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El piso del baño era frio y algo húmedo, Myrtle la llorona había dejado de hacer sus lastimeros y raros lamentos desde hace rato y se había ido a esconder a algún lugar, ya los conocía, sabía que se metían a su baño a resolver sus diferencias, bueno a golpearse en realidad o a tener un duelo de varitas y hechizos.

En esta ocasión Diluc fue el perdedor, de nada sirvió hacerle frente con sus hechizos perfectos y bien coordinados, si al final habían terminado en los puños. Su labio estaba partido y Kaeya desde hace tiempo se había marchado.

Que tan cobarde habría que ser para no quedarse a seguir golpeándolo. Eso siempre pasaba, si Kaeya ganaba simplemente se iba y nunca lo insultaba o lo exhibía al día siguiente con los de su casa.

Lo evitaba más que nada, y solo él sabía lo que pasaba por su mente. A veces tenía algo de curiosidad por la vida de Kaeya, sin embargo, no había una vuelta atrás. Estaba en su último año en el colegio y él había sido un imbécil inmaduro desde el principio.

Si alguna vez su viejo conocido tuvo la intención de acercarse a el lo había arruinado. Quien querría seguir hablándole a un ser como el, creído, perfeccionista y arrogante, nadie estaba tan loco como para hacerlo después de tan feos tratos.

Él había comenzado los pequeños altercados entre los dos intentando liberar su frustración, con el tiempo se fue haciendo cada día peor. Sin embargo, todo era problemas de él, Kaeya fue el que recibió el extremo feo de todo eso.

Si ahora esta era la única forma de liberar el estrés de ambos estaba dispuesto a seguir golpeándose con él, de todas maneras, le servía de práctica. Había comprendido muchas cosas al hablar con su padre, se dio cuenta del limitado panorama que el manejaba.

Otro mes llego y con él una nueva pelea, sus amigos ya sabían que ambos se reunían en ese baño a golpearse como bestias, no se involucrarían, solo los dejaban ser.

Hoy eso no era diferente. Ya habían llegado al punto en que estaban uno encima del otro golpeándose y rodando, ni siquiera Myrtle los observaba y solo prefería vagar por allí.

El puño de Diluc se había estrellado contra la cara de Kaeya, ya había un moretón anterior en su rostro de otro golpe, que más tarde sería curado con magia o con alguna poción brindada por Tartaglia o por otro de sus amigos.

Se había prácticamente sentado arriba de él y sostenía su cuello contra el piso para que no se moviera y pudiese golpearlo mejor, sin embargo, Kaeya no era débil y siempre peleaba al parejo con él, por eso las victorias eran más una decisión de la suerte o quien podía durar más. Aun así, Kaeya le dio un golpe fuerte en la cara también, lo que lo dejo algo desorientado, sin embargo, jamás aflojo el agarre sobre él o se levantó, quizá fue el golpe o que la cara de Kaeya hoy parecía más miserable que nunca, pero se inclinó, alzo el brazo y... ¡lo beso?

Sí, eso era exactamente lo que estaba haciendo, el pobre Kaeya está más desorientado al ser el receptor de ese pobre beso, tan pequeño y simple. Quizá le había causado una contusión a Diluc con ese último puñetazo o se había vuelto loco. Qué clase de beso sin chiste era ese.

Mierda. La sangre caliente y la adrenalina que corría por su cuerpo no ayudaba. Estaba loco al excitarse en una situación así de absurda.

Ya es costumbreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora