Epílogo

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Pasó mucho tiempo para que yo decidiera volver

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Pasó mucho tiempo para que yo decidiera volver.

El tiempo suficiente para que una flor se marchitara y de a poco muriera, también el suficiente para que una semilla brotara y se extendiera hasta el cielo.

Tenía en manos un título universitario, un nuevo pez, un lugar dónde vivir, tenía amigos y a mi familia de nuevo. Tenía una vida por vivir. Lo tenía todo, sólo me faltaba Jisu.

Go Eun jamás estuvo de acuerdo con que me fuera, pero no podia hacer más que respetar mi decisión. A nadie más que a mi dolía mi egoísmo.

Pero regresé, regresé a tocar la puerta de nuevo, imaginando la sonrisa de Jisu y sus ojos iluminados cuando le mostrara los libros que le traía para leer juntas, aún cuando yo ya los había leído, cuando viera cuánto crecí y cambié, cuando viera que había ido a cumplir una parte de mi vida, a reparar todo, aunque ella no comprendiera nada de eso.

"Volviste..." Go Eun suspiró con suavidad y sorpresa, viéndome de pie frente a ella. Le sonreí.

"Vine por Jisu" entonces su rostro se desfiguró en una mueca de suma tristeza. No comprendí, pero murmuró mi nombre con mucho pesar.

Jisu había tenido severas crisis los días posteriores a cuando me fui. Golpeaba a Go Eun, gritaba y lloraba por cualquier mínimo cambio.

A las semanas había dejado de comer y Go Eun no podía convencerla, no quería nada, algunas veces tomaba agua, pero siempre terminaba con el estómago vacío.

A los meses, Go Eun pensó en llamarme porque no sabía qué hacer, pero se negó, diciendo que eso sería egoísta de su parte y de Jisu, porque sólo quería tenerme ahí, con ella, como si yo no tuviera una vida que vivir.

La llevó al doctor en varias ocasiones, estuvo siendo alimentada en su contra, y tenía terapias con un especialista. No hablaba nada, no aportaba nada, no quería nada. Estaba sumida en una tristeza enorme. Y no podía salir. Quizá ella quería, pero no podía hacerlo.

Meses después, Go Eun estaba por darse por vencida. Estaría a punto de tomar el teléfono y llamarme, estaría a punto de salvarle la vida a Jisu, pero no lo hizo... Porque sería injusto que yo detuviera mi vida por Jisu.

Y una mañana entonces, después de que decidiera no llamarme, entró a ver cómo estaba y se encontró con un corazón sin latidos.

"Jisu murió..." Go Eun lloraba mucho "No la cuidé bien, por favor perdóname..." se desplomó a mis pies.

¿Era posible morir, entonces, de tristeza? ¿De soledad? ¿De sentir tanto y demostrar tan poco? ¿De ahogarse en su mente, en su interior?

¿Era yo la culpable de su muerte por ser tan egoísta?

Su cuerpo débil no resistió más. Supongo que vivía con la esperanza de que regresaría a verla en la noche, o de que su mamá la levantaría y le diría que la quería mucho a pesar de todo su sufrimiento. Pero nada de eso pasó. Llegué muy tarde.

Tras la muerte uno siempre espera que algo aún se mueva, pero no somos más que huesos y músculos, nada más.

Su libro decía que en el reloj de su corazón, la aguja pequeña ya nunca volvería a subir hasta las doce.

"Jisu... ¿Y qué puedes decirme ahora que siempre es de noche para ti? Dime, ¿te sientes mejor? Dime, ¿Es ligero como una burbuja eso de dejar sin más tu cuerpo ahí, igual que una prenda estropeada que ya no puedes ponerte? Se acabó ese peso que aplastaba tu sonrisa, que aplastaba tu vientre. ¿Pudiste escapar? Con tu sonrisa doblada y guardada en el bolsillo ahora que siempre es de noche para ti" cité, de nuevo lo que decía su libro favorito.

Sentí un gran dolor en mi corazón, en mi mente, en todo mi cuerpo. Fue un terremoto devastador que llegó como sangre en la venas hasta mi corazón.

El dolor era mi sangre corriendo por mis venas, bombeado por el nítido recuerdo del amor de Jisu.

¿Ella estaría mejor?

Seguramente se libró de mucho dolor, quizá recuperó su cuaderno, quizá leyó muchos libros y dibujó mi rostro miles de veces, dejó de esconderse en el cubículo del baño. Ella se fue para siempre.

Nadie más que ella merecía esa sensación de bienestar, nadie más que ella merecía sentir calma y dejar de sufrir, nadie más que ella merecía ser feliz, nadie más que ella tenía los latidos de mi corazón.

Nadie más que ella merecía esa sensación de bienestar, nadie más que ella merecía sentir calma y dejar de sufrir, nadie más que ella merecía ser feliz, nadie más que ella tenía los latidos de mi corazón

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Referencia: el libro del que se habló anteriormente es: "La alargada sombra del amor" de Mathias Malzieu.

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