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Con su mirada oscura, aparente desinteresada y sin vida, se fija en la figura a unos cuantos pasos de él. Sanzu traga sus pastillas sin agua, consumirlas tan a menudo le han preparado para poder tragarlas sin ningún tipo de dificultad. El chico tiene una sonrisa plasmada en su rostro mientras sus ojos brillan observando el desastre de cuerpos y sangre que se presentan como una ofrenda a su persona. Como un regalo de un súbdito a su rey; los cuartos alineados de forma perfecta a sus pies, los traidores muertos a causa de ser descubiertos por su siervo más leal, Haruchiyo.
El de cabellos rosados intercala sus ojos entre los traidores a él, como si fuera un cachorra esperando un elogio luego de traer la pelota a su amo. La simple comparación provoca cosquilleos. Aparta sus ojos del chico para cambiar en dirección a sus ejecutivos; Ran, Rindo, Kakucho y Kokonoi tienen sus ojos puestos en Sanzu. Puede notar un brillo inusual y peligroso grabados en las pupilas de sus hombres. Inclina su cabeza hacia un lado con interés, empuja al fondo de su memoria la idea que atraviesa su mente con la implicancia de esas miradas cargadas de deseo, cuando ve llegar al hermano mayor de Sanzu, Takeomi.
—Ya hemos arreglado el papeleo y como vez, Sanzu se encargo del resto.
El adulto mayor a ellos explica dando una calada al cigarro entre sus dedos. Por su parte solo asiente.
—Entonces nos retiramos. —Anuncia y sus contrarios comienzan a caminar hacia la salida.
—¿Qué hacemos con esto, jefe? Yo podría deshacerme...
—No —Dice firme, sus ojos chocando con los de Sanzu. —Tu vienes conmigo, debemos discutir algo.
Haruchiyo se muestra miedoso ante sus palabras, tratando de recordar el haber hecho algo que causará molestia en su líder.
—Mochi dile a unos de tus hombres que se encargan de limpiar. —Su ejecutivo asiente ya sacando su móvil para hacer la llamada. —El resto nos vamos.
Sin más y con Sanzu a su lado se dirige a la camioneta que los espera afuera. El resto de sus ejecutivos le siguen el paso de cerca, listos para volver a descansar sin tener una mínima idea de la bomba que está por caerles cuando lleguen al penthouse, por parte de su querido jefe.
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