CAPÍTULO III. MADRE E HIJA

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Eran las seis de la tarde, y Jacqueline estaba por llegar a casa, pero aún esperaba el autobús. Había estado sorprendida que nadie, ni siquiera los mismos profesores, se hayan quejado. En una clase, una chica se había levantado de su asiento para ir hacia el de Jacqueline, ella se puso nerviosa, pero le había entregado simplemente la goma de borrar. Había olvidado que la había prestado. Esperaba que al llegar, alrededor de las 12, comenzaran las peleas. Volvería a cubrirse con las sábanas y escucharía música a todo volumen hasta quedarse dormida. Al día siguiente, volvería a repetir la rutina.
Estaba haciendo un frío regular en las calles, el viento venía en dirección al sur y las fuentes de agua del parque se habían apagado. Se habrían pronosticado temperaturas bajas todo el fin de semana y parte de la siguiente semana. El domingo llovería y el lunes bajaría parcialmente acompañado de poca lluvia. Los lunes por lo general, Jacqueline entraba a la universidad hasta en la tarde y tenía tiempo de siquiera conversar con alguno de los dos en casa. Pero lo que quedaba de la semana, entraba desde temprano.
Había al lado de ella una señora muy vieja, sentada, y sostenía un bastón café. Jacqueline sentía todavía mas frío, ya que la señora llevaba una bufanda que le cubría la cabeza y varias prendas; ella solo tenía puesta una blusa sin mangas de color morada y unos pantalones blancos. Estaba cruzada de brazos, viendo hacia otra parte. El viento la golpeaba en la cara, en los brazos e incluso el aire frío transpasaba los pantalones. A lo lejos, por fin, después de cuarenta minutos, el autobús había llegado. Tuvo suerte, ya que iba vacío. Llegaría a su casa en menos de una hora, y a esa hora, sería la hora de la cena. Sin Jeff, claro.
Cuando se había subido, se sentó hasta la parte de atrás, en caso de que subiera más gente y le impidieran el paso hasta la puerta trasera. La señora se había sentado hasta adelante, detrás del conductor, al lado de un joven que tenía un celular en la mano. Delante de Jacqueline, estaba un hombre que vestía de camisa de cuero, tenía el cabello rubio y estaba de brazos extendidos a los dos asientos. Tenía la incertidumbre de que lo había visto en alguna parte, pero no sabía en dónde. A medio camino de llegar, un hombre de aspecto extraño, con anteojos, saco gris y corbata roja, se dirigió a los asientos de atrás y sentó a dos lugares de Jacqueline. Él la veía con mucha peculiaridad, la inspeccionó y sonrió al hacerlo. Ella sabía que la estaba mirando, pero hace tiempo su padre le dijo que ignorara todo a aquello que le incomodara. Por ejemplo, la próxima separación de Lynn y Jeff.
Aquel hombre no era como muchos que se encuentran en días tranquilos. Era como de los que se encuentran en las horas de la noche, en una calle solitaria y hostil, con una sonrisa y rostro que da escalofríos. Iba bien vestido, pero no por usar traje y corbata lo hacia ver confiable. Habló con Jacqueline.

-Disculpe, señorita- dijo el hombre, intentando mirar sus ojos.
Jacqueline seguía de brazos cruzados, mantenía la vista a sus pies. No quería hablar con él.
-Señorita, disculpe- seguía insistiendo-, quisiera hablar con usted.
Ella lo volteó a ver, sin querer hacerlo.
-¿Qué desea?
-Soy el doctor...- saco del traje una tarjeta de presentación y se la entregó-, Marvin Phillips.
Y Jacqueline lo inspeccionó. Río nerviosamente.
-No tiene pinta de doctor.
-Soy psicólogo en realidad. La veo un poco decaída.
-Un poco- dijo sin ganas.
-¿Hay algo que la haga sentir mal?
-¿Por qué habría de sentir algo? Es un bello día.
-Cuando me senté la estaba observando y pensé...
"Sí, me estaba observando, maldito degenerado" dijo en su mente. No le tomaba atención a lo que decía.
-...problemas con su familia.
-Sí las hay- dijo sin verlo-. Lamentablemente las hay.
-Quisiera...
El autobús se detuvo y ambos se hicieron hacia delante.
-¿Quisiera decirme lo que le sucede?
-Temo que son asuntos personales.
-Vamos, confíe en mí.
"¿Confiar en usted?" ¡¿Confiar en usted?!"
El autobús siguió andando. Hubo silencio.
-¿Señorita?
Sin respuesta.
-¿Podría al menos decirme su nombre?
"No."
-Me llamo Amanda, está bien.
-Señorita Amanda yo...
-Oh, lo siento, aquí me bajo.
-Pero, pero...
-Adiós.
-Señori... Bah, demonios.
Algunos de los que estaban dentro y cerca de él voltearon a verlo. Una mujer movía la cabeza de un lado a otro. No. Y su hijo también lo hacía. Se colocó en un asiento pegado a la ventana y miró hacia afuera, ignorando a todos.

2
Al llegar a casa, pasó de largo a Lynn y subió las escaleras. Pero al ir a la mitad la llamó desde la cocina.

-Jacqui.
Se detuvo.
-¿Puedes venir un segundo?
Bajó y dejo su bolso en el sofá. Fue hacia la cocina y se frotaba las manos, las tenía heladas.
-¿Sí? ¿Qué pasa?- tomó asiento.
Lynn tenía las manos en la cabeza, se rascaba el cabello y miraba la mesa.
-Tú y yo tenemos que hablar, de madre a hija... O quiero decir... De intento de madre a hija.
-¿Pero de qué hablas?
Lynn la miró y tomó su mano, tenía lágrimas en los ojos y le corría el maquillaje otra vez.
-He sido una idiota. Siempre lo he sido. Lo he sido desde que llegaste aquí. Tú no deberías tenerme. No deberías ser la hija de una mujer que es...
Estaba a punto de decir paranoica, lo había pensado, pero descartó esa palabra y dijo algo diferente.

-...así como soy.
-Mamá, escucha, no debes decirme esto. Tengo la edad para saber lo que sucede. Pasa en todas las familias hasta cierto punto, y al pasar el tiempo todo vuelve a cambiar. Es un ciclo que se repite una y otra vez, y estoy acostumbrada. Tal vez yo me encuentre en esta situación en unos años mas.
-No deberías pasar por lo mismo- suspiró-, ni tú ni nadie.
-Y tú tampoco, ni tú ni mi papá. Verás que todo se va a resolver.
Lynn se limpio las lágrimas. Sonrió a Jacqueline.
-Bien. ¿Quieres cenar?
-Sí, claro.
-Bueno, lava tus manos y regresa.
Lynn se puso de pie y se dirigía a tomar unos platos de la alacena. Mientras los sacaba, su hija preguntó:
-¿Papá no vendrá?
"Jeff, lo había olvidado"
-Recuerda que hoy trabaja hasta tarde. Esta noche...- cerró una de las piertas- solo seremos tú y yo.
-Bien, enseguida vuelvo.

Cuando fue a lavarse las manos. Lynn había recordado entonces a Alex, el investigador que había azotado la puerta. Ahora mismo podría estar vigilando de cerca a Jeff, se dijo. Lo estaría vigilando con una cámara y le estaría tomando fotografías. Por favor, que no se de cuenta.

-Oye, mamá- dijo Jacqueline bajando las escaleras.
-Sí, ¿qué pasa?- dijo distraída.
-Cuando venía en el autobús un hombre me dio esta tarjeta.
Lynn la miró.
-¿Psicólogo especialista? ¿Por qué te entregó esto?
-Me había preguntado si estaba preocupada, y le respondí que sí.
-¿Marvin Phillips? Creo que he escuchado ese nombre.
-No importa, no necesito de un psicólogo.
-Pero yo sí- dijo decaída.
-Mamá, por dios.
-No hija, sí que lo necesito. Que bueno que te dio esta tarjeta.
-¿No pensaras en llamarlo o sí?
-Lo pensaré. Pero ahora no. Hoy es la noche de madre e hija.
Jacqueline sonrió.

LAS 3 PRUEBASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora