CAPÍTULO VIII. UNA NOCHE EN KENWORTH

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Los camiones no paraban de entrar y salir. El trabajo se acumulaba con el pasar de las horas y no podían descansar tan solo cinco minutos. Nunca hubo tanto trabajo desde que un día antes de navidad debían asistir a juntas con otras empresas y después hacerse cargo de todas las cargas juntas. Pero cuando el jefe no asistía era un desastre absoluto. La ausencia de Jeff era una de las cosas que más dejaba preocupados a todos los trabajadores, ya que rezaban porque él llegase o tendrían que quedarse hasta tarde. En las noches, cuando todavía hay trabajo, de los pocos que aún siguen ahí, generalmente no trabajan. En algunas oficinas se escuchan risas y murmullos, en otras hay silencio, y cuando hay una llamada dejan que la contestadora responda. Trabajar en Kerworth no solo era una necesidad, sino también una gran responsabilidad. Desde un principio, los que estaban por entrar, se les mencionó que no importaba que hora fuera, ni que tan tarde lo fuese, ni mucho menos si había algo importante que hacer afuera, era estar dentro o estar fuera. Corrían los rumores de que, antes de que Jeff fuera el jefe, había alguien que no los dejaba respirar. Era un tal Robert Allen, un hombre que lo único que quería era ver su sufrir a sus "esclavos". Pero había mas como aquellos cuentos; como aquel tan popular y que era casi una ley que debía ser dicha: la típica historia que los niños de primaria cuentan a los demás. Sí, esa misma. La historia de que antes de ser una empresa era un cementerio. Pero claro, esa era una estupidez.
Frecuentemente, cuando los camiones de carga no dejaban de ir y venir, había fallos. Pero no fallos en algún sistema, sino fallos en los ayudantes, sobre todo en los de la tercera planta. Había una mujer que tenía un parecido similar al de Jeff. Muchos creyeron que se trataba de algún familiar suyo, o que si era su esposa pero no había querido decirlo, pero era alguien que no le importaba nada, ni siquiera a ella misma. La apodaban Martha como se llame, pues nadie sabía su segundo nombre, y tal vez, tampoco toda la enpresa. Era un mujer sin emociones, sumamente pálida y de ojos pequeños. Su cabello era rizado, demasiado esponjado en días calurosos, vestía siempre de traje, en especial de color morado. Llegaba a horas que no se debían llegar. Nadie sabe cómo, pero cuando ella ya estaba dentro, dejaba las puertas cerradas. Era curioso, pues no tenía las llaves de la empresa. Siempre estaba de mal humor, sobretodo si alguien entraba sin permiso a su oficina, hacía berrinches como las de una niña de cinco años. Nunca se maquillaba, pero algo que la hacía "única" entre todos, era que al sudar le corrían lineas negras de la frente. Nadie sabía qué eran esas cosas, pero producían asco al verlas. Eran considerados valientes a aquellos que podían estar alrededor de una hora sentados frente a ella.
Todas y todos la odiaban. Pero al darse cuenta de que el jefe no había hecho gala de presencia, aprovechó en ir a molestar a quienes sí querían trabajar. Ese día, miraba un estante de libros que estaba a un lado de la puerta. Se veía a ella misma arrancando hoja por hoja y haciendo una fogata para después calentarse las manos. Era una de las pocas cosas que la hacían sentir mejor. Salió del cuarto y pensó que sería buena idea ir a saludar, pero había recordado que el ascensor no funcionaba. Bajó por las escaleras, se sostenía del tubo de acero mientras caminaba de lado. Cuando ya estaba por llegar a la segunda planta, vio a la secretaria de Jeff charlando con un hombre. Él estaba apoyado al escritorio e inclinado. Ambos notaron su presencia y lo de lo que estaban discutiendo pronto se volvió en miradas hacia ella.
Eran las ocho de la noche.

-Ah, hola Martha- dijo Sarah
-Hola, Martha- dijo Michael, desviando la mirada al suelo.
-¿De qué estaban hablando?
Sarah miró a Michael y le devolvió la mirada a la como se llame
-Nada importante.
-Mmm, pues.... Venía bajando y los escuché hablar, y creí que podía unirme a su charla. Saben, estoy un poco aburrida.
-No quiero verla- dijo en Michael entre dientes y en voz baja.
Sarah lo miró y nuevamente vio a Martha.
-Martha, estamos ocupados. El señor Brigs no asistió y debemos...
-¿Señor Brigs? ¿Por qué no lo llaman Jeff? Él no está aquí.
-Que se vaya- volvió a hablar Michael, esta vez con tono más amplio.
-¿Disculpa?- dijo Martha.
-Nada, nada- respondió Sarah.
-Vamos, diganme de qué hablaban. Allá arriba está muy aburrido.
-¡Hablábamos de Jeff, ok!- dijo Michael golpeando el escritorio.
-Oh, vaya. ¿Y sobre qué?
Estaba claro que Michael no quería hablar con ella, Sarah tampoco, pero qué podían hacer. Tener a Martha de frente era como tener una trampa para osos en el pie. Ya de por sí era irritante estar en Kenworth hasta tarde, pero estar con ella.... Dios santo.
-Escucha, Martha- se levantó Sarah-, no es que no queramos decirte, pero aquí entre nos...
-¡Rápido!- exclamó Michael.
Volteo a verlo.
-... Aquí entre nos, tenemos cosas importantes que discutir. Es decir, entre él y yo, ¿entiendes?
-Bien- dijo a regañadientes, dio media vuelta y se marchó.
-Creí que nunca se iría- dijo Michael.
-No deberíamos de ser así con ella.- Tomó asiento.
-Por favor, prefiero mil veces estar dentro de una caja llena de avispas que con ella.
-Shh, baja la voz.
-Bien.
La conversación seguía se curso, pero lo que ellos no sabían era que Martha no se había ido. Había subido hasta mediados de la escalera, se quedó de pie y escuchó lo que decían. Ellos no podían verla gracias a una pared que estaba cubriendo gran parte de los escalones.

-Y bien, ¿en qué estábamos?- dijo Sarah.
-Oh, sí. El señor Brigs creé que quiero algo con su hija.
-¿Jacqueline? Por qué pensaría eso.
-No tengo idea, pero escucha; sí en verdad me interesara ya estaría muerto.
-¿A qué te refieres?
-Hay rumores de que Freddy ve sus fotografías. Las ve todos los fines de semana hasta tarde.
-Y eso qué tiene que ver contigo.
-Que él no sabe que todos lo saben. Si el señor Brigs se entera creerá que yo le hablé de ella, ya que soy el único hombre "normal" aquí.
-Eso no tiene sentido. Si Freddy ve sus fotografías él tendría que hacerle algo. No veo por qué te culparían a ti.
-Bueno... Tal vez lo dije mal. Pero tengo el presentimiento de que un día de estos se va enterar.
-¿Y en verdad quieres algo con ella?
Michael no dijo nada. Pero después habló. Se le hizo un nudo en la garganta y era casi imposible decirle lo que estaba a punto de decir.
-No. Yo no quiero nada con ella. Hay alguien que creo que vale mucho más para mí.
Sarah se echó para atrás. Comenzaba a titubear.
-¿De quién se trata?
-Pues...- se acomodó el cuello de la camisa-, tú debes saberlo.
-¿Yo lo sé?
-Sí, lo sabes.
-Tal vez sea... Oh dios mío
Era oficial, ya sabía de quién estaba hablando. Comenzaron a temblarle las rodillas y sus manos igual.
-Mike, yo...
-No digas nada. Ya era hora de que te dieras cuenta.
-Dios, no puedo creer que tu...- se tomó la frente-, y yo... ¿Desde cuándo?
-Recuerdas el día en que había lluvia y todo se apagó.
-Sí...
-Cuando gritaste y tomaste mi mano y la apretaste tanto que yo también grité.
-Sí, sí pero...
Vaya, en verdad estaba nerviosa. Nerviosa y confundida. No podía creer lo que le había dicho. Desde hace tiempo que había sucedido lo del apagón y no se lo había dicho.
-Mike, creo que... Ya no sé qué decir.
-No digas nada. Total, se qué no pasará.
-Bueno, no sé.
-¿Qué?¿O sea que si tengo oportunidad?
-No. Bueno, quizás sí pero no ahora.
-Bien, dejemos esto y volvamos al trabajo.

-Perfecto- murmuró Martha. Se dirigió a su oficina y cerró la puerta con seguro. Una sonrisa se le formó en el rostro, como si hubiera ganado algún juego imposible de ganar.

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⏰ Última actualización: Apr 04, 2015 ⏰

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