ᴘᴀʀᴛᴇ ᴛʀᴇꜱ

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"El universo es muy finito para explotar la infinitud de los orgasmos que se avecinan."

.  .  .

—Porque a ti, mi amada vestida con la luz de la luna, nunca te bastó la oscuridad para sentirte poderosa. 

Mis brazos suplicaron por la libertad en un grito ensordecedor cuando Neith bajó directo a mis piernas con un látigo en mano, soltando un pinchazo de dolor en el área de mis muslos.

Aquel juego que habíamos iniciado, con cada paso se volvía más intenso, más poderoso, más apasionado. 

No dejaba de pensar en cómo es que la situación había terminado en este punto. Mientras más me daba, más le pedía y más dolía. Cegada de placer en aquella habitación oscura tan solo alumbrada por el claro de la luna y unas cuantas penumbras de velas sentía que estaba en un plano astral completamente distinto al que conocía.

—Por favor, por favor... —gemí.— Dame un poco. 

—¿Darte qué? —reprochó, recorriendo con el látigo la piel desnuda de mis piernas.

El calor burbujeante de mi vientre sólo se alteró más.

—Dame un poco más.

Como si hubiese dicho algo indisciplinado, me miró con ojos divertidos; se estaba divirtiendo con mi sufrimiento. Le hacía gracia que le pidiera y lo tenía muy claro, lo único que imploraba era su pene entre mis piernas. Sin embargo Neith era muy soberbio como para dármelo, le gustaba que le rogara, que le hiciera saber perfectamente bien que me estaba volviendo loca.

—¿Me exiges, Reen? —soltó a penas el inicio de una risa.— Mira qué rebeldía la tuya. 

Con su mano izquierda atrajo las cadenas que mantenían mis brazos elevados en un movimiento brusco, se inclinó hasta quedar a la altura de mi rostro, su vaho imprimiendo mi rostro de vapor. 

Podía sentirlo, el calor que se expandía dentro de la habitación. Las ventanas estaban empañadas, el dorso cubierto de una fina capa de sudor en donde llevaba el arnés colgando desde el cuello. 

—¿Estás caliente? —ronroneó.

—Moderadamente sí, si no me detienes.

Bajó el cierre de su pantalón, dejándome ver a su prominente amigo duro y completamente erecto. Me incliné hacia delante, con la intención de acercarlo a mis labios, sin embargo él comenzó a reír.

—Ah no, no, no. —jaló las cadenas hacia atrás.— ¿Crees que te lo mereces? 

Solté un reproche. —Ya me haz castigado bastante, papi. Por favor

—¿Lo quieres, no es cierto?

Mordí mi labio. —Sí.

Siendo generoso soltó las cadenas y mis brazos cayeron en un movimiento abrupto hacia los lados. 

De rodillas en el suelo, el clítoris me palpitaba rogando por el contacto de sus dedos. Mi vagina no podía apagar el deseo de tenerlo ya dentro. Me miró desde arriba, enaltecedor, su mirada demostrando desdén.

El quinto clímax del infierno +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora