Ju, de Julie.

5. Veintisiete.

Julie Franklin.

Mis dedos se retuercen entre los suyos tratando de soltarme. Creo que va a darme un ataque al corazón si este chico sigue mirándome así. Su mano pierde un poco de fuerza pero todavía no me suelta y yo de alguna manera siento que es capaz de leer mis pensamientos cuando sus ojos tiemblan mirándome directo a la cara, sólo tengo ganas de echarme a llorar.

Mis problemas con ser social o simplemente tolerar el contacto humano están viéndose amenazados por Damon desde que me topé con él. Él no parece tener ni un mínimo de vergüenza cuando se trata de invadir mi espacio personal y tocarme o simplemente agarrar mi mano, como ahora. Yo no estoy acostumbrada ni siquiera a eso y mucho menos viniendo de alguien como él: un tío guapísimo.

Sintiéndome la chica más patética del mundo, no puedo evitar que mis ojos se cristalicen emborronándome la vista. Me intimidan tanto sus dos marismas sobre mí que me siento como una presa, la presa de un león hambriento. Damon parece darse cuenta de mi acto patético porque me suelta de repente como si le quemara.

Ay Dios...

—¿Qué te ocurre?— Pregunta entonces con un tono intranquilo que me derrite por unos instantes. Parpadeo y me quedo ahí como una tonta sin decir nada. Miro de reojo a Nadinne buscando un punto de apoyo y me sorprende verla mirándome preocupada. Las palabras se quedan atoradas en mi garganta. Mi respiración se vuelve irregular.

—Julie, tranquila. Cálmate por favor.— En apenas dos segundos Nadinne se ha separado de Will y ahora se encuentra a mi lado. Con un lento movimiento posa su cálida mano en mi mejilla y me acaricia suavemente. Con esa simple acción, viniendo de ella, mi mejor amiga consigue al menos que me sienta un poco mejor.

Sólo estás en un local tomando algo con tus amigos.

Repito esa frase en mi cabeza varias buscando calmarme.

—Yo...— Tiro de las mangas de mi sudadera hasta esconder mis dos manos dentro de la tela. Odio sentirme así... pequeña, aterrada. Y sólo por la cercanía de Damon; de acuerdo, el tipo intimida de lo guapo que es, pero no es la primera vez que me pasa algo parecido. He aprendido a encerrarme en casa y solo salir al supermercado y a trabajar. Si no salgo por ahí como todos los demás adolescentes, no hay riesgo de que me muera de un ataque de nervios. Así soy. Así seguiré siendo.

Ahora mismo sólo quiero irme a casa y sentirme segura entre las sábanas de mi cama.

—Ju. Toma. Bebe un poco, anda.— Nad me acerca mi vaso de agua y yo lo acepto gustosa, la verdad es que estoy sedienta. El agua ayuda a que mi estómago se tranquilice al menos un poco. —¿Quieres irte a casa?— Me pregunta casi en un susurro, la expresión de preocupación todavía no ha abandonado su cara.

Nerviosa, miro a mi alrededor. Hay bastante gente, todos parecen estar pasándolo en grande, algunos beben cerveza y ríen con sus acompañantes, otros bailan siguiendo el ritmo de la música.

Pensamientos que tenían escondidos en lo más profundo de mi mente salen a la luz sin poderlo evitar.

Hace poco más de tres años, Nadinne me arrastró con ella a una fiesta, como de costumbre. En aquel entonces cursábamos el penúltimo año de instituto, en Barrow. Nadinne había escuchado en clase sobre la fiesta que iba a montarse en casa de un tipo que se llamaba Thomas Grey, por supuesto que no lo conocíamos, pero habíamos oído hablar de él. El chico había sido expulsado del instituto casi a principios de curso. Según decían, Thomas y sus amigos, habían forzado a dos chicas de apenas catorce años y una de ellas había sido ingresada en el hospital con graves lesiones. Además, contaban por ahí que Thomas había matado a su hermano pequeño de un fuerte golpe en la cabeza teniendo sólo dieciséis años, fuera verdad o no, era un tío problemático y por supuesto que a mí no me apetecía ni un poquito colarme en su casa.