𝕮𝖆𝖕𝖎́𝖙𝖚𝖑𝖔 𝐕

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𝕹o se hizo esperar la desgracia para el pueblo de la tribu, los galantinos y los dalacios estaban por perpetrar su plan militar en contra de la tribu Zuyé, sus objetivos eran abarcar la mayoría de la línea fronteriza en ambos sentidos para tenerlos acorralados como ratas.

Había infantería en las orillas fronterizas del lago, ocultos para eliminar al que se le ocurriera escapar navegando hacia las vecinas tierras. Las tropas de caballería estaban en la extensión limítrofe del sur para barrer con todo lo que se cruzara, y los aliados dalacios ya estaban perfectamente organizados con las tropas galantes en el suroeste de sus fronteras. Solo faltaba el sonar del cuerno de guerra que se hizo sentir para empezar la estampida contra la tribu.

Los caballos echaron a andar con fuertes galopadas mientras sus jinetes liquidaban a los pocos hombres que estaban patrullando su frontera esa tarde, todo se volvía un bullicio con salpicones de sangre y muertes en los tercetos partidos.

- Hija mía tienes que huir de aquí, los soldados dalacios están acabando con nuestro pueblo- dijo Tala entrando pavorosamente a la tienda.
- Pero ¿por qué?... ¿qué está pasando?- contestó Kiara desconcertada al ver a su madre recoger algunas cosas (ropajes, agua, pan y un guiso de carnes en un tarro de barro amarrado con mecatillo).
- ¡Vete por favor! Están matándonos- le dijo ella con lágrimas en los ojos- ¡vete!

Al instante, entraron unos soldados de la armada de Galantes que azotaron las cortinas de la tienda. Kiara y Tala se acorralaron sin poder reaccionar a la presencia de aquellos.

- Vaya vaya dos ratas asustadas- dijo uno de ellos acercándose a las dos mujeres.

En seguida, Kiara volcó una estantería de madera llena de vasijas y cacerolas que cayeron encima del soldado. Kiara tomó la mano de su madre para conducirla a la parte de atrás y tener la oportunidad de salir de la estrepitosa escena. Aun así, el otro soldado la capturó mientras su compañero se recuperaba del estruendo que le cayó encima.

Kiara se abalanzó sobre el hombre para que soltara a su madre pero no le sirvió de mucho ya que el otro soldado la sujetó por los brazos. Ambas estaban apresadas.

- Déjala por favor- musitó Kiara-. ¿Después de lo que hiciste? No lo creo, acaso no te das cuenta que esto es la guerra.

El cruel soldado con una sonrisa siniestra pasó su espada por el cuello de la matrona haciendo una abertura de la que borbotaba la sangre y el espíritu de sus antepasados.

El dolor que se incrustó en el pecho de Kiara hizo que dejara de luchar por su libertad, presenciar a su madre envuelta en su sangre y ver el rostro pérfido del soldado hizo que cayera en un estado de impresión.

Los soldados se la llevaron a rastras del lugar, paseándola por la sangrienta tierra de aquel atardecer dirigiéndola a las carretas enjauladas que estaban llenas de jóvenes mujeres de la tribu.

Kiara estaba quebrantada en todos los sentidos, no podía entender todo lo que estaba aconteciendo. Había perdido a su madre y su hogar, y estaba perdiendo a su tribu en las manos de los galantinos y dalacios. Observaba desde lejos como en plena batalla los lugareños luchaban heridos con la esperanza de vencer a sus enemigos. Se escuchaban los gritos de los niños y de las mujeres con terror. Era un gran tormento que la acompañaría para siempre.

Dentro de la carreta, acompañada de sus vecinas, ella solo apretujaba su lacio cabello negro con las manos llenas de su tierra y cerraba los ojos con tanta fuerza con el anhelo que solo fuese una terrible pesadilla. No quería escuchar más a su gente dolerse por la sangre inocente que corría por las espadas y flechas de sus adversarios.

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La noche apareció lo más pronto posible arropándolos en el espeso bosque de Zuyé. Las tropas militares de ambos reinos aún seguían en el lugar. Sin embargo, algunas empezaron a retirarse por la ciudad de Millus marchando hacia al palacio para dejar lo que le habían arrebatado a la tierra asediada- oro y gemas preciosas junto a las jóvenes mujeres-. Después de pasar por el frondoso y húmedo bosque, se encontraron con la belleza colonial de Nedick uno de los pueblos del sur de Galantes.

El olor humeante a carne asada y las antorchas calentaban todo el lugar, sus habitantes estaban a las afueras de sus casas mientras las carretas de esclavos y los soldados en caballos pasaban por su frente. Los habitantes al presenciarlos se quedaron en silencio, no estaban acostumbrados a ver a los zuyé como esclavos, sino como amigos.

Maglio había logrado su cometido, se había adueñado de la tierra zuyé, la que tanto anhelaba conquistar. Combinó su avaricia y odio con el gran ejército de Dalacia para dar como resultado el injusto derramamiento de sangre de la tribu que había estado allí durante centenares de años. Sus tropas junto con las de Dalacia habían asesinado a los hombres jóvenes y ancianos seguidos de niños y niñas de la comunidad. Arrasaron en llamas las tiendas, casas de madera, ropajes y cuerpos. Dejando un lugar desolado y con hedor a muerte.

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𝕲𝖗𝖆𝖈𝖎𝖆𝖘 𝖕𝖔𝖗 𝖑𝖊𝖊𝖗

Kiara, La Batalla De Los Reinos [+18] | Maryahn L.H.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora