Jardínes de Medianoche.

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Entre tersas sábanas de lino y seda se encontraban dos cuerpos desnudos que, tras largas noches de lujuria y amor, ahora reposaban entre brazos acunados por el mutuo cariño y el enamoramiento que ambos seres poseían y compartían.

Las palmas de las manos se rozaban a sí mismas junto con otros lugares de sus cuerpos, la piel desnuda y delicada de una mujer que contemplaba y amaba a su hombre; un hombre peligroso, pero extremadamente benevolente con su amada.

Ella cruzaba sus piernas al anchor de la espalda masculina que se movía sobre su pequeño y frágil cuerpo. Envolvía sus brazos en el cuello mientras que sus labios realizaban una danza minuciosa, tomando como segundo invitado a las miradas apasionadas que ambos posaban el uno sobre el otro.
Una habitación impregnada por los aromas corporales junto a esencias florales que los inciensos despedían tras algunas horas de haber sido preparados, gotas de sudor que temerosas apenas y tocaban sus frentes. Poco a poco, quedaron bañados de ellos mismos.
Entre quejidos y gemidos tímidos que se lanzaban a los aires, susurros que apenas acariciaban sus oídos. Seguido, un gemido más intenso que el par de labios escarlata exclamó con pasión.
Y éste hombre se deshizo sobre los pechos de su mujer, al poco rato los tomó y los acarició, esparciendo besos por cada uno mientras jugaba delicado con las pezones erectos.

Sus piernas temblaban después de un clímax poderoso que él le había regalado como muestra de amor, y un hilo blanquecino que resbalaba por éstas mismas desde aquella delicada flor humana. Portaban ahora sus cabelleras hechas garras, un desorden hermoso que ambos se habían realizado mutuamente durante el coito.
Douma paseaba sus manos a lo largo de las caderas de Almond. Jadeante, la rubia apenas y podía dejar escapar risueñas baladas al sentir las puntiagudas garras recorrer su delicada piel.

–No bebas la infusión de hierbas chinas.– murmuró él.– Por favor.

–Debo hacerlo.– replicó, imponiendo su autoridad sobre su cuerpo.– No estoy preparada para ser madre, no a éstas alturas.

–Quiero procrear junto a ti.– él defendía su lugar.– Pronto te haré mí esposa, Almond. Lo prometo, sabes que realmente lo anhelo.

–Te has venido dentro de mi, ¿cierto?

–Como siempre lo hago, amor mío. ¿Es que acaso ha llegado un punto en el que te ha molestado?

–Me excita que lo hagas.– le esbozó una sonrisa dulce y juguetona, al mismo tiempo que le acomodaba sus mechones de cabello casi blanquecinos.

–Entonces no dejaré de hacerlo a menos que tú me lo pidas y prohibas.

–No quiero que dejes de hacerlo, eres mío y me agrada estar impregnada de tu esencia. Pero no dejaré de beberme las infusiones anticonceptivas. No quiero ser madre aún.

–Me preocupa que llegue un momento en el que te puedan hacer daño de alguna u otra forma.– espetó.– Pero respeto tu decisión y tu cuerpo, Almond. Aunque si fueses un demonio no correrías peligro ya que tus células estarían en constante regeneración.

Se dedicó a mantener su vista puesta en él bajo silencio, debajo el cuerpo del semental se hallaba una mujer relajada, recién complacida y muy bien servida en la cama. Le esbozó una sonrisa con su semblante ligero de melancolía y enseguida, su amado prosiguió a tomar una de sus pequeñas y delicadas manos y depositar besos en ellas.

–Realmente quieres que me convierta en demonio, ¿que no?– susurró, en medio de aquel lugar tintado de colores oscuros y cálidos.– Me pregunto, en ocasiones, si alguna vez me dejarías por una mujer que estuviese dispuesta a convertirse en uno.

–Definitivamente no.– habló con inmediatez.– Yo no te dejaría por nadie, no te haría a un lado por nada ni mucho menos, por otra persona.

–Ya veo.

Flor de Loto  (Douma x Oc)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora