Capítulo 22

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Es impresionante lo caprichoso que puede ser el tiempo en los días de examen. Cuando entras al aula estás toda nerviosa por lo que podría suceder y cuando comienza a correr el tiempo piensas que no te dará para responderlo todo. Tomas un par de respiraciones y te relajas.
Entonces te das cuenta que no es así pues llevas treinta minutos con la prueba hecha y aun no ha sonado el timbre que finaliza el suplicio. Te sientes aliviada y exasperada porque esos últimos cinco minutos pasan a ser 5 horas. Parecen eternos.
Y en cada uno de los segundos que pasan vez tu futuro a cámara lenta, el tiempo pasa con pericia así que puedes hacerlo. Piensas en la lista de la compra, en los exámenes que restan, en las ganas que tienes de ver una sonrisa de Theo (bueno eso solo lo pienso yo, no ustedes), en lo entretenido que es ver a Sarah Connor pateando traseros de metal y en que si el aburrimiento te pudiera sacar canas, ya yo tendría el pelo totalmente blanco.
Entonces escuchas el sonido de la libertad y no tardas ni un segundo en lanzarle a tu profesor el examen, recoger tus libros de cualquier manera y salir casi corriendo por la puerta. En otros tiempos quizás me hubiese quedado conversando, perezosamente, con mis amigas. En otros tiempos que ya no eran más.
Le envié un mensaje a mi madre avisándole de mis expectativas para la calificación de estos exámenes y que iba a pasar por Hope & Health antes de llegar a casa. Con ansiedad marqué el número de Theo (el único que me sabía de memoria) y esperé que me contestara.
Al primer timbre lo cogió y la sonrisa que se formó en mi rostro al escuchar su voz ocupaba toda mi cara.
— ¡Hey Jess! — saludó por lo bajo y casi pude sentir la sonrisa en su voz al hablarme.
Hasta el día de hoy no he sabido si era una cosa solo nuestra. El talento de oír la sonrisa del otro aunque estuviéramos a kilómetros de distancia.
— Hola. — Lo saludé yo, sonrojada sin dejar de caminar hacia la parada de autobús más cercana.
— ¿Cómo saliste en el examen?
— Bueeno... No es por presumir, pero creo que lo clavé. — respondí riendo y pude escuchar su risa, esa risa que sin importar la distancia hacía vibrar todo mi cuerpo.
— Eso tenemos que celebrarlo.
— Aun no sabes que calificación saqué. — protesté mientras me subía al autobús, ignorando las miradas de los pasajeros.
— No importa. Confío en ti si tu también confías. Confiaremos juntos.
— ¿Qué trabalenguas es ese? — reí por lo bajo y después de pagar me senté en el único asiento libre que había al fondo.
— Uno hecho solo para ti. ¿Vendrás hoy? — la esperanza en su voz hizo que me avergozara de sonrojarme, como si todos los que iban en el autobús supieran mis sentimientos por Theo. Como si mi piel los exudara.
— Ya estoy en camino. — afirmé algo achantada, como si los que iban en el bus pudieran ver escrito en mi piel lo que sentía por Theo.
— Genial. — su sonrisa trascendía la distancia. — Te espero aquí.
Ambos cortamos la llamada. Yo, con deseos infinitos de seguir escuchando su voz. Él, quién sabe. Nunca se me ocurrió preguntarle, pero esperaba que sintiera algo parecido a los mismos sentimientos que me llenaban.
Llegué a Hope & Health treinta minutos más tarde, caminé por el salón principal y saludé a todos los niños que conocía. Ivy no estaba entre ellos y me hice una nota mental para visitarla más tarde, los últimos días su energía se había drenado de una manera espantosa. El temor que sentía por ello no me dejaba descansar en paz.
La puerta de la habitación de Theo, extrañamente, se encontraba cerrada, por lo que me dirigí a los jardines para escuchar el sonido más maravilloso del mundo.
La risa de Theo parecía reverberar en la quietud de la tarde, ni las aves interrumpían su belleza. Pero a esta le acompañaba otra. Una risa masculina de hermosa similitud.
Sonreí al ver a Theo y Aaron. Conversaban en voz baja y reían como chiquillos. Casi podía imaginar a dos pequeños rubios y traviesos que eran tan temerarios como para escalar un árbol que se hallaba al lado de su casa y de este saltar al tejado.
La belleza de la infancia es que nunca desaparece por completo. Por más que envejezcamos, una acción o una palabra, puede hacer traslucir los niños que un día fuimos.
El primero en notarme fue Aaron. La mirada de él se encontró con la mía y su sonrisa disminuyó hasta convertirse en una pequeña sonrisa secreta. Secreta, por la charla que habíamos mantenido hacía algún tiempo atrás. Secreta, porque ambos nos habíamos percatado de que Theo era el eje central sobre el que giraban nuestros mundos ahora. Y lo aceptábamos.
— Jessica. — Me saludó este con una inclinación de cabeza.
El rostro de Theo se giró en mi dirección con una rapidez inaudita y su sonrisa de bienvenida fue amplia y sincera. Le sonreí de vuelta con la misma alegría inocente llenando mi pecho y me senté en un banco a su lado.
— Aaron. No sabía que estabas aquí. — saludé de vuelta sin apartar la mirada de los ahumados ojos de Theo mientras me sentaba en un banco a su lado, como reprochándole por no haberme avisado. Este rió con malicia y respondió a mi pulla.
— Es que te teníamos una propuesta y pensé que te podrías negar a venir si sabías que Aaron estaba aquí, para dejarnos algo de tiempo a solas.
— Me conoces bien. — Me negué a mirarlo algo avergonzada y complacida al percatarme de hasta que punto Theo podía adivinar mis reacciones. Como si nos conociésemos de toda la vida.
— Entonces Jess, ¿te gustaría escuchar nuestra propuesta? — interrumpió Aaron, pareciendo incómodo.
— Claro. — exclamé, imprimiéndole alegría a mi tono de voz.
— Se trata de la Navidad. Aaron y yo acostumbramos a pasarla juntos aquí, en el centro, ya que muchos de los pacientes se quedan y se hace una cena especial. Pero para el fin de año nos vamos nosotros solos para nuestra antigua casa, cenamos pizza y pasamos la noche viendo películas. Pero estábamos pensando que tu y tú madre también deben de pasarlo solas, así que se nos ocurrió ¿por qué no invitarlas a festejar el fin de año con nosotros? Entre los cuatro podemos preparar una cena más que digna y no sería una noche más del montón. ¿Tú qué opinas?
Los ojos de Theo parecían iluminarse desde dentro reflejando cada uno de sus sentimientos: esperanza, expectación, nervios. Yo no sabía que decir. Tenía muchas ganas de decir que sí, pero me parecía imposible sin saber la opinión de mi madre y eso fue lo que les dije.
— Bueno, puedes preguntárselo y hacernos saber la respuesta. Sería un placer para nosotros recibirlas en nuestra casa. — Agregó Aaron con seriedad.
— Lo que a la vez haría que nuestros perezosos traseros finalmente tengan una razón para preparar una cena decente y no seguir comiendo de enlatados y comida a domicilio. — Theo sonrió divertido y después de forma tentativa atrapó mi dedo meñique con el suyo.
Tomé aire con brusquedad, no por el miedo o el asco sino por la descarga eléctrica que siempre me provocaba tocarlo. Que agudizaba mis sentidos y aceleraba mi corazón.
— Además Jess, eres familia ahora. Y tu madre por extensión. No somos muchos ni ningún boleto premiado, pero estamos aquí si nos necesitas. — me susurró Theo, su voz segura. Aaron asintió en apoyo, pero no dijo nada.
Mis ojos se llenaron de lágrimas y aparté la mirada. Mi madre había sido mi única familia durante tanto tiempo que escuchar esas palabras de alguien más, de alguien que se me había metido tan adentro como Theo, hizo que todos los muros que había creado luego del rechazo de mi padre adoptivo y de la violación de Jared se desplomaran. No podía pensar en ello en ese momento por miedo a derrumbarme, sólo podía meterlo en un compartimiento de mi mente para revisarlo más tarde.
— Lo pensaré. — Afirmé y me puse de pie con rigidez. — ¿Qué les apetece jugar hoy? Ajedrez, damas, serpientes y escaleras...
— Monopoly. — Dijeron ambos y rieron con malicia a sabiendas de que yo era pésima negociando.
Les saqué la lengua lo que provocó la risa de todos y me dirigí a dentro para buscar el juego. En mi cabeza repitiéndose en bucle las palabras de Theo.

***

Mi madre y yo habíamos acabado de cenar cuando finalmente me animé a hablarle. Desde hacía mucho tiempo había dejado de contarle mis cosas y el asunto con Jared había provocado que la poca intimidad que tenía desapareciera por completo, y se convirtiera en asunto público.
Hablarle de Theo se sentía como abrir una puerta a una de las partes más frágiles de mi, y aunque no estaba preparada para ello aún, estaba segura de que si no lo hacía ahora, nunca lo haría.
Así que dedicándome por entero a lavar los platos (lo que me excusaba de mirarla a la cara) le hablé tratando de parecer todo lo despreocupada posible.
— En Hope & Health conocí a alguien.
— ¿Ah si? — la voz de mi madre era indiferente, aunque esta sensación era desmentida por la mirada de halcón que me dedicaba y que sentía como un hierro caliente en mis espaldas.
— Se llama Theo y nos hemos vuelto muy unidos. Solo tiene a su hermano mayor y nos invitó a pasar el fin de año con ellos. Dice que eso le da un motivo para comer una comida decente por una vez en años. — Respondí sonriendo a mi pesar.
— Y ¿me hablarás más de este chico? Creo que es necesario si vamos a cenar con él. — La mirada de mi madre llena de suspicacia me hizo suspirar con pesadez, resignada.
— Pues se llama Theodore, tiene 20 años y se graduó de Arquitectura. En realidad es algo así como un genio. — Reí terminando de lavar la vajilla.
— Y ¿vive en el Hope & Health o...? — su curiosidad me hizo mirarla enfadada.
— Vive allí, mamá. Es paralítico, pero eso no tiene nada que ver con aceptar o no su invitación a comer.
Mi réplica la hizo sonreír con orgullo.
— Está bien. Supongo que pasaremos el fin de año con tus amigos. Diles que estoy loca por conocerlos.
Estaba tan emocionada que salté a sus brazos y la abracé. Ambas reímos.
Cuando revisé mi teléfono más tarde esa noche me encontré con un mensaje de Theo:

"Y ¿qué? ¿Nos veremos el fin de año?"

Sin parar de sonreí le respondí que sí.

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⏰ Última actualización: Sep 15, 2021 ⏰

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Hecha Pedazos: Memorias de una Chica RotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora