Será

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Fresca mañana, de domingo, el cielo se hallaba, como de costumbre, nublado. Aquel brillo, esa luz o presencia; que anunciaba que un nuevo día había llegado, brilló por su ausencia. El amanecer, hace ya una buena temporada que, no se daba el lujo de aparecer. Otra mañana de domingo, ah... la misa dominical; estaba como siempre la iglesia atestada de todos sus fieles devotos, esos, buenos cristianos, oyendo atentamente la oratoria del Padre y dejando sus ofrendas; buscando perdón. Una vez culminada la Santa y Glorificante misa, salen, estos buenos ciudadanos, limpios de pecados, esperando al próximo domingo, para purgarse otra vez.

En la salida se hallaban, en los rosales que estaban al borde de las escaleras, sentadas en los bancos, protegidas por el árbol de Jazmín que les brindaba una sombra que las cubría de la luz tenue que lograba atravesar aquellas nubes sinuosas; dos, respetables señoras.

- Ves, te lo dije, él no asiste a las misas- dice una buena dama ya entrada en edad. Alta, delgada con un leve aire de superioridad.

- No quería creerlo Mirna- responde, de lo más exaltada, una solterona de esas que han de ser tan puras como el oxígeno que respiramos, baja, rechoncha con sus mejillas coloradas- ese hombre debería de permanecer en las misas, alejarse de ese lugar tan espantoso. ¿Cómo se permite sea él quien haga los hoyos?

- Oh señorita Clara, ese nunca asiste a las misas- se acercó una joven, se levantaron, la esperaban, y comenzaron a caminar- Ese no es un buen cristiano- sigue Mirna, sacando su mejor tallé, por alguna razón- además, no sale de ese lugar tan horrible.

- ¿Hablan de "ese"? - empieza la joven, aprendiz de las buenas costumbres- unos cuentan que le gusta estar allí, que incluso habla solo- las mira con asombro- quizás... habla con los muertos.

Un caballero, que oía la conversación se terminó de acercar. De buen aspecto, reluciente, un buen ciudadano. Entró en la conversación.

- Vamos muchacha, no crea en esas tonterías que la gente dice para tener de qué hablar.

- Disculpe usted Sr. Torres- le dice la joven- pero no son tonterías, él hace algo en ese lugar.

- Ana muchacha, desde luego que hace algo- argumenta, con una sonrisa, su sombrero levemente inclinado, el Sr. Torres- aquello que ninguno de nosotros haría. No me imagino tener que estar en el cementerio todo el tiempo.

- No lo crea usted así Sr. Torres- sigue Ana- él sabe cuándo morirá alguien, sino, ¿De qué otro modo siempre tiene un hoyo listo cuando alguien muere?

- Bueno, alguien le debe decir, ¿no?

- Sr. Torres, con las medidas exactas? ¿Con antelación de días incluso? No, ese hombre algo tiene- ataja Clara- desde que el anterior sepulturero enloqueció, nadie va al cementerio más de lo necesario.

- Si así lo creen- con un suspiro- sea pues, me rindo.

Luz Vaga: Jack Spear, el cavador de tumbasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora