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No bajes

Estaba jugando FIFA como cualquier otra noche, nada demasiado especial sencillamente soy de esas personas que no disfruta salir mucho. Cuando llegó la noche del viernes me pareció la opción ideal para disfrutar lo que quedaba de día en casa junto a mi madre, comiéndome una pizza y completar la copa en FIFA que tanto tiempo me ha tomado terminar.

La noche transcurrió de acuerdo a lo planeado: mi madre y yo ordenamos una pizza, conversamos sobre nuestros días y luego cada quien se retiró a su respectiva  habitación. Ella trabaja como enfermera en un hospital público por lo que sus jornadas laborales tienden a ser muy angustiosas y agotadoras; así que cuando me dijo que se iría a dormir no dude ni por un segundo en detenerla de su cometido. Luego de la conversación con mi madre todo transcurrió muy tranquilamente; estuve jugando hasta las tres de la mañana, más o menos. La verdad no me había percatado de lo rápido que había pasado el tiempo, tampoco de lo mucho que estaba lloviendo afuera.

Encendí la luz de mi habitación para despertarme un poco y así terminar de ordenar algunas cosas que tenía regadas por el suelo. Al poco rato de haber encendido la luz, escucho la voz de mi madre atravesando el pasillo diciendo: “hijo, por favor, baja”.

Me sorprendí muchísimo. No era normal que mi madre se encontrará despierta a esa hora. Incrédulamente terminé de colocar unas cosas en el closet y abrí la puerta sin demasiada precaución; caminé por el pasillo para llegar a las escaleras, y al pisar el primer escalón, una mano cubre mi boca mientras que otra me pega contra de sí.

Preso del miedo, escuché la voz de mi madre en mi oído diciendo muy suavemente: “No bajes, yo también lo escuché”.

















La Foto

Dormir se ha convertido en algo sumamente angustioso para mí, mi cuerpo se rinde ante la falta de energía, no me puedo concentrar, la comida me sabe mal, las letras en el ordenador comienzan a bailar y burlarse de mis ojeras. En ciertos momentos decido arrastrarme hasta la cama, quitarme la ropa, dejar que mis pies sientan el frio del piso por un momento para enrollarme en las sabanas y obligarme a cerrar los ojos.

Coloco el celular en silencio, pero con una muy ruidosa e incómoda alarma que me traerá a la vida una vez se hayan cumplido las estrictas 5 horas que puedo cumplir con este martirio. La primera vez que sufrí parálisis del sueño fue la peor noche de mi vida. Ese día volví a caer en el vodka, quería olvidar desesperadamente a ese horrible hombre que se acercaba y me tocaban con una mórbida y sádica admiración, como si estuviera interesado en comerme.

Me acaricia el rostro, me muestra sus largos y blancos dientes, lo que hace resaltar lo oscuro de su figura. Yo sé que me mira fijamente, aunque no puedo ver sus ojos. Acaricia mi cuello, mi pecho, mi ingle, mis piernas, con la fascinación de un violador. Sus manos frías y sus dedos afilados son agujas rozando mi piel, cada noche vuelve a atormentarme. El único consuelo que tengo es que solo es un sueño, pero todo es demasiado agotador.

La estrepitosa alarma me liberó de mi celda mental. Froto mis ojos para terminar de despertarme, estiro la mano hacia el teléfono para poder apagar la alarma. La galería de fotos está abierta y la miró detenidamente y me doy cuenta de que hay al menos cincuenta fotos muy oscuras, parecía un error del sistema.

Tras detallar el cuadro negro: era yo dormido.

















La sombra que no se fue

Una tarde Beca trabajaba en su oficina. Nada fuera de lo común. Todo en orden. El escritorio, las sillas, la computadora. Al frente de ella una ventana por la que miraba al fondo del galpón. Los ruidos extraños siempre estaban presentes. Era un lugar de trabajo con muchas máquinas. Ya estaba acostumbrada.

A mano izquierda la puerta principal, mitad de vidrio, mitad de hierro. Ese día en particular se sentía más ruido del normal. El trabajo era incesante fuera de la oficina. El sol entraba por los vidrios de la puerta y se reflejaba en la pared que quedaba a su derecha. El ruido estaba tormentoso. La ponía de mal humos.  Sin querer miró hacia aquella pared. Vio entonces una sombra extraña con forma de cabeza humana. Inmediatamente volteó la mirada hacia la puerta y no había nadie.

Realmente extraño, pero tenebroso. La sombra no se movía, era como si la estuviera vigilando. Se paró entonces con algo de miedo hacia la puerta. No había nadie, ella estaba en lo cierto, pero aún cuando se parara entre la puerta y la pared la sombra seguía estando allí. Se movía, se ubicaba, pero no desaparecía.

Asustada intentó salir de la oficina para llamar a alguien y la sombra se puso frente a ella. Crecía de tamaño, casi la arropaba, no la dejaba salir. Quiso gritar y no pudo. El ruido fuera, en el galpón cesó. Era como si se hubiera quedado sola. Peor aún, sintió que se iba a desmayar.

Poco a poco sin perder de vista a la sombra se sentó nuevamente en su silla. En un momento se dio cuenta que la sombra estaba de nuevo reflejada en la pared. Se le ocurrió esperar que el sol cayera para verla desaparecer. No sucedió. Con la luna la sombra permanecía en su lugar, pero entonces pudo salir. Tenía que ir a descansar.

No le contó a nadie. Al día siguiente al llegar a trabajar apenas se sentó en el escritorio apareció la sombra. Así pasaron los días y se acostumbró a su presencia. No la retó jamás. Se quedó con la sombra que nunca se fue.
















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Datos perturbadores o oscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora