Capítulo 1

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“Es él, mi más íntimo él, quien despierta mi vida con sus profundas llamadas secretas. Él, quien pone este encanto en mis ojos; quien pulsa, alegremente, las cuerdas de mi corazón en su múltiple armonía de placer y de pesar. Él, quien teje la tela de esta malla con matices tornasolados de oro y plata, de azul y verde, quien asoma por sus pliegues los pies, cuyo contacto homenajea...”

                               Rabindranath Tagore

Soy una chica normal. No aspiro a nada que sé que no puedo obtener. Desde hace mucho dejé de luchar y me rendí a caer en la absoluta oscuridad. El psicólogo dice que eso está mal. Que debo creer que todo mejorará. Que debo confiar en mí misma. Desde que ocurrió todo no puedo evitar sentirme sola. No tengo amigos. En parte porque me he dado cuenta de que pueden herirte y darte la espalda cuando más lo necesitas. Hay muchos así.
Por eso escribo. En terapia me pidieron que escribiera cada una de las cosas que sentía o hacía. Me gusta hacerlo. Creo que eso está bien. Me desahogo en estas páginas. Puedo finalmente decir lo que pienso. Dejarlo salir cuando siempre lo escondo frente a los otros que me juzgan sin siquiera conocerme. Así que empezaré por el inicio de todo. O al menos, el día que me reinicié por segunda vez. El día que mi vida volvió a tener sentido.
Había decidido que quería hacer algo que me diera paz y satisfacción. Que pudiera mejorar mis días y los de otros. Así que luego de ver llegar a mi madre a casa con su uniforme de enfermera, oscuras ojeras rodeando sus ojos pero aun así una brillante sonrisa iluminaba su rostro mientras me contaba lo hermoso que era el bebé que ayudó a nacer, lo supe.
Quería ser como ella.
Nunca había pensado que quería hacer, supongo que porque después de los sucesos del pasado marzo me había atrasado un año con respecto a mis otros compañeros pero ahora lo tenía claro.
Mi madre tenía amigas que me ayudaron a ser aceptada en una pequeña clínica de apoyo. Así fue como el 22 de septiembre de 2018 me detuve frente a las grandes puertas de Hope & Health.
Mi corazón se destrozó un poco cada vez más al ver niños tan enfermos e incluso heridos. Con incapacidades físicas y mentales o con desórdenes alimenticios provocados por las nefastas condiciones de vida de sus familias. Fue bueno entender que no todo rondaba alrededor mío en este mundo.
Que no sólo yo había sufrido más de lo que lo debía haber hecho a mi edad.
Por eso no me fijé en él de inmediato.
El día 24 de septiembre de 2018 lo conocí. Jugaba al scrabble con una niña que había conocido el día anterior llamada Ivy. Sonreía y reía.
Sus ojos brillaban con una fuerza inaudita y una alegría deslumbrante. Eso fue lo que me llamó la atención de él. Yo estaba tan rota que ver a personas que luchaban porque eso no les ocurriese hacía que mi corazón latiese un poco más fuerte. Se llamaba Theo y estaba en sillas de ruedas. Tendría solo un par de años más que yo. Mi voluntariado había comenzado hacía apenas dos días cuando lo vi por primera vez. Me quedé sin respiración. Su cabello como la arenizca caía sobre su frente y sus ojos de un gris tormentoso brillaban como solo lo habrían hecho los de una persona con esperanzas y ganas de vivir. En ese momento yo deseé tener aunque fuera un mínimo de esa fuerza. De esas ganas de existir que ya me habían abandonado.
Lo observé durante todo el día. Envidiándolo un poco cada vez por su energía. Por esa aura de luz que lo seguía a todas partes.

Hecha Pedazos: Memorias de una Chica RotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora