Lo que sentimos

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Raoul Am tenía una mente privilegiada, y podía evocar desde sus recuerdos cualquier fragmento vivido, como si los tuviera sobre sus ojos en nueva cuenta.
Nunca se había considerado un masoquista, pero revivir los momentos al lado de Katze, dolían lo suficiente como al mismo tiempo querer cumplir con todas las solicitudes y exigencias de Iason Mink, sin reparos, para tenerlo de nuevo entre sus brazos.
Lo primero que conoció de Katze fue su faceta elegante, refinada e inteligente; el porte recto de su espalda dibujaba las líneas más largas y armoniosas de su figura, vistiendo su traje oscuro… o así lo recordaba Raoul, del primer día donde Katze lo impresionó.
Recordaba estar preocupado por Iason ante su irracional comportamiento poco Blondie, al mantener a Riki como mascota por tantos años y para ahondar males lo trasladaba a un departamento lujoso, lejos de Eos, donde también se perdía constantemente, desplazando todas sus demás actividades. Raoul se sentía así: desplazado. Su amistad pasó a conversaciones breves por el pasillo y post reuniones. Adiós los largos encuentros con juegos de mesa o disfrutar juntos de algún espectáculo con conversaciones entretenidas.
Raoul estaba preocupado, pensaba en todo el daño que la reputación de su hermano estaba sufriendo y solo pensaba en las terribles consecuencias que caerían irremediablemente sobre Iason. Tenía que evitarlo, debía existir alguna forma más allá de prevenir al favorito de Júpiter. Claro que hablar con él no estaba funcionando. Además, no quería interferir directamente más de lo echo, temía llamar demasiado la atención sobreprotectora de Júpiter sobre el asunto, llegó a la conclusión que el mejor camino, era recurrir a lo que creía que estaba muy por debajo de él.
Un chucho, un simple ex mueble, usado como el lápiz más puntiagudo de la caja de colores de Iason… una simple herramienta barata para los diversos trabajos. Reuniendo su objetividad, Raoul se preparó para visitar al “competente” mestizo, llamado Katze.
No es como si fuera a pedir cita, simplemente se apareció en su oficina. La conocía porque había visto al hombre como sombra de Iason varias veces cuando se reunían en ese lugar, pero nunca distinguió realmente a Katze, era un mueble más detrás de su Amo.
Sólo lo vio una vez antes, cuando Katze era un jovencito. Pero había pasado tanto de eso.
Cuando entró en la oficina, Katze estaba de pie al lado de la amplia ventana, mirando a lo lejos con expresión neutra. La luz del sol muriendo a lo lejos le pintó el rostro y reflejó un brillo luminoso en sus ojos dorados. Vestía un traje costoso y camisa, ambas de color negro azabache, resaltaba bastante su piel nívea. Pero el detalle que adornaba con gusto su aspecto era la joya de forma ovalada en color turquesa. Le recordó un poco a los ojos de Iason y como una ocurrencia para examinar después, Raoul pensó que lo mejor sería que fuera verde, como el de sus propios ojos.
Cuando se giró para verlo, tenía la expresión tranquila y labios rectos.
Labios bien formados, llenos y rojos.
Basándose en observaciones clínicas e investigaciones antropométricas, Raoul definió la tipología constitucional de su cuerpo con una mirada conocedora y eclipsó de diversas formas todas las criaturas que consideraba hermosas.
Luego vino todo lo demás: la educada voz y el comportamiento digno con elegancia de modales refinados, su caminar modulado y su carácter alejado de zalamería absurda. Cuándo Katze puso las manos sobre el escritorio, supo que podría quedar loco por éste sujeto. Eran manos masculinas y armoniosas, las más finas que jamás vio…
Raoul buscaba la perfección y varias de sus creaciones de laboratorio encontraban la muerte por su capricho, o bien podría llamarse determinación, de encontrar las manos perfectas. Una parte del cuerpo poco vistosa, cuando se trataba de otros aspectos, pero tan importante para los verdaderos buscadores de la belleza.
Katze tenía las manos pálidas y de piel tersa, dedos largos poco nudosos y las uñas cuidadas con el perfecto recortado. Sin cicatrices, ni marcas visibles.
¿Y la cicatriz de su rostro? ¿Ese detalle no desmejoraba todo lo demás? No, Raoul recordada bien el rostro de Katze sin cicatriz, y conocía la historia detrás de ella. Veía esa marca como un precio que pagó por mantenerse con vida. Katze era perfecto con o sin ella.
A pesar de ser solo un mestizo con el título poco honroso de mueble, había demasiado orgullo en Katze, que Raoul notó de inmediato. Era orgullo de un trabajo muy bien echo, de ser competente en lo que se le confiara. Y como dato, también notó la lealtad a Iason, pues los objetivos de Katze, siempre eran en favor a los intereses de su Maestro y los cumplía sobrepasando las expectativas, Iason siempre hablaba de esa forma de este chucho en particular. Raoul creía que era una exageración… en realidad, no.
En posteriores reuniones, notó que la personalidad de Katze no era un plano trazado de forma unilateral, si bien cerca a los Élites y más aún frente a Iason, su comportamiento era impecable, había ganado por buenas razones el título de Líder del Mercado Negro, daba órdenes a sus subordinados como un verdadero maestro con autoridad irrevocable, ocultaba su arma siempre cargada en su desgastada chaqueta y era capaz de llenarse la boca del lenguaje soez de Ceres junto a sus infaltables cigarrillos.
Fue fascinante conocer ese lado suyo…
Sin embargo, Raoul no estaba acostumbrado a recibir negativas y la sorpresa que venga de Katze lo hizo sonreír de adrenalina ¿Quién se creía este chucho? Negándose a responder preguntas, incluso fue tan sutil para darle una advertencia: “Me veré obligado a decírselo a mi Maestro”. Eso fue poner una línea muy bien pensada para reprimir posibles represalias… Así que Raoul continuó visitando al obstinado mestizo que se oponía a cooperar en su propósito de entender el comportamiento de Iason Mink, y sin darse cuenta, perdió la objetividad de su misión, cuando para conseguir algo de ayuda ofreció voluntariamente camuflados chantajes de una cena lujosa o un almuerzo, acompañados por un bello paisaje…
Varias fueron las ocasiones donde se quedó esperando y esperando, hasta comprender que Katze no llegaría a la cita ¡Qué desplante! Pero más sorprendido se quedó Raoul, que lejos de sentirse ofendido e indignado, se llenaba la mente de preocupación ¿Si algo malo le pasó de camino a su reunión? Hay muchos locos conduciendo por ahí. Estas veladas terminaban con él, llamando insistentemente al comerciante hasta que contestara o si no lo hacía, lo buscaba con insistencia.
Katze se presentaba a otras, sin mas demora, tal vez para evitar que Raoul lo volviera loco con insistentes llamadas o para que no se apareciera en sus oficinas; fue gratificante para ambos poder compartir agradables conversaciones inteligentes, Raoul se deleitaba del refrescante ángulo alejado de la falsa cortesía de sus hermanos Élites que Katze usaba, y a su vez, Katze aprendió que Raoul Am era en realidad alguien amable con él, invitándolo a comer, haciendo obsequios y preocupado por su salud... Sorprendentemente el tiempo se hacía relativo para Raoul, minutos ligeros cuándo estaban cerca y horas interminables deseando la siguiente velada, deseando que acudiera.
Una noche, después de despedir al pequeño grupo de violinistas, quedó claro que Katze no llegaría. Fue extrañamente preocupante el darse cuenta de su propia angustia ¿Dónde estaba el mestizo obstinado? Decidió que no era suficiente llamarlo o intentar rastrear su ubicación. Fue a su oficina, a su departamento en Midas y por último, lo encontró, en su refugio subterráneo.
Quizá, si el pelirrojo testarudo hubiera contestado a su infinidad de llamadas, hubiera llegado antes para detener la hemorragia provocada por una lesión de arma punzante en zona derecha costal.
Botiquín en el suelo del baño, varios objetos esparcidos y Katze desplomado cerca a la bañera en un lío sangriento.
Raoul nunca se sintió tan angustiado al saber que un humano podría morir, delante de sus ojos y entre sus brazos… nunca la desesperación de encontrar asistencia pronta y evitar la muerte rugieron en sus tímpanos. Experimentó la verdadera dicha de evitar lo peor y verlo abrir sus hermosos ojos y sonreír.
-Nunca imaginé que despertaría un día para verte precisamente a ti – pareció que lo dijo aún bajo los efectos de la anestesia después de una cirugía de emergencia, rio un poco entre dientes y se quedó dormido de nuevo.
Convencido que estaba fascinado por Katze, continuó en esa misma dinámica de relación, donde Raoul parecía que lo perseguía y Katze no se dejaba encontrar, pero surgió una cena particular como agradecimiento por salvarle la vida y algunas más después de esa, donde permitieron a sus sentimientos emerger a la superficie sin la marcada barrera social entre ellos…
Sólo eran Raoul y Katze.
Pero llegó Dana Bahn, que marcó sus claros papeles, bajo la mirada de Júpiter que vigilaba todo, Raoul hizo aquella llamada a Katze después de la explosión. Notó el miedo en su voz incierta y en la mentira que contó. “Guarda silencio”, le dijo para protegerlo, para minimizar su participación.
Siempre pensó que la lealtad de Katze por Iason, era un síntoma normal que guardaban los muebles por sus Maestros. Pasaban tanto tiempo atendiendo sus necesidades que podían anticiparlas, dándoles un sentimiento de utilidad y que su existencia era una necesidad de aquellos a los que servían.
Raoul estaba equivocado, en Katze era más que eso.
Al día siguiente de la explosión, Raoul se aproximó a la guarida de su pelirrojo, debajo de la farmacia. Podía permitirse unas cuantas horas ante todo el caos de la Torre Eos.
Katze nunca contestó sus constantes llamadas y ahora no abría la puerta; sabía que estaba ahí, era tan obvio, por debajo de la rendija del portal se sentía el olor acre de sus cigarrillos filtrándose perceptiblemente para su sensible olfato. Después de insistir un poco más, se abrió.
Una nube de humo irrespirable golpeó a Raoul, agitó la mano para poder adentrarse.
Katze estaba cerca a la entrada, vestía unos vaqueros desgastados, su suéter grueso y tenía los ojos rojos.
Se veía un poco hostil, ceñudo y con el palito blanco colgando de sus labios; no lo miró. No dijo nada, solo marcó espacio entre ellos.
-Los encontraron… Júpiter actuó rápido.
Apenas movió los ojos a su dirección, había más que dolor en su mirada… era desolación.
Katze adoraba a Iason y había poco que no haría por él.
-Están vivos, los dos.
Esas palabras le devolvieron el color a su piel y a sus ojos, que parecían muertos. Katze podía respirar de nuevo.
¿Iason sabía lo que significaba para su leal mueble? Raoul se lo preguntaba, pero entendió y respetó esos sentimientos… amaba al hombre que había debajo de esa faceta de mueble o comerciante y sabía que Iason nunca podría acoger entre sus brazos su figura esbelta o secar con calma sus lágrimas. Tal vez fue egoísta por parte de Raoul pensar así, quizá hubo indicios de celos naciendo, pero tampoco tenia que ser de esa forma.
Porque Iason era el Maestro.
Pero Raoul era su amante.
Y veía impotente, a través de su pantalla la total fuerza del Maestro que usaba implacablemente a su mueble para sus propósitos.
Como si Katze, fuera un objeto inanimado.
Sintiera lo que sintiera Katze, era como si el mundo se estuviera cayendo a su alrededor.

Todo por RikiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora