I. Es mío

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—Exijo me lo entregue —repetí con finalidad—. Me pertenece.

—Tienes la insolencia de los Hale, te concedo eso, niña; pero no te confundas, estas lejos de casa —dijo acariciándose el bigote, cada palabra cargada de condescendencia. Se recostó en su silla y me sonrió, no fue un gesto cálido.

Había algo en el brillo burlón de sus ojos, pequeños y separados, que me enervaba. William Bradley era una figura de renombre en Norteamérica y aquí estaba yo, perturbando sus dominios. Desde su perspectiva debía parecer una presa fácil.
Casi podía visualizar su aleta dorsal rondándome.

Llevábamos días en esto.

—No ha sido mi intención ser irrespetuosa, señor Bradley —dije y la devolví la sonrisa. Me incliné hacia adelante, hasta apoyar ambos antebrazos sobre la fría superficie de su escritorio—. Solo estoy preocupada ¿Qué motivo tendría un alto oficial del orden mágico para sabotear la Ley Primera de las Brujas? Llevo toda la semana dándole vueltas y aún no logro entenderlo. Me pregunto si será necesario elevar mis inquietudes al Parlamento.

Todo atisbo de humor desapareció de su rostro.

—La creía más inteligente, Alison...

—Y yo creía que era deber de cada brujo honrar el Pacto, pero aparentemente aquí no funciona así. Supongo debí haber llevado el asunto directamente al cónsul inglés, en lugar de dirigirme a sus oficinas, señor Bradley. Intentaba ahorrarnos un incidente internacional; sería muy mala publicidad para la sede estadounidense, ¿no cree?

No respondió, pero el latido en su sien gritaba volúmenes sobre su creciente "afecto" hacia mi persona. Me hizo un gesto afirmativo con la cabeza y tomó el teléfono. La mirada que me lanzó antes de marcar el número prometía represalias; este no era un hombre acostumbrado a ser desafiado.
Debieron contestarle al primer tono.
—Tráiganlo —ordenó y finalizó la llamada.

El silencio que nos envolvió era más denso que cualquiera de los anteriores, que tampoco fueron demasiados; nuestra rutina habitual se conformaba por mi insistencia y sus rechazos. Me di cuenta entonces de que no tenía idea de qué hacer a continuación, estaba nerviosa.

—Se está inmiscuyendo en algo que no le compete... —sus palabras rompieron mis cavilaciones.

—¿Qué no me compete? Es mi deber y mi derecho... —lo recité como un cántico, no porque realmente lo creyese—. Usted debería entenderlo.

—Es usted quien no está entendiendo. Esto es peligroso y no es asunto suyo...

—Soy su ancla, el Pacto... —Era increíble que en serio tuviese que explicarle esto.

—¡El Pacto no debió ocurrir!

Por fin alguien decía lo que todos pensábamos.
Le había dado tantas vueltas en mi cabeza a esa idea que me parecía insólito escucharla en voz alta.
¿Cómo se suponía debía responder a eso?

Unos golpes en la puerta.

Bradley me observó detenidamente, el mensaje claro en sus ojos. "Es tu última oportunidad". Ante mi silencio, suspiró.

—¡Adelante! —llamó.

La puerta se abrió inmediatamente, un joven de cabello rojizo, uniforme policial y rostro serio me evaluó brevemente antes de dirigirse a Bradley.

—¿Señor? —dijo.

—Hazlo pasar —respondió Bradley, otra vez tocándose el bigote.
Comenzaba a asociarlo con un gesto de disgusto.

Fue entonces cuando me percaté de la figura detrás del recién llegado.

—Si no es necesario, preferiría marcharnos cuanto antes —dije mientras me ponía de pie.

El reproche en los ojos del hombre mayor casi me hizo avergonzarme de mi impertinencia; casi. Luego de unos segundos, cuando mi determinación se hizo demasiado obvia, asintió.

—Oficial, libérelo, le pertenece a la señorita Hale —dijo Bradley. Le hablaba al muchacho, pero su mirada jamás abandonó la mía. De alguna forma, mi victoria en sus labios, sonó como una sentencia.

—Pero, señor... —titubeó el joven y una mirada de su superior silenció el resto de la réplica.

Di la vuelta y caminé hacia la salida sin formalismos.
Por fin podía observarlo.
La segunda figura junto a la puerta llevaba un simple pijama negro: pantalones holgados y una remera de manga larga, algo estrujada; iba despeinado y descalzo. Parecía acabaran de arrastrarlo fuera de la cama; no sería de extrañarse, pasaba de las once.

Era difícil establecer una comparación, cuando solo lo había visto una vez, pero juraba estaba más delgado... y pálido. Mantenía la vista en el suelo y el ceño fruncido; era desconcertante. ¿Por qué no me miraba?

El guardia le había retirado algo de los tobillos y se ocupaba ahora de sus muñecas. Sentí el gusto amargo de la bilis en mi garganta ¿lo tenían encadenado?

—Con este gesto de buena fe, espero hayan quedado satisfechas todas sus inquietudes, Alison. Confío en su voluntad para preservar el trato armonioso entre nuestras sedes y mantener el foco internacional alejado de este insignificante malentendido. Solo cumplimos nuestro deber: velar por su bienestar y el de toda la Comunidad Sobrenatural; lamentamos profundamente cualquier molestia que esto haya podido ocasionarle —dijo Bradley con burlona diplomacia.

—Sí, William, esto quedará entre nosotros. —Casi me río al ver su cara al escucharme llamarlo por su primer nombre.

—Oficial, acompáñelos a la salida —dijo y nos despidió con un movimiento impaciente de la mano y gesto molesto.

Crucé el umbral de la oficina extrañamente reconfortada por la presencia a mi lado, hasta ese momento, no se me había ocurrido la posibilidad de que se negara a acompañarme.
En cambio, las pisadas de mi joven escolta, me causaban particular indignación. El chico pelirrojo iba a salir detrás de mí, su mano ya en el pomo de la puerta, cuando lo detuve.

—No hace falta que nos escoltes, a estas alturas podría recorrer este edificio con los ojos vendados —le aclaré al pelirrojo, antes de voltearme hacia Bradley —. Gracias por cuidar de él. No lo olvidaré —señalé, haciendo inconfundible la promesa de retribución detrás del agradecimiento.

Sonreí y cerré la puerta, dejando al otro lado idénticas expresiones de desconcierto en el comisario y su chico de los recados.

Al voltearme, un laberinto de pasillos mal iluminados y una figura inmóvil, me aguardaban.
—Vámonos a casa —dije al demonio junto a mí.

Hasta que la muerte nos separe, Demonio. Demonic Vows #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora