CAPITULO IIEl Castillo
Mientras el castillo dormía bajo la luz de la luna la pequeña Anastasia de seis años caminaba por los oscuros pasillos y se permitía no sentir miedo ante la negrura del castillo. Siendo una niña pequeña solía no dormir mucho en las noches, o al menos no lo hacía hasta que aquella mujer pelirroja iba y la encontraba. La mujer pelirroja a la que la Anastasia llamaba Gigi la levantaba en brazos y con cariño la devolvía a su recámara, y ella podía dormir. Esa noche, como muchas otras había decidido caminar hasta llegar a la galería que había en una de las habitaciones.
Tras unos minutos llegó hasta las altas puertas de ébano y las abrió sin precipitaciones. En una habitación grande y circular, con un techo alto y curvado muchas obras de arte clásicas adornaban la estancia, así mismo un gran ventanal ovalado dándole paso a la luz de la luna para iluminar toda la estancia. Dentro de la galería no sólo había pinturas, también se encontraban estatuas de antiguas divinidades griegas.
Anastasia camino hasta un pintura que se encontraba algo alta, por lo cual ella no podía alcanzar a verla completamente, visualizó toda la habitación hasta localizar una no muy alta escalera. Se dirigió a paso tranquilo hasta la escalera y la comenzó a empujar hasta llegar a la pintura que tanto anhelaba ver. Subió cada escalón impaciente mente hasta llegar a visualizar la pintura al óleo que tanto la maravillaba.
Era una pintura de Nix, la diosa de la noche sentada en su trono en la Mansion de la Noche, que se encontraba en el Tártaro. Era la figura de una mujer con una belleza mortífera, con cabellos oscuros como el cielos nocturno y que aparentaba pequeños puntos brillantes parecidos a las estrellas, de piel muy palida y mirada pedante, con los ojos blancos. Unas hermosas alas se acomodaban en su espalda, de color azabache y emplumadas, una larga túnica adornaba su cuerpo, haciendo que su tono negro con reflejos morados resaltaran su piel aparentadola brillar. Era una imagen cautivadora y hechizante, lo suficiente como para hacer que aquella niña se quedara horas admirando aquel rostro imperturbable de una diosa.
Cuando ya Anastasia siento que tenía tiempo suficiente mirando la pintura decidió bajar la escalera lentamente, al llegar al suelo sintió algo de sed, la niña camino hasta una jarra de cristal que se encontraba sobre una mesa de roble en una esquina de la estancia, se sirvió en otro vaso de cristal un poco de agua y luego camino hasta las esculturas que había en el centro de la habitación. Cada una echa de mármol blanco y con una altura superior a la de la niña. Las que se encontraban en el centro eran catorce, miró las tres principales, de género masculino. La que estaba en el medio era Zeus, el conocido rey del Olimpo, su brazo se alzaba sujetando el rayo entre sus dedos, de cabellos rizados y con una barba corta con mirada mordaz. A su derecha estaba Poseídon, quien sostenía el tridente, parecía estar parado sobre rocas, este tenía en pelo mucho más largo y algo rebelde, también tenía barba, pero está era un poco más espesa que la de su hermano anterior, era de contextura musculosa y poseía una mirada tranquila y una ligera sonrisa se asomaba bajo la baraba.
A la izquierda estaba Hades, sosteyendo su cetro y bajó su brazo estaba el yelmo. Este no tenía el cabello tan largo como los otros dos hermanos, le llegaba hasta los hombros y era ligeramente ondulado, no tenía barba y lo que más resaltaba era su mirada fría, era alto y un poco más delgado que Poseídon. La niña lo miró un rato, absorta en la imagen del rey de los muertos. Nuevamente se quedó mirándolo un rato más, anhelando conocerlo, estiró su mano y tocó la túnica de mármol de la estatua, tras unos segundo un rato adorno el cielo tras un trueno que retumbó el castillo. Fue tal la impresión de Anastasia que comenzó a llorar, la niña en ese momento no lo sabía pero sus lágrimas era por temor. Después de unos minutos de llanto, sus súplicas lastimeras fueron escuchadas por Gigi, la chica pelirroja que la amaba como a su propia hija.
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Anastasia Crale Y El Cetro De Los Muertos
Fantasía"Las plumas azabache le otorgaron el paso a la cenizas. Los restos y el polvo le dieron la bienvenida a aquel llanto infantil. Sin siquiera saberlo el rey de los muertos levantó a la criatura en sus brazos, alzando a su vez a la futura desgracia p...