10._Insertidumbre

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Mary rentó una cabaña. Lo hizo porque sabía que él no estaría cómodo en una tienda. El lugar contaba con dos habitaciones y una amplia sala con una chimenea bastante grande. También contaba con una terraza que daba al río, poco antes de que esté cayese en una cascada de unos dieciocho metros. Era un sitio muy bonito y un poco caro, pero Mary no se fijó demasiado en eso. Ella quería pescar y el clima era perfecto. Había una lluvia ligera, primaveral de la que se amparó con un sombrero de ala ancha y una chaqueta delgada. El contraste con su compañero era grande. Dai se puso un impermeable con capucha y todo. Sentados, de espaldas, en aquel estrecho muelle, ambos sostenían sus cañas. Mary sonreía y Dai miraba la superficie del agua con cierta expectación.

-Exactamente ¿Cuánto tiempo hay que esperar a que pique un pez?- le preguntó después de un rato.

-No hay un tiempo exacto- contestó Mary- ¿Estás aburrido?- preguntó al mirarlo por encima de su hombro.

-No...-respondió con la honestidad de un niño- Esto es bastante relajante. Me sorprende que realmente disfrutes de esta actividad.

-Bueno no siempre fue así- le confesó Mary- Cuando era niña, me aburría mucho. Tenía un tío que le encantaba pescar y solía llevarnos a todos a hacerlo. Muchas veces me quedé dormida y en más de una ocasión, perdí la caña. Pero con el tiempo, le fui tomando amor a esto...

-La fuerza de la costumbre, supongo- le dijo Dai.

-Quizá. Pero como dices es muy pacífico. Además se está en contacto con la naturaleza y es satisfactorio atrapar un pez- le contestó Mary con un ánimo muy jovial- ¿Te molesta si me apoyo en tu espalda?

-No, adelante- le respondió Dai, quién volvió su atención a la superficie del agua, mientras Mary descansaba su espalda en la suya.

No hablaron más y se quedaron allí varias horas. Por un rato Mary se olvidó de la pesca y es que estaba en una postura tan cómoda que por poco termina dormida. Dai lo notó, pues el peso sobre su espalda se incremento ligeramente. Debido a esto, y a que anochecía,
sugirió retirarse.

-Creo que es lo mejor. Además no hubo suerte en la pesca- le dijo mientras se levantaba estirando los brazos al cielo.

-Habla por ti querida- le respondió Dai enseñándole el balde en que dejó los seis pescados que atrapó en esas horas.

Mary entrecerró los ojos y torció la boca nada más.

-Suerte de principiante
-murmuro la muchacha y él se sonrió entre divertido y triunfante.

Mientras volvían a la cabaña, Dai estornudo varias veces. Mary le dijo que podía haber pescado un resfrío, pero él la refutó diciendo que muy rara vez se enfermaba. Que era muy improbable. Claro que cuando entraron en la tibia sala, tuvo que admitir no se sentía muy bien. Pese a eso intento mantenerse en la sala, como si nada pasara.

-Creo que deberías ir a dormir- le dijo Mary desde la cocina, donde destripaba el pescado, pero él seguía necio en quedarse ahí- Como quieras...Pero pienso asar a estos lindos pejerreyes en la chimenea y muy probablemente todo olera a pescado...

Mary solo escuchó el cerrar de la puerta de la habitación y se sonrió. Al parecer estar resfriado le quitaba a Dai todo su buen ánimo como la amabilidad. Casi una hora después, fue a verlo con un plato de sopa sobre una charola. Lo encontró sentado en la cama, con la espalda apoyada en un las almohadas y viendo la televisión con una expresión de hastío capaz de apagar el alma más vivaz. Mary no pudo evitar sonreírse. Esos momentos en que las personas lucían peor eran sus favoritos. Y nada tenían que ver con que le gustara ver sufrir a la gente. No era eso, sino la autenticidad de esos instantes. Con toda certeza no mucha gente había visto a Dai así se descompuesto. Su rostro sencillamente serio. Su postura un tanto rota, algo más relajada y su rostro lánguido. Después de tomarse un momento, para admirar el panorama, le acercó la comida.

El amor es aburrido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora