Mortis Causa

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Solo existe un momento dónde la vida se hace realmente presente y es cuando la muerte acecha de cerca. Esa noche lo supe muy bien.
Toda mi vida la pasé bajo el protector abrazo de la sombra de mi familia, o bajo las alas de mis logros, bajo la vigilancia de mi empleo. Siempre huyendo de la muerte, temiéndola, siempre continuando el mismo ritmo, la misma rutina, siguiendo el mismo trazo que marcaban otros.
Nunca me rompí un solo hueso, los accidentes que alguna vez tuve, no pasaban de pequeños encuentros casuales inevitables con el destino. Pero esa noche pasó lo que tanto temí por tanto tiempo.
Caí en la mira de algún asesino sin escrúpulos, tal vez solo era la primera víctima de una línea de sucesos en masa que ocurrirían pronto, o solo un juguete casual para saciar su sed de sangre. Pensar en que podía ser alguien cercano a mi o con algún motivo de venganza me pareció absurdo.
Estuve corriendo por bastante tiempo, sintiendo los cortes en mi mejilla y brazos arder ante el azote del aire.
Tomé un giro equivocado, a un callejón sin salida, oscuro y vacío.
Esa sería mi tumba. Un hueco frío como la vida de rutina que tuve. Un lugar oscuro como mi gris pasado sinsentido. Vacío como mi propia alma.
Detrás de mi venía. Ya con el cuchillo en mano. Avanzaba con calma. Sabía que no tenía escapatoria. No tenía que apresurarse.
Y no lo hizo. Se tomó el tiempo de inmovilizarme para comenzar a darme de cuchillazos. Mis brazos, mis piernas, mía hombros, mi abdomen. Todo mientras él reía con una euforia que pocos podían llegar a experimentar y, por lo tanto, pocos comprenderían.
Yo comencé a entenderle.
Mi vida no fue como tal hasta que la muerte estuvo sentada en mi pecho, observando como un cuervo hambriento, esperando el momento para alzar vuelo con mi alma entre sus fauces. Con el alma que tuvo una vida vacía lejos de su mirada atenta.
Indudablemente, la vida no permite rutina. Es cuando tantos sucesos extraños se encuentran y se entrelazan para formar un camino, espinoso y angosto, pero lleno de color. Lo sé. Porque solo cuando mi cuerpo ardió con cada herida ví el color azul del cielo que por años me pareció gris. Incluso los edificios de cemento parecieron brillar azulados ante el roce con la luz de la luna. Incluso las estrellas que nunca tuve la oportunidad de ver sin un telescopio, aparecieron brillantes y vivas, como riendo ante mi ignorancia.
Si. Sin duda no hubo momento donde me sentí parte de la vida, excepto cuando la vida comenzó a escaparse de mí.

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