Katsuki, quiero mimos

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La clase 1A estaba más que sorprendida, el chisme se regó rápido, el cortejo del erizo hacia el hámster era el tema del que incluso los docentes hablaban.

Pero no podían culparlos, uno de los cambiaformas más adorables de la escuela estaba siendo cortejado por otro que era demasiado arisco, no les daba confianza. Aunque al único que debía de darle confianza era al mismo hámster.

Empezó tranquilo, llevándole dulces y semillas especiales, macetas con girasoles etc. Uno de los regalos que le dió a Izuku –y que dejó casi colapsando a su pequeño y débil corazoncito– fue un dibujo de su cara hecho a puro lápiz por el erizo. ¡Kacchan eran muy talentoso! Y él solo quería darle besitos en las mejillas esponjosas de su cortejador, si es que esa palabra existía.

Entonces, el cortejo ya llevaba dos meses, próximo a cumplir tres, y el hámster creía que era momento de dar el segundo paso, presentarle a su madre y viceversa. Bakugou no iba a negar que se puso pálido a la sola mención de conocer a la madre de su próxima pareja. Aceptó, claramente. Inko fue especialmente cariñosa con el tierno cambiaformas que su hijo quería como pareja, le pareció estupendo que una especie pequeña acompañara a su nervioso hijo, no podían culparla al no confiar en los depredadores.

Cuando Izuku conoció a los padres del erizo, fue una experiencia que jamás va a olvidar. Mitsuki, la madre de Bakugou, se la pasó dándole halagos todo el rato, haciendo enojar al erizo, que levantaba sus púas, y en respuesta la madre las levantaba con más fuerzas. Masaru, un castor, solo miraba con ojos cariñosos a su esposa e hijo, y finalmente a su próximo yerno.

Las muestras de cariño, como en toda comunidad de cambiaformas, las dejaban para la intimidad. Las citas, habían decidido ambos, serían en las casas de cada uno, no les iba bien en los lugares muy concurridos ya que se ponían nerviosos. Y la cita favorita de ambos, fue en la casa de Izuku, una noche de películas. Entre mantas tibias y muchos dulces, el hámster recibió gustoso una ronda de mimos que si fuera un felino estuviera ronroneando. Al principio Katsuki puso resistencia a hacerle cariñitos, diciendo cosas como que era demasiado cursi, pero al final aceptó que se moría por acariciarlo, y que lo único que tenía era pena. El erizo se avergonzó demasiado al saber que él había causado aquello en el adormilado hámster, un sentimiento bonito de relajación al pasar sus manos entre las hebras verdosas.

Esa noche, entre esas cuatro paredes, una de las partes más importantes del cortejo se había llevado acabo; la confianza.

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chubby cheeks || katsudeku Donde viven las historias. Descúbrelo ahora