Capítulo 3

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Elizabeth

—Injusto—murmuro apagando la alarma—es injusto que me hagan levantarme temprano cuando la cama está cálida y no he tenido todas mi horas de sueño.

Froto mis ojos mientras me siento y estiro mi cuerpo adormecido, detesto levantarme temprano, odio a los que crearon las alarmas, odio que mi hora laboral sea a partir de las 6:00 am y odio a todos por las mañanas.

Desde mi lugar miro la ventana de cristal que da paso a los tenues rayos de sol, es lo único que me gusta de levantarme temprano.

—Venga Elizabeth es hora de desperezarse—musito.

Mis pies se estremecen al sentir el contacto del frío suelo, busco mis pantuflas y suelto un suspiro al sentirlas cálidas y suaves. Camino hacia el espejo que tengo enfrente y suelto un grito de espanto al ver que tengo ojeras.

Ay no, tenía que ser justamente hoy que me ascienden, vaya mierda de día.

—¡¿Qué pasa?!—Andrea entra con un zapato en la mano y me mira frunciendo el ceño.

— Mira mi cara, tengo ojeras—exclamo horrorizada.

— Por lo que más quieras dime que nos has gritado por eso porque juro que te tragas mi zapato—espetó.

—Puede—mascullo.

Estira el brazo hacia atrás y me lanza el zapato dándome en la cabeza.

—¡¿Acaso quieres matarme?!

— La que me quiere matar a mi eres tú, con ese grito pensé que te había pasado algo, sentí que me daban tres infartos y dos paros respiratorios.

—Ay hija de mi vida que exagerada eres—ruedo los ojos—¿y ese milagro que estás despierta tan temprano?

—Ayer no pude dormir nada, me quedé preocupada por ti—niego con la cabeza.

— No deberías preocuparte por mí —dispuse.

—¿Perdona?, tú no deberías dejar de tomar los medicamentos.

—No puedo tomarlos, me ponen mala y me alteran.

— Más mala te ponme esos ataques—ladró, hace una pausa y sus rasgos cambian a uno preocupado—tienes que tomarlos, no puedes vivir la vida entera con esos ataques cada vez que hay sangre.

—Si puedo—titubeo.

—Si claro y yo puedo volar, no te jode—ironiza—Liz, te tomas las pastillas o llamo a mamá para que te obligue a tomártelas.

—Está bien las tomaré, cuando salga del trabajo las compro, pero no le digas nada a mamá o se pondrá histérica.

—Genial, entonces vamos que te preparé el desayuno—asiento—Ah, ya se me olvidaba, toma el colgante.

—Cierto, ya ni lo recordaba—me lo coloco.

Agarro mi teléfono y le escribo un mensaje a Alan ya que él es quien me lleva a trabajar.

Elizabeth: ¿Estás despierto o tengo que ir a despertarte?

Alan: Buenos días, yo amanecí bien, gracias por preguntar.

Elizabeth: Ash, buenos días mi solecito, menos mal que amaneciste bien, ¿así te gusta que empiece? Porque a mi no.

Alan: En serio Liz, sigue con esa actitud y morirás sola o quizás con mucha suerte y puedas vivir con cien gatos.

Elizabeth: Moriré al final de una alergia, eres bobo, mejor te dejo porque ya me amargaste la mañana.

Alan: Tus mañanas siempre son amargas no me culpes a mí.

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