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Como de costumbre, abrí el grifo de la bañera hasta el máximo. El agua que por el momento salga fría, se mezclará con la caliente, dándole una temperatura ideal. Me apoyé en la pared. Estaba desnudo, por lo que, notaba el frío en la espalda.
Pero no me importaba demasiado, porque, en tan solo unos minutos, había vapor por todo el baño. Las paredes heladas ya no eran un problema.

Cuando me di cuenta, la bañera ya había llegado hasta la cantidad de agua que yo consideraba perfecta. Me dispuse a levantarme, decidido a meterme en la bañera. Primero una pierna, luego la otra. Podía notar perfectamente el agua calentando mis extremidades.

Poco a poco me fui metiendo más, hasta que todo mi cuerpo quedó sumergido.

Hundí mi cabeza también, pero mi cara quedó en la superficie. ¿Qué demonios hacía ahí? No en mi bañera... Sino, ¿por qué vivo? ¿Realmente hay un propósito en ello? 

Debería parar de interrogarme sabiendo que no tengo una respuesta. Con ese tipo de preguntas no voy a ningún lado.
Respiré profundo. Parar de preguntarme gilipolleces sin sentido, era algo bueno.
Tenía que apurar, debido a que, dormir temprano, era algo que yo mismo me imploraba.
Recientemente, la rutina de cada día me estaba matando.

Estoy en segundo grado de bachillerato, y aunque todo va bien y voy sacando sobresalientes bajos en la mayoría de materias, querría hacer, si fuera posible, un doble grado de Ingeniería Informática y Matemáticas. Pero la nota de corte está por los cielos.

Durante el tiempo del baño pude relejarme.

— Sigue esforzándose, Artai. Puedes con todo esto. — Decía para mí mismo.

Cuando tenía tiempo libre, era consciente de lo mucho que echaba de menos a mi hermana, Cale. Su amor fraternal por mí era un sentimiento tan forjado como la lanza de Odín. 

Puedo recordar cómo me protegía de la gente que se metía conmigo. Se ponía delante mía y hacía huir a los que me molestaban. También me compraba dulces cuando me sentía mal. Era muy pequeño, y esa solía ser la única solución para que las lágrimas dejaran de salir a través de mis globos de cristal tintados con el pasto.

Pero... un día, simplemente desapareció, y jamás volví a saber de ella.

La última vez que la vi jamás pensé que lo sería. Ella iba a quedar con sus amigas, como hacía cada viernes a las siete y media de la tarde. Se puso ropa cómoda, —pero jamás saliendo de su estilazo.— y se fue.

Cuando cruzó la puerta, recuerdo que me dio un sueño horrible. Tan intenso, que me senté en la silla que tenía al lado y me dormí encima de la mesa de la cocina. No sé por cuántos días estuve así. Solo sé que me levanté en el hospital, y según el doctor que tenía al lado, había estado 5 semanas en coma por razones totalmente desconocidas.

Estaba mi madre a mi lado. Podía ver como lloraba de pura euforia. "Gracias a Dios!", podía ténuemente escuchar. Pero, por desgracia rápidamente se le cambió la cara. Me dio la impactante noticia de que mi hermana había desaparecido hace 5 semanas también. Justo el mismo día que yo me había desmayado.
Ni mi madre ni mi padre jamás me habían mencionado cuánto pudieron haber sufrido.

No lloré. No hice nada. Solamente estaba tratando de procesar toda la información.

Mi padre me dijo que durante tres semanas tenía que recuperar los contenidos que no había podido estudar y los que me perderé por estar estudiando los anteriores. Por mí iba bien, como a todo en general, yo no discutía nunca con nadie. Lo consideraba una pérdida completa de tiempo.

Contrató un tutor privado, y como las clases solo iban para mí, terminé haciéndolo bastante bien.

Me hubiera gustado haber estado estar despierto, y así haber apoyado a mis padres cuando lo necesitaban. Pero nunca entendí porqué estuve un mes y una semana en estado de coma. Ni yo, ni los médicos.
Aunque a día de hoy creo que puedo hacerme una idea.

Después de aquel flashback, volví a mi ser. Estirando el brazo con dificultad, encendí mi teléfono, situado en una esquina del borde de la bañera. 

Me había metido a las siete de la tarde. Pero ya eran las once. Esas horas no se iban a recuperar.
Pronto noté que el agua estaba fría. Así que tuve que sacar el tapón.

Me miré al espejo, no tenía toalla ni nada. Mi larga cabellera requería mucho cuidado. Ya me había hartado. Quizás en el próxima cita a la peluquería donaba todo mi pelo a una asociación para gente con cáncer.

Por alguna razón, nunca me corté el pelo corto, a pesar de que es lo que la sociedad le exige a los chicos para ser más "masculinos". Estaba hasta las narices de esos estereotipos. Yo era mucho más hombre que otros.

Me fui a dormir realmente cansado. Había sido un día largo, a pesar de que no había hecho nada. Y, simplemente, me dormí.

Después de una larga noche, y un sueño tan confuso: luces borrosas, voces atenuadas; siluetas oscuras que no podría comprender; de formas raras, no humanas y con diálogos completos, pero que pareciera que hablaban en otro idioma que soy incapaz de descifrar.

Desperté en una habitación que no era para nada la mía. De paredes azul cielo, llena de diferentes tipos de vehículos. 

Aturdido, decidí sentarme sobre la cama, me froté los ojos y levanté la vista. Vi un simple trozo rectangular de aluminio puro, en otras palabras, un espejo. Todo estaría muy relativamente normal, excepto por el hecho de que era un crío de unos 7 años.

— Arteixo, ¡baja a desayunar! — Me gritó una mujer.

Esto era un problema gordo. A ver quién me creía. Y ni si quiera sabía por donde había que bajar.

10 Textos, Si Sé Contar (Libro Experimental)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora