Los mechones rojizos caían pegados a mi frente, el sudor pese al frío de invierno rodaba por mi frente y espalda, sentía la blusa empapada. Me quité la bufanda para el aire gélido me refresque el pecho, mi ira crecía, tenía miedo de lo que podía hacer, no quería recaer en el descontrol que había sido mi vida años atrás.
Con el corazón en los oídos golpee un contenedor de basura, le propine un golpe, tras otro. Podía ver la cara de Luca, su sonrisa arrogante, y sus insinuaciones tiradas como dardos una y otra vez al mismo lugar. Ciertamente reconocía que su cercanía me había despertado una pequeña chispa de curiosidad, pero había muerto cuando lleve mi mano hacía su entrepierna para que se alejara. Aunque esta fue otra excusa, no había sido culpa de él, sino del ascensor y la electricidad. Sus brazos me habían ayudado, sí, pero mis límites se fueron al caño con eso, y era algo que no lo iba a permitir.
De pequeña aprendí muchas cosas, mi padre me obligó a hacer varias de ellas, claro que en ese momento era alguien diferente, una pequeña niña asustada por el mundo. Pero mi padre también obligo a ver que el mundo era un lugar cruel, un infierno si pones en retrospectiva con otros asuntos.
Una vez recuperada, subí a mi automóvil, el sedán compacto la gravilla con la nieve y salí disparada a casa.
Casa. Esa palabra se había convertido en eso una palabra, para muchos, casa significa hogar, para mi casa siempre fue sufrimiento. Mi mundo ya era gris desde que tomé conciencia. Me miré en el espejo retrovisor, mi cabello era una mata rojiza desordenada, como un puñado de heno, mechones se habían escapado de la coleta. Sentía un regusto ácido, amargo y fétido salir por mi boca, hace mucho que no había perdido la compostura, hoy no iba a ser diferente.
La Mansión Gervais se yergue ante mí, imperiosa, recuerdo los años que vivía continuamente aquí, años de niñez perdida en otros problemas, quizá en otra vida. Mi padre me había enseñado a temer de mi misma, ya no recuerdo exactamente cuando me di cuenta de ello, si cuando ya era yo o antes de que mi vida diera un giro extremo, no lo sé y tal vez así sea mejor.
El sol hace mucho se había ocultado, las luces ya se encontraban encendidas, las siluetas de Charlotte o Perla cruzó por una de las ventanas. Tras la muerte de mi padre, mi madre había caído en una depresión absoluta, yo solamente podía cumplir como hija, velar por ella, en un arrebato de dolor ella despidió a todos y se decidió por dejar a estas dos señoras, creo que el motivo es por el apego emocional que desarrollado por ellas, desde que tengo uso de razón han estado con ella, han estado aquí sirviendo a la familia Gervais, velando por el bien de mis padres, y en su momento en el mío.
Abrí las puertas lista para enfrentar un aura de melancolía.
—Buenas noches— vocifere, no había ninguna de las tres a la vista, madre seguramente estaría en cama sobrellevando su dolor, las señoras de servicio estarían en cualquier lugar de la casa.
Comencé a subir las escaleras, me dirigí a la habitación de mi madre, las cortinas estaban cerradas a cal y canto, el lugar era como un grumoso abismo de tristeza, algo así como mi interior. Reconocía ciertamente que mi interior estaba consumido hasta las cenizas, pero por fuera debía ser fuerte, en el exterior debía ser una Gervais como lo había sido mi padre, por muy retorcido o loco que parezca.
—Hola mamá— sus cabellos estaban revueltos entre las almohadas mullidas, su respiración era acompasada, seguramente Perla le dio los somníferos que recetó nuestro médico de cabecera, el cuadro de depresión de mi madre iba o bien empeorando gradualmente o en días podría parecer como si toda su vida estuviese bien.
Estaba con los parpados cerrados, pero no estaba dormida. Fue ahí cuando supe que era uno de esos días. Era ese tiempo en que ella me despreciaba, no por lo que era, sino por lo que le había quitado. Una familia feliz, un esposo amado, un matrimonio. Pero no la culpaba, para nada. No podía culpa a la mujer que me apoyo desde antes, no puedo culparla por algo que no en su sano juicio no haría, y por el momento solo me quedaba soportar y esperar.
—Espero que el dí...
—Lárgate.
—Mamá, sé que no es lo que quieres, pero...
— ¿Qué no es lo que quiero?— me volvió a interrumpir — ¿Sabes si quiera, qué es lo que quiero?— Su tono de voz no era fuerte, pero si era conciso e intimidante. Sí, a Iria Gervais con sus veinte y cinco años de edad, le intimidaba su madre. —No sabes nada, en absoluto.
Pero se equivocaba, yo sabía que era lo que ella quería, y eso algo que yo no la podía complacer, no podía bailar con la muerte y hacer tratos con ella, todo lo daría por ella, y aun así no cambiaría el pasado, las decisiones que tome y en lo que me convertí, porque dentro de esa otra mitad se ocultaba el resto de mí.
—Iria, solo vete, por favor.
—Está bien, mamá, lo haré, pero que sepas que estaré en la habitación del final del pasillo.
Una cosa me había quedado clara, una persona rota era incapaz de ayudar a otra persona rota, porque las personas nos componemos de pedazos, y ese era un rompecabezas que aún no había descifrado. No podía simplemente mezclar mis piezas con las suyas.
Yo había sido la bola que demolición que tiró todas las piezas de mi madre, y mi padre fue el jaque mate en su tablero de ajedrez.
Sabía que al final del día pasaría esto, una tras otra, quemaban como brazas sobre la piel, preferiría que se detuvieran, pero sé que son necesarias, porque siempre me derrumbo cuando estoy sola y no hay nadie quien me espere a la caída solamente yo. Así que por pocos minutos me permití llorar, soltar toda la presión y demás problemas que sentía que me iban terminar por consumir, me estaba erosionando lentamente sin darme cuenta, me convertía en la nada dentro de este gran todo.
Agarre unos paños para limpiarme la máscara de pestañas que se había regado por mis lágrimas, me tranquilice por unos minutos antes de enviarle un mensaje a él.
"Te veo en dos horas, en el mismo lugar de siempre, no te desvistas."
Salí a paso decidido de mi habitación, mi madre no me buscaría, porque era ella en sus días malos. Me subí a mi coche, solo necesitaba desahogarme, por lo general entre semana no hacia este tipo de cosas, me concentraba en el trabajo y en mamá, pero hoy mi mente viajaba a cada detalle que me había jodido el día, mi mente reproducía las cosas como un bucle, lo único que hice por el momento fue apretar el volante.
Las calles pasaban borrosas hasta el centro de la ciudad.
El apartamento estaba en el último piso de un edificio, estacione en mi plaza y luego llame al ascensor desde ahí, para mi gusto se hacía eterna.
Lo encontré recostado en la isla de mi cocina, con una copa de vino en sus manos.
—Sabes que estamos yendo por mal camino, cierto—. Era verdad, creo que desahogarme con él siempre era un gran error, mas por la historia que había detrás de esto, pero este era nuestro acuerdo tácito.
—No te hice venir para que me dijeras lo que está bien o mal querido.
—Lo sé, aunque ya te dije lo que quiero.
—Te dije que no, y sin embargo estas aquí.
—Supongo que es el efecto que causas en mí.
— ¿Sabes cuál es el verdadero efecto que causo en ti?— Le dije mientras me acercaba más a él. —Este querido— le toque la entrepierna sobre sus pantalones, estaba duro. Conocía cada centímetro de este miembro, siempre volvía, siempre recordaba a su lado.
Nos vemos el día de mañana 😳 se viene fuerte 🤡
ESTÁS LEYENDO
MI OTRA MITAD (Sin Corregir)
Teen FictionPara Iria es difícil volver creer en alguien, solo sabe que su otra mitad lo hizo y salió lastimada. Ella esta tratando de sobrellvar la pérdida de su padre e intenta abrirse camino como mujer transgénero, en medio de un panel directivo machista y m...