Capítulo ocho

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JongIn

El deseo tira de mí como si estuviera en un torrente de agua. Puedo decidir cómo concederlo, puedo meter los dedos en la corriente para que fluya como yo quiero. Le concedo el deseo con cuidado, soy más meticuloso de lo que he sido en mucho tiempo. Sería más fácil dejar que el deseo fluyera a través de mí y que se concediera por sí solo, pero puede que no fuera exactamente lo que Yon Hee está pensando.
Quiero que sea correcto, no el simple resultado de la magia rápida y descontrolada. Tengo que incluir a Chanyeol, por desgracia, a So Jung...
y a todos. Separo la magia y la vuelvo a unir. Aunque sé que no es más
que un truco de la mente mortal, no puedo evitar esperar haberle concedido un deseo que le haga sentir de verdad completa otra vez.

Quizá puedo conseguirlo.
Ya está. Todo está perfectamente preparado, como un capullo que se
convierte en una flor impecable y simétrica. Oigo que Chanyeol le dice a
So Jung en la habitación que tiene que marcharse y se pone la ropa.

Yon Hee me mira y sus ojos llorosos se secan y se llenan de aquella chispa que tienen cuando ríe. Enseguida me alegro de haber incluido aquella chispa al conceder el deseo. Quiero ver cómo cambia, quiero ver cómo se va su tristeza, pero sé que Chanyeol saldrá de la habitación en cualquier momento y... no.


Me largo del pasillo, del resto ya se encargará ahora la magia, y reaparezco en el parque Holly. Me tiro bajo un roble, me quedo mirando sus ramas y el cielo nocturno que hay detrás. Tal vez debería de haberme quedado para asegurarme de que todo resultaba según lo planeado. O para contarle a EunHo lo que había ocurrido. O algo por el estilo.

No. Nada.

Meto los dedos en la tierra, como si echara raíces para no moverme del
sitio. Ella es mi ama, ha pedido un deseo y punto.

«Piensa en Caliban. Cada deseo te acerca más a Caliban. Eso es lo importante. No si ella piensa o no en ti como un ser que concede deseos.»

«Piensa en todo lo malo de los humanos. En que envejecen. En esa
fiesta. En que están contestando al teléfono. En la comida de microondas. En que los perros llevan camiseta.»

«En cómo se ríe Yon Hee cuando está contigo, en que tiene miedo de decirte...»

«No, para. Vuelve a los perros con camiseta. No eres más que un genio.
Si no fueras tú el que le concediera los deseos a Yon Hee, sería otro genio elegido al azar. No eres especial. Ella no se comporta diferente contigo.»

-¿Un deseo en tres días? ¡Es tu peor récord! -dice una voz a través de
la niebla de primera hora de la mañana.

Me levanto de un salto, con el corazón a toda velocidad por la sorpresa.

Hay otro genio, un chico alto de piel dorada, con el pelo color cobre y los
ojos bronce, de pie junto al roble.

Suspiro de alivio, es un amigo. Bueno,
más o menos. Tenemos la típica amistad que tienen los genios, aunque
he de admitir que desde que conozco a Yon Hee y a EunHo, tengo otro concepto de ese término. Estoy seguro de que ellos se preocupan más el uno del otro que lo que este genio se preocupa por mí.

-Aun así es mejor que el tuyo -replico.

Le empujo en broma y ambos nos reímos. Me alegro de volver a ver a uno de los míos.

-Sí, sí. ¿Qué tal te va?

-¿Me lo preguntas como un ifrit o como un amigo? -pregunto.

Lleva el uniforme de trabajo y una túnica azul oscura con una «I» con
florituras bordada en la parte delantera. Ha envejecido, y mucho.

Los ifrit van y vienen de Caliban y la Tierra con más frecuencia que la media de los genios, cada vez que se tiene que hacer presión, y la edad ha
empezado a notársele en la cara. El chico -hombre en realidad, pues
aparenta físicamente más de veinte años- se ríe.

-Deberías haberte convertido un ifrit, amigo mío, ¡así no tendrías que
estar aquí atrapado, concediendo deseos, para empezar! -contesta
eludiendo a mi pregunta.

Asiento y le dedico una sonrisa forzada.

Tal vez tenga razón. Los Genios Ancianos no hace mucho me pidieron
que me hiciera ifrit. Conozco muy bien a los mortales, mejor que la mayoría de genios, por lo que para mí es fácil hacer presión; sé exactamente lo que hace espabilar a cada mortal, sé qué botones tengo que apretar para obligarle a que pida un deseo.

-No era lo mío -respondo y espero que cambie de tema.

El ifrit se ríe y niega con la cabeza.

-Todo porque no pudiste acabar con aquel accidente de coche.

-¿Qué puedo decir? Soy un blandengue -respondo con una mirada dura. Odio que la gente lo saque a relucir.

El ifrit se da cuenta de que se ha pasado y levanta las manos.

-Perdona, amigo. No quería ofenderte.

-Vale -digo y niego con la cabeza-. No te preocupes.

-Bueno, avísame si necesitas que la presione para los dos últimos -dice el ifrit.

-¡No! No... No necesito presión -contesto rápido y mi garganta de repente se seca.

La idea de Yon Hee en un accidente de coche tensa todos los músculos de mi cuerpo. El ifrit se encoge de hombros.

-Bueno, tengo que irme. Hay un ama de casa en Inglaterra que intenta aplazar sus deseos. Cree que así el genio se pondrá nervioso y le dará más deseos.

Pongo los ojos en blanco y me relajo un poco.

-¿De dónde sacan esas ideas? Nos vemos más tarde. No te preocupes, Yon Hee pedirá los deseos.

El ifrit, que ya había girado sobre sus talones para desaparecer, se da la
vuelta en un remolino de seda azul real, con una ceja levantada.
Maldita sea.

-¿Yon Hee?

No hay forma de salir de esta, ¿no? Es un amigo. No le importarán las normas. No se lo contará a los Ancianos. No pasará nada.

-Es mi ama. Insistió en que la llamara por su nombre de pila -le
aclaro.

¿Sabe que me gusta referirme a ella como «Yon Hee» en vez de «ama»?

-Aun así.. ¡Vaya! Ten cuidado de no romper el primer protocolo. Recuerda que las reglas existen para nuestra propia protección.

-Claro. Aunque ya conoces a las adolescentes. No son los amos más
fáciles. Además, no eres el más indicado para hablar del protocolo.

Sonrío abiertamente para distraerlo.

El ifrit se ríe.

-Sólo porque no vigilen a los ifrit, no significa que no trate de seguir las normas. Sería imposible presionar en algunos casos sin romperlas.

-Excusas, excusas -digo.

-Sí, sí. Bueno, es muy tarde, amigo -dice.

Respondo con un gesto de afirmación y el ifrit desaparece.

Suspiro de alivio. ¿Y si me hubiera preguntado por qué no quiero presionarla? ¿Hubiese tenido que... mentir? ¿Que admitir la verdad?
¿Que darle un puñetazo en la nariz?

Espera. ¿Por qué no quiero que le meta presión? No es más que mi
ama. Sólo es una persona a la que le tengo que conceder deseos. Sólo nos conocemos desde hace unos días. Sin embargo, la idea de que la presionen me tensa los músculos y hace que me dé un vuelco el estómago.

«Piensa en Caliban. Esto no ocurre nunca en Caliban. Aquí nadie te hace
sentir así. Los Ancianos se aseguran de eso. Estás un paso más cerca de volver a casa y dejar atrás todas estas rarezas.»

Suspiro, me tiro al suelo y me apoyo en el roble. Un paso más cerca.

Three WishesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora