Dioses ¡Debemos estar locos!

18 1 2
                                    

Llegaron a la ya mencionada arena y se encontraron que dentro había encerrados dos dragones Greyhart, uno blanco y otro negro con enormes alas y una cabeza imponente. Saltaban con sus potentes patas y volaban apenas separados unos milímetros del suelo. Ambos escupían fuego a los trabajadores del criadero, que trataban de darles en alguno de sus puntos débiles. Con un potente coletazos, el blanco golpeó la Red, y los trabajadores que estaban allí apostados disparando cayeron hacia atrás.

Lo mismo que antes había tomado el control de Eldor se apoderó de ambas mentes. Antes de que se dieran cuenta, se habían acercado a la gran puerta de hierro, robado unos escudos y colado dentro del recinto por el hueco que dejaba una valla mal cerrada.

-Nos vamos a arrepentir de esto- murmuró Eldor.

-Eso creo.

Los guardias dieron un grito desde arriba y pararon de disparar flechas.

-¡Salid de ahí! ¿Cómo han entrado? ¡Que alguien los saque de ahí ahora mismo o acabaran muertos!

Los chicos siguieron avanzando. Los dragones gruñeron y patearon el suelo. Les estaban advirtiendo. Con movimientos tranquilos les mostraron que no iban armados y posaron los escudos en el suelo.

-No os haremos nada- dijo bajo Iset- nada.
Se acercaron aún más. Los animales, incómodos gruñeron.

-Tranquilos- volvió a decir, esta vez en élfico antiguo- tranquilos.

Se acercaron aún más. Entonces, alguien desde arriba tuvo la brillante idea de golpear el metal para que se siguiera atacando, y los dragones, que parecían ir apaciguándose, rugieron y les escupieron fuego a los chicos, que se libraron por los pelos saltando a un lado, reculando y  recogiendo los escudos.  Después de eso los dragones parecieron olvidarse de ellos mientras atacaban a los criadores, que disparaban flechas a la menor oportunidad.

 
-No podemos dejar que les hagan daño- gritó Eldor por encima de los rugidos- Hay que protegerles los ojos, si no les dan ahí no harán el latigazo y no les podrán atacar el cuello. Ve a por el blanco y yo me ocupo del negro.

Así, con los escudos, corrieron hacia las bestias y se subieron a sus patas, para escalar a su cuello y llegar a la cabeza. De nuevo pararon los ataques por el riesgo a matar a los hermanos.

Los animales aprovecharon entonces para sacudirse a los jóvenes de encima. Volaron unos metros y cayeron contra la arena, levantando polvo y sintieron como los dragones ponían sus patas a los lados y bajaban su cabeza sobre ellos, dejando caer gotero es de babas sobre ellos.

De nuevo flechas cayeron en la arena, mientras los chicos se hacían ovillos debajo de los escudos y varias personas, armadas con arcos, escudos y cadenas penetraban en la arena. Varias flechas que dispararon estos últimos,  cayeron cerca de los jóvenes, en numerosas ocasiones  a punto de darles.

-Por si no salimos de esta, te quiero- dijo Eldor mentalmente a Iset.

-Yo también.

Entrelazaron sus mentes como un abrazo y esperaron a que una flecha les diese o que un dragón les pisara.

Pero entonces los dragones hicieron lo nunca visto. Dispararon llamaradas contra todos los atacantes y aprovechando la confusión del momento, se echaron alrededor de los chicos, protegiéndoles con sus cuerpos y evitando que nadie se acercara.

Tras  esto, alguien maldijo:

-¡No podemos atacarles, si se caen lo harán encima de los chicos, parad el ataque! ¡No hagáis nada!

-¡Ellos se metieron ahí, los dragones no pueden quedar en pie o nos matarán a todos!

-Soy tu superiora y te atendrás a mis decisiones.

-Nos mataran.

-Es un riesgo que estoy dispuesta a correr. Deponed armas.

Uno a uno, no muy convencidos, los trabajadores bajaron los arcos, y aquellos que habían entrado en la arena los tiraron al suelo despacio junto a unas cadenas pensadas para cogerles las alas.

Los dragones al ver esto, se levantaron cautelosamente y agacharon la cabeza hacia los hermanos (el blanco sobre Iset y el negro sobre Eldor) que dejaron caer los escudos a un lado y les miraron desde el suelo, con mayor tranquilidad de la que cualquiera pudiera tener en esa situación.

Al unísono, los dragones les lambieron, y soltando pequeños gruñidos simulando risa, ante la reacción de horror de los espectadores, les cogieron con delicadeza por los pliegues de la ropa,  les pusieron en pie y bajaron sus cabezas en señal de respeto.

La gente exclamó asombrada, y alguien se acercó con mucha precaución a los chicos y les sacó de allí, no sin antes asegurar que no harían nada a los dragones, pues según dijo: "el protocolo de matar solo se activa si no se consigue ni atrapar ni tranquilizar, como antes"

Eldor  e Iset 2: Dragones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora