Cuando Atsumu Miya tenía tan solo 7 años, observó cómo su perro, Soldado, fallecía en el veterinario. Su padre estaba trabajando, Osamu lloraba mucho y su madre no quería estar ante aquella escena. Y por extraño que pareciese para todos los Miya, Atsumu no lloró. Sostuvo la pata de su compañero hasta que notó que las fuerzas de este desaparecían. Cuando llegó a casa aquel día, se sentó en la cama de Soldado y se pasó horas abrazado a su balón de voleibol. Pero no lloró. En ningún momento.
Cuando Osamu mencionó las palabras "coma" y "traumatismo", Atsumu no lloró. Miró a su hermano, luego la pared blanca que se alzaba ante él y finalmente pensó en Soldado. En la forma en la que movía la cabeza cuando se agachaba a beber agua porque tenía el hocico muy grande y no era consciente de que se chocaba con el contenido del cuenco.
Ah.
—Atsumu, confía en él. Despertará.
Confiar. Un concepto fundamental en una relación. Un término que emplearía para definir las tardes que pasaba tras los entrenamientos desinfectando la ducha después de usarla para que Omi no tuviese una crisis antes de entrar.
—Íbamos a ver la última película de Russel Crowe, la alquilamos la semana pasada en el videoclub de la calle. Alguien debería devolverla.
Osamu miró con pena como el corazón de su hermano iba destrozándose poco a poco.
—¡MI HIJO! —La exclamación de su madre los sacó a ambos del trance.
—Estoy fuera, llámame si mamá se pone muy pesada.
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Saliendo por la puerta y tras recibir una palmadita en el hombro por parte de su padre, Osamu Miya se dejó caer en la pared más cercana. Muchas horas con el corazón en puño y aguantado la respiración. Apoyando la cabeza en sus rodillas, dejó que las lágrimas que había liberado durante la tarde se secasen en sus mejillas.
La paz duró poco, pues su teléfono comenzó a sonar, rompiendo el silencio que reinaba en aquellos pasillos. Poniéndose en pie y limpiándose los pantalones, descolgó la llamada entrante.
—Acabo de salir del entrenamiento, ¿te recojo? —La voz de Rintaro sonaba agitada. Durante aquellos días todo se había hecho con prisas en sus vidas. Las pasadas semanas habían sido frenéticas, y Rin estaba siempre a pie de cañón intentando relajar el ritmo de Osamu. Gracias a Dios.
—Sí, mi madre ha insistido en quedarse hoy con él. Mañana vuelve a Hyogo, así que querrá aprovechar el día de hoy.
—Estoy allí en 5 minutos.
Antes de poder mediar más palabras, la llamada terminó. Osamu se dirigió a la habitación de su hermano y observó la escena. Su madre lloraba acariciándole el pelo, como hizo aquella vez en el torneo de primaria cuando se rompió el tobillo y la llamaron al trabajo diciendo que su hijo estaba en el hospital.
—Llamadme para cualquier cosa, vienen a recogerme. —Omitió el nombre de Suna en la oración porque era demasiado obvio.
Se acercó a su hermano y le extendió el puño para darle un golpecito: —Intenta no darnos más sustos mientras estoy fuera.
Atsumu masculló unas palabras afectadas por la anestesia que le inyectaban de vez en cuando, pero no alcanzó a oírlas. Cruzando el camino que tanto había hecho las últimas semanas, se encontró saliendo del hospital, no sin antes darles las buenas noches al personal sanitario que por allí merodeaba.
La salida que daba al aparcamiento lo recibió con el frío de la noche, pero Osamu estaba acalorado. No sabía cuándo había sido la última vez que se cambió de camiseta y pantalones. Sacando un encendedor del bolsillo, se dio el lujo de encender un cigarrillo. A Rin no le gustaba ese vicio que paulatinamente consumía sus pulmones, pero no iba a privarlo de aquel momento de relajación.
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9 Citas [SakuAtsu]
RandomA pesar de las quejas, Sakusa Kiyoomi aparcó en el descampado. A pesar de las quejas, Sakusa Kiyoomi se desabrochó el cinturón de seguridad. A pesar de las quejas, Sakusa Kiyoomi besaba con fervor a Atsumu Miya. Y, a pesar de todo, Sakusa Kiyoomi am...