Aprendiendo a decir adiós

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Cada año tiene una lección, un recuerdo, o una persona. Y éste fueron los tres.

Nunca debí inventarme un mundo con él. Aún hay canciones que me susurran: «¿lo ves?, aún no lo olvidas». ¿Cómo olvidarme de él tan fácil?, si con él me olvidaba de todo.
Intento recordarlo y no derrumbarme. Lucho por no extrañarle. Cuando lo mencionan, al principio me quedé en blanco. No sabía qué decir, no sabía cómo actuar, no sabía qué pensar. Ahora me limito a hacer una mueca de disgusto, pero me compongo al instante, con la excusa típica de celos de más, discusiones interminables o simplemente que ninguno de los dos estaba a gusto. Lo más difícil, (y al mismo tiempo lo que más duele), es fingir que no me importa. Me miro en mi habitación frente al espejo, casi al borde de las lágrimas, pero reconfortándome pensando que todo pasa por una razón, que vendrá algo mejor. Ésto debía pasar, sabía que pasaría. Tenía en mente que en muchas ocasiones llegarían situaciones en las que aprendería a ser fuerte, pero no creí que ésta fuera una de tantas que se aproximan. Tal vez no te olvide jamás, quizá sólo aprenda a vivir sin ti. Dicen que el amor no se olvida, sólo se supera, y puede que tengan razón. En las primeras semanas todas las noches abría la ventana y miraba al cielo; siempre viendo la misma estrella, y hasta entonces me permitía no ser fuerte y llorar, llorar y gritar apretando mi almohada hasta quedarme dormida.  Sólo una vez lloré frente a mi madre, a duras penas logrando decir: -yo sí lo quería -, dije sollozando. -Lo sé. Como desearía poderte evitarte éste dolor, mi cielo, pero es parte de la vida. ¿Cómo conocerías la felicidad si no experimentas la tristeza? -. A veces el dolor es el único recuerdo de alguien, y en ocasiones, el dolor es lo único que te recuerda que estás vivo.

Nada es por siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora