Epílogo- Siempre estaré ahí

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Cinco años después…


Llevo al menos una hora frente a la puerta de su casa, ya me sé de memoria toda la fachada. El césped bien cortado, las flores esparcidas de esquina a esquina y ese blanco impoluto que denota cada pared vista desde mi perspectiva.

No sé ni siquiera porque hago esto, tal vez alguna parte en lo profundo de mi quiere creer que ellos al ver las cosas que tengo de ella cambien de opinión sobre lo que años atrás hicieron.

Tomo dos bocanadas de aire y más que tranquilidad, siento el olor a ciudad muy poco característico de donde siempre he vivido.

—Papi, ¿Cuándo piensas entrar? —me cuestiona con voz cansina una pequeña vocecita perteneciente a mi hija Lila.

—Nena, de verdad que me fascinaría tener el valor de entrar, pero tengo pánico —le explico como todo un estúpido y ella se ríe con la misma risa cantarina heredada de su madre.

—Pues… —empieza hablar colocándose la manito en la barbilla de forma pensativa—. Espera aquí un segundo, yo me encargo.

Frunzo el ceño sin entender a lo que se refiere, pero al verla caminar muy decididamente hacia la puerta corro detrás de ella para evitar un desastre. Sin embargo ya es tarde, su manito derecha intenta alcanzar el timbre y lo logra con éxito haciendo que la melodía de un ring se escuche hasta en el jardín.

—Lila —digo su nombre en un tono claro de regañina.

—¿Qué hice? —Pregunta inocentemente alzando sus hombros cubiertos por una chaqueta de jean—. Tú pensabas quedarte parado ahí todo el día.

Entrecierro los ojos acusándola, pero orgulloso por la forma en la que logra ser incluso más valiente que yo, su padre. Nos quedamos esperando una eternidad a mi parecer, pero con el apoyo de mi pequeña a un lado supe esperar con calma.

La puerta doble ornamentada con el material más caro rechina un poco dando paso a una cara poco conocida.

—Buenos días, ¿En qué le puedo servir? —me pregunta la señora amablemente. Un minuto posa sus ojos en Lila que se apretuja uno de sus rulos castaño claro en el dedo índice como si la sola presencia de la señora le pareciera intimidante.

—Buenas, ¿Sería posible hablar con el padre de Azul? —le ruego prácticamente.

Ya no es tan difícil decir su nombre en voz alta, cada vez que lo hago la siento cerca de alguna extraña manera, pero para la señora que me es totalmente desconocida le causa una reacción diferente. Su rostro se descompone por completo logrando que Lila —que está a un lado mío— se oculte detrás de mis rodillas abrazándome temerosa.  

—¿Azul?, ¿Mi niña está bien? —Me pregunta con el alma entre las manos. 

Trago saliva un poco preocupado por el color que toma la conversación.

Si de algo no me gusta hablar frente a mi hija tan libremente es sobre la muerte de su mamá. Ella sabe que lamentablemente no va a estar con nosotros más nunca, pero aún no está del todo preparada para entender la magnitud de su extraña enfermedad.

—Pues, tal vez para otros suene a locura, pero yo sé que donde sea que se encuentre está feliz y tranquila —le digo haciéndole un ademán de manos para que comprenda que no son temas que se hablan así tan deliberadamente.

—¿El señor Toledo, está? No tengo mucho tiempo en realidad.

—¿Hablas del abuelo? —Murmura la pequeñaja de mi Lila asomándose un poco.

Sus mofletes rosados me brindan una sonrisa dulce. Ella sabe de sus abuelos también, claro que solo las cosas “buenas”.

—Sí, nena. Hablo del abuelo. Oye, ¿Por qué no esperas sentada ahí? —Le señalo uno de los bancos de madera colocados estratégicamente en la vereda de la casa. Ella asiente con educación y corre saltarina hasta sentarse delicadamente sin manchar la falda de su vestido.

Sonrío más calmado y vuelvo mi atención a la señora.

—Es idéntica a Azul, solo le falta el color del cabello —comenta risueña y con nostalgia. Asiento diligentemente.
Esta visita me está costando más recuerdos de los que pensaba en un inicio.

—¿Sería tan amable de entregarle esto a ellos? —Le explico refiriéndome a los señores de la casa, los padres de mi esposa—. Tal vez ni siquiera lo abran, pero es importante para mí.

—También era importante para ella.

—Exacto. Me gustaría poder consolarla, pero lo único que le puedo decir es que ella fue feliz. Me lo dijo antes de morir —murmuro con el corazón palpitando a mil por hora.

—Claro que sí, muchacho. Ellos lo recibirán, tranquilo —me dice ella tomando el paquete de mis manos.

Se harán a la idea de lo que puede ser…

Le agradezco en silencio y con la mano llamo a Lila para irnos lo más pronto posible.

—Papi —me llama colgada como monito de mis hombros.

—Dime, mocosa —la animo a hablar echándole broma.

—¿Por qué escribiste un libro de mami?
Sonrío divertido, más por la respuesta en mi mente que por su pregunta tan curiosa. Cruzo la calle para ir a la parada de autobuses que nos llevará al hotel donde nos hospedamos y respondo a su interrogante.

—Pues, señorita. Eso es algo que no te puedo contestar ahorita.

—¡Papa! —Replica muy graciosa.

—¡No, estoy hablando en serio! —le comento muy elocuente. Lila puede ser de las niñas muy avispadas para su edad—. Sólo te puedo decir que mami se merece no solo un libro sino trillones de ejemplares. 

—¿Entonces tú le dedicaste trillones de ejemplares? —Insiste colocando su cabecita encima de la mía como abrazándose más a mí.

—Cada ejemplar es en nombre de nuestro amor, pequeña. Espero algún día puedas amar a alguien como mami y yo nos amamos.

Y es totalmente cierto. Espero algún día saber de mi hija dichosa del amor completo de un hombre, que esa persona la proteja como sé que su mamá lo hace desde el cielo, que la cuide tanto como yo en la Tierra.

—Te quiero, papi —me dice soltando un besito en mi frente.

—Y yo a ti, mi pequeña Lila.

AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora