Lando 💛

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Lando subió a ese tren por tercera vez en su vida. Esta vez no tenia un motivo lógico para hacerlo tampoco ninguna escusa. Simplemente se sintió obligado.
Se desplazo por los vagones lentamente, no tenia ninguna prisa, hasta llegar al séptimo de ellos. En el asiento de siempre mirando por la ventana estaba ella. Norris respiro ondo mientras se sentaba sin apartar su mirada de la chica. Desde su asiento, el mismo de los viajes anteriores, tenia una vista perfecta de ella sin que su presencia se notara.
Se sentía mal, sentía que estaba invadiendo su privacidad descaradamente, espiandola desde las sombras. Y es que desde el primer momento en el que su mirada se poso en ella no se la había podido quitar de la mente.

Cuando aquel día subió al tren con dos de sus amigos y eligieron un vagón aleatoriamente sí que tenia un motivo para estar allí. Un destino lógico al que llegar. Ella iba de negro, con unos pantalones de cuero ajustados, una sudadera ancha con capucha y unas botas militares. Era guapa, muy guapa. Cualquiera que tuviera la suerte de mirarla se daría cuanta de ello y Lando no fue la excepción. El viaje era de una hora y media, tiempo suficiente para observarla y grabarla en su cabeza. Parecía de su edad, de unos veintiún años. Se fijó detalladamente en su rostro. Tenia los ojos grandes y gracias a la luz de la estancia pudo darse cuenta de que eran de un verde oscuro, estaban enmarcados por espesas pestañas negras que aleteaban con cada pestañeo. Agudizando su vista puedo ver que la chica tenia cientos de pecas esparcidas por sus mejillas y nariz, sus labios eran gruesos y parecían suaves, y al ver como la chica se pasaba la lengua por ellos le dieron ganas de comprobar si estaba en lo cierto. Tenia el pelo negro y lacio que le caia por el hombro en cascada.
Delante suyo tenia un cuaderno con el portátil abierto a su lado, pausadamente deslizaba el bolígrafo sobre el papel escribiendo algo. Estaba aislada del ruido gracias a sus auriculares que reproducían una canción. En ese momento a Lando se le pasaron millones de preguntas por su cabeza y todas relacionadas con ella. Por alguna estraña razón su corazón había empezado a latir más rápido y su boca se había secado. Ni siquiera se dio cuenta de que Carlos, su amigo, sentado a su lado le había comenzado a contar algo. Pero él no le estaba escuchando, no podía, estaba concentrado en otra cosa. Más rápido de lo que quería llegaron a su destino y se tuvo que despedir de manera silenciosa de la chica a pesar de no querer hacerlo. El resto del día no pudo pensar en otra cosa.




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