Señor de la Oscuridad

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La pequeña niña miró las tumbas frente a ella, acarició las frías lápidas y permitió entonces que la tristeza se apoderase de su corazón. Su hermano mayor no pronunció ni una sola palabra pues, a diferencia de la pequeña molestia a su lado no sufría. ¿Y por qué hacerlo? No había ni una pizca de cariño por los difuntos.

—¿Crees que, en dónde estén nuestros abuelos, es un lugar mejor? —preguntó la niña. Su hermano rodó los ojos, resopló y le fulminó con la mirada.
—Deben estar sufriendo mucho, sus almas torturadas en el Abismo. Es más… ya puedo imaginar sus gritos de agonía y deleitarme con ello.

La pequeña se alzó del asfalto dirigiendo su total atención al mayor.

—¿Por qué dices esas cosas? Tus bromas no son graciosas —afirmó la pequeña con enojo. Las lágrimas cayendo con libertad por su rostro; alimentando sin saberlo al monstruo a su lado.

El hermano mayor comenzó a reír a carcajadas; este instante resultaba el momento justo para revelar la verdad. Mostraría, quien reemplazó a su hermano durante todo el año. Destruiría el amor fraternal para convertirlo en un exquisito odio.

—Has sido engañada “hermanita" —reveló con burla —Llevas una venda en los ojos que ni siquiera nuestros “abuelos” fueron capaces de retirarse. No hasta su patética muerte —sus ojos cafés destellaron por un momento a un tono rosa. La pequeña pestañeó.

—¿A qué te refieres? ¿De qué estás hablando Jackie? —preguntó sin comprender lo que pasaba; pobre ilusa.

Los cabellos castaños claros del joven se tornaron en un tono negro azabache, los ojos finalmente tomaron el tono rosa inhumano. Las sombras nocturnas se volvieron parte de su cuerpo; ensombreciendo la amable sonrisa de quien fuese el hermano de la chica.

Eso ante ella se fusionó con la oscuridad nocturna y su voz se escuchó en todas partes. Las lágrimas seguían deslizándose por las mejillas de la chica, le costó moverse o emitir un sonido. Y en cuanto lo logró decidió correr, sin importar nada más que alejarse de esa cosa que la atormentaba.

Las desbordadas emociones iban hacia la oscuridad, trayendo la tan ansiada energía, cual colores que solo la pesadilla era capaz mirar. Los peores temores de la chiquilla teniendo lugar, sus sentidos dominados por lo que solo ella admiraba a su alrededor.

Entonces todo ese horror se detuvo. Ella abandonó el cementerio, quedando a las puertas del mismo.
—¿Qué era esa cosa? —preguntó sin aliento.

La oscuridad que dominaba el cementerio se congregó ante sí, tomando la forma de su hermano, la rodeó con sus brazos.

—Soy una pesadilla, un pecador —susurró unas palabras en un idioma raro —Incluso peor… me he convertido en un Señor de la Oscuridad.

Acarició la frente de su víctima y la abandonó allí; sin recuerdos.

Relato perteneciente a la saga Manet

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