a verle el cuerpo, solo observaba sus ojos.
La respiración de Annabeth ya se había regulado, aunque podía sentir como Percy seguía deseando continuar.
—Claro.
Annabeth conectó las únicas y pocas neuronas de su cerebro que seguían funcionando tras ese orgasmo.
—Espera—se bajó de Percy y buscó el bolsillo de su pantalón blanco. Junto con la vez que compró las revistas para Hazel, y algunos productos de higiene para el resto del barco, decidió comprar protección. Había sacado la caja de condones extremadamente rápido al llegar al barco y la había ocultado detrás de la ropa de su closet. Annabeth sabía que quería hacer esta noche, así que no podía olvidarse nada.
Le daba vergüenza mirar a Percy al entregarle uno de los condones. Y la vergüenza se convirtió en una completa pena al ver como Percy se aguantaba la risa.
—Chica lista.
—Maldita sea, Percy, no creo que quieras ser padre en menos de una guerra.
—Oh, dioses, no.
Annabeth se quedó sentada al lado de Percy mientras él se quitaba el interior. Ella desvió la mirada para darle privacidad, aunque luego se dió cuenta de que no tenía sentido. Él estaba apunto de romper el envoltorio del condón con la boca, pero Annabeth se apresuró en quitárselo de los labios.
—¿Qué...?
—Así no se abre. Creo. Mi profesora de educación sexual en tercero me dijo que podía romperlo—Percy asintió avergonzado. Annabeth abrió con cuidado el plástico y lo sacó. Automáticamente desvío la mirada a la entrepierna de su novio. "Oh, dioses" pensó. ¿Ella debía ponerlo ahora que lo tenía enfrente o dejaba que él lo hiciera? ¿Que prefería él? Su mente estaba empezando a generar un cortocircuito.
—Puedes, ya sabes, decirme si no quieres...
—¡Dioses, Percy! No es eso—el pareció darse cuenta del problema.
—Mi única educación sexual fue la pornografía hasta que me enteré de que estaba mal, así que me sentiría mas confiado de que lo pongas tú, pero como te sientas cómoda.
Annabeth suspiró. Tenía al mejor novio del mundo, eso sin duda.
—No. Yo lo hago.
Se movió con cuidado, sentándose en lo mitad de las piernas de Percy. Agachó un poco su espalda para acomodarse. Con una mano sujetó el condón y con otra su miembro, al final los encajó con cuidado y se aseguró de que los anillos de látex habían llegado al fondo.
Al levantar la vista sus ojos tuvieron contacto con los de Percy: la miraba con lujuria y adoración. Annabeth sabía leer bien a las personas, había pasado toda su vida leyéndolas y engañándolas cuando le hacía falta para sobrevivir, pero no fue hasta ese punto que se dió cuenta el control que tenían sobre el otro. No sabía si debía asustarse sobre eso. Ya había pasado la etapa en la que sentirse enamorada de Percy la desmoronaba, pero cada vez más parecía estar cruzando la de la necesidad. Se necesitaban mutuamente.
—Ven acá—Percy la acercó a ella agarrándola de la barbilla, estaban desnudos sintiéndose, solo sintiéndose. La besó, pero no había miedo, solo ellos besándose, pero no se sentía como el resto de veces. Percy se separó y la movió para que ella volviese a estar con las piernas abiertas semi-acostada en el suelo. El se arrodilló frente a ella. Esa mirada volvió a aparecer, la misma que le había dado hacia un rato. La estaba adorando. La estaba adorando a ella, su cuerpo y su mente, y Annabeth no se quedó atrás. El cuerpo de Percy era perfecto para ella. Era acendrado, tanto por fuera como por dentro, y Annabeth adoraba eso.
Percy la besó, no sabía distinguir si era pasión o delicadeza, una fuerte mezcla de ambas. Con su otra mano volvió a tocarla, mandando fuertes corrientes energéticas. Adentró un dedo en ella, dos dedos. Sus piernas temblaron. Percy sacó ambos dedos e hizo algo que Annabeth no esperaba, los lamió. Un foco pareció encenderse en el.
—Abre.
No parecía una petición. Annabeth no sabía si se refería a sus piernas o sus labios hasta que Percy tocó sus labios con su pulgar, y ella dejó entrar sus dedos en ella otra vez pero en distinto sitio. Sus dedos tocaron su mucosa bucal y ella jugó con su lengua. El los sacó empapados de saliva, y los llevó rápidamente a la entrepierna de Annabeth, jugando con su piel.
Alejó sus dedos y se acercó más. Sus sexos se estaban tocando involuntariamente, hasta que Percy lo hizo voluntario. Correteó cada zona de Annabeth con ese contacto.
—Percy... deja de hacer eso—Percy se detuvo de inmediato.
—¿Me detengo?
—¡No! Solo... ya tuvimos suficiente juego previo.
Percy arqueó ambas cejas. Se veía maliciosamente bien bajo la luz amarilla del establo. Asintió con la cabeza, o quizá estaba negando divertido. Annabeth no sabía muy bien, aunque esa preocupación pasó a cero en cuanto adentró un poco de él en ella. Gimió suavemente, no quería hacer ruido, aunque donde estaban nadie los escucharía.
—Mierda.
—¿Estás bien?
—No era un "Mierda" de dolor.
El le guiñó un ojo mientras sonría.
Annabeth rogó a Percy que se moviese más, y él obedeció en cuanto lo dijo. Su movimiento de eje vertical estaba enloqueciéndola, esperaba causar el mismo efecto en el. Su mente se nubló y la llevó a un recuerdo con Silena, la chica le estaba hablando, o dando una clase de sexualidad a Annabeth, porque las de su colegio femenino no habían sido suficientes. Recordó a Silena diciendo que "el dolor" no ocurría siempre, que si estabas cómoda y tu cuerpo lo sabía, no dolería, Annabeth ya comprendía a qué se refería Silena. Se preguntó porque Silena le había hablado de eso sabiendo que Percy estaba de vacaciones con una chica hermosa que no era ella, además, tenían apenas 15 años. Estaba apunto de reprenderse a sí misma sobre porque pensaba teniendo a un Percy cada vez más hermoso haciéndola sentir todo eso enfrente de ella, justo cuando el agarró una de las piernas de Annabeth y la subió a su hombro. Esto aumentó su movilidad, y por consecuencia, el placer de ambos.
—Joder, Annabeth—su respiración estaba tan agitada como la de ella.
La habitación estaba llena de sus sonidos y su energía. Especialmente de sus sonidos.
—Maldita sea, creo que, yo...—Percy llegó sin terminar esa frase, y mientras gemía, seguía moviéndose dentro de Annabeth. Ella no tardó en seguir su orgasmo. Su espalda se arqueó tanto que se asustó de quebrarse algo.
El siguió moviéndose, prolongando el orgasmo, hasta que salió con cuidado. Parecía tener miedo de quebrara a Annabeth o a él mismo si salía.
—Carajo.
—Si, carajo.
Las respiraciones de ambos estaban tan entrecortadas que formar una sola oración se veía complicado. Percy le alcanzó la ropa a Annabeth y la ayudó a vestirse, sus piernas dolían más que antes y temblaban. El se vistió también sin dejar de mirarla.
—Te ves linda cansada. Cuando no es cansancio de matar monstruos, ya sabes.
Annabeth sonrió.
—Tu no te ves mal.
—Ja, ja. Con las miradas que me dabas parecía que disfrutabas la vista—ella se sonrojó. No acostumbraba a un Percy tan lanzado—. Ven acá—le hizo un espacio entre la ahora acomodada manta.
Se quedaron sentados, abrazándose cada uno disfrutando del calor del otro. Annabeth sonrió de satisfacción. El sonido del barco, el corazón aún acelerado de Percy, la suave luz monocromática y el cansancio de lo ocurrido agotaron la energía de Annabeth, haciéndola cerrar los ojos y dormir.
La mañana siguiente, había despertado temprano, pero decidió no despertarse del trozo. Seguía agotada, no había tenido pesadillas y había dormido abrazada por el pecho de Percy. Horas más tarde, la voz de un chico irrumpió la habitación.
—Oh... Os habéis metido en un buen lío.
Percy se despertó de inmediato. Lo primero que hizo fue revisar con su brazo si Annabeth seguía ahí, lo que le pareció un lindo gesto, contrario a la cara que tenía Frank en ese momento, expresaba algo muy claro: miedo

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