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–¡Hade!

Levanto la vista de mi celular. Sasha mueve su mano alegremente desde dentro de su coche, al otro lado de la calle. Su chofer se baja del vehículo para abrirle la puerta, pero como siempre, ella sale antes.

–Hola Sasha

Paso una mano por sus hombros mientras ella me abraza por la cintura, dejándome casi sin aire. Con una sonrisa saludo al hombre que nos mira como si estuviese cansado de ver siempre la misma escena, aunque sé que le encanta vernos juntas. Ha sido el chofer de mi amiga desde que era una niña, solía ser el de su madre, pero al morir esta, pasó a ser el suyo.

–Vamos -tira de mí- Alayan nos espera

A penas le conté lo del tiempo de estudio para los exámenes se ofreció a prestarnos su casa, por suerte. La mía es un desastre y no me sería cómodo ir a casa de Alayan.

Chismeamos un poco hasta que llegamos al punto en el que recogeríamos a mi ¿amigo?, ¿pretendiente?, o como le gusta llamarlo Sasha, ¿´´mi casi novio´´? Ni siquiera sé qué somos.

–Aparta

Mi amiga pasa por encima de mí para abrir la puerta, luego vuelve a su lugar, quedando yo en medio. Alayan nos saluda una vez dentro, solo que a mí a penas me ha mirado, y no sé cómo interpretar eso.

Sasha vuelve a parlotear sobre algo que vio en un documental chico, o eso creo, porque estaba más pendiente del chico a mi lado. No me miró en todo el camino, ni me dirigió la palabra, sólo se quedó mirando por la ventanilla apoyado en su codo. No esperaba nada especial, pero tampoco que me hiciera la ley del hielo. Estoy a punto de preguntarle qué pasa cuando el chofer anuncia que hemos llegado. Ni cuenta me había dado, la verdad, y al parecer Sasha tampoco.

Tras pasar por una enorme verga blanca entramos al también enorme jardín que rodea la obviamente enorme casa de mi amiga.  Su padre es un pianista reconocido mundialmente, por lo que estos lujos no son nada para ellos.

La casa es como la de las pelis, una gran puerta en la entrada, dos pisos, el césped perfectamente podado, una fuente junto a las escaleras que dan a la casa, algunos arbustos con formas raras, y obviamente un par de sirvientes que nos abren la puerta del auto al estacionarnos, aunque claro, Sasha sale antes de que ellos lleguen.

Alayan lo mira todo con los ojos bien abiertos, todos se sorprenderían. Mi amiga no es muy ostentosa, o sea, sí viste a la moda y su ropa es de calidad, pero no suele andar por ahí derrochando dinero en accesorios innecesarios, o tratando de mostrarle al mundo el dinero de su padre.

El interior es igual de ostentoso, grandes escaleras de mármol se levantan delante de nosotros, las cuales se dividen al llegar arriba, que es donde están las habitaciones principales. El resto del salón está decorado casi como si fuese un museo, obras de arte en las paredes, jarrones de porcelanas repletas de flores y esculturas de hombres y mujeres semidesnudos. El resto de las habitaciones están esparcidas por la parte baja.

–¡Papá! -vocifera mi amiga nada más entrar- ¡Tenemos visita!

Alayan se encoje un poco ante los gritos de mi amiga, suele ser bastante ruidosa, más en su casa, donde todo está tan separado que si gritas en una esquina es difícil que se cuche en la otra. En la mía si hablas en la sala, en la cocina se enteran del chisme. En fin, la pobreza.

–¡A qué vienen esos gritos!

De una de las puertas sale un hombre con un albornoz negro y un vaso de whisky en su mano. Se ve un poco irritado, de seguro por el silencioso anuncio de Sasha, pero su expresión cambia al verme.

–Hade

Aparta el vaso de su cuerpo antes de que un sirviente, entendiendo su orden se acerca a tomarlo.

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