Capítulo 2

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Era de madrugada. Las siempre pobladas calles se encontraban solitarias a excepción de algunos borrachos que estaban tirados en las esquinas o personas sin hogar. Todo estaba sumamente silencioso, pero en ese sepulcral silencio resonaban los pasos de una persona.

Aquel sonido que sus pasos hacían. Pertenecía a un hombre que cargaba a una chica en sus brazos. Él hombre iba caminando con apuro puesto que el frío que estaba haciendo comenzaba a molestarle. Se podía escuchar como resoplaba con molestia y miraba con enojo a aquella hermosa chica. Su mente aún no era capaz de encontrar el significado del porqué sintió la necesidad de salvarla.

Acelerando aún más el paso. Comenzó a entrar en diferentes callejones que a las personas normales ni se les pasaría por la mente el adentrarse a aquel lugar. Eran oscuros y tenían aspecto tétrico. Seguía caminando hasta que llegó a su destino, aunque tardó un poco en llegar puesto que algunas borrachos en el camino se le atravesaron, pero nada que mencionar su nombre no arreglara.

Al llegar visualizo una enorme casa con aspecto abandonado, era una casa con tonalidades oscuras. Él hombre suspiró mientras sujetaba mejor a la chica. Sin dificultad alguna logró abrir la puerta y se adentró a la gran y cálida casa pues la calefacción le dio la bienvenida, haciendo que su cuerpo se destensara un poco.

Con poca delicadeza dejó a la chica en el sofá y procedió a quitarse la gran chaqueta, guantes y zapatos los cuales fueron remplazados por unas cálidas pantuflas. Una vez estuvo listo se acercó a la fémina pero unos pasos lo distrajeron. Subió la mirada y visualizó a su mano derecha quien se llamaba Sanzu.

— Mikey volvis... — el hombre cortó abruptamente sus palabras y lo miró con extrañeza pues vio que cargaba con el cuerpo de una chica — ¿No esta muerta verdad? — preguntó con una burlesca sonrisa.

Mikey con hastío, lo miró con aburrimiento y sin hacerle caso alguno. Tomó en brazos nuevamente a la fémina y pasó de largo ignorando la pregunta del pelirosa. Sanzu solo lo quedó mirando mientras veía que iba rumbo a su habitación.

Por alguna extraña razón el peliblanco no quería separarse de la chica. Con pesadez se dirigió a una habitación vacía, pero antes de entrar en ella, su dirección cambió hacía su habitación personal. Dormiría con ella. Mikey se adentró a la oscura y gran habitación y dejó a la chica en la gran cama. Con pereza comenzó a cambiarse por un jogger gris y una camisa manga larga puesto que aún no se le pasaba el frío, todo su cuerpo aclamaba por algo de calor.

Una vez listo acomodo a la fémina en la cama mientras la admiraba. La luz de la hermosa y pura luna se filtraba por el ventanal dándole un poco de visibilidad para poder visualizar las facciones del rostro de la chica, y sin darse cuenta comenzó a acariciarle el rostro y a detallar sus facciones.

Aunque había un pequeño problema en ese hermoso rostro y eran sus golpes, aquellos golpes que adornaban su tierno rostro. Un sentimiento desagradable se hizo presente en el pecho del peliblanco. Cada vez que veía los golpes en la cara un sentimiento de enojo crecía, esos golpes que arruinaban su delicado rostro. Puesto que esos golpes comenzaban a tomar tonalidades violáceas y amarillentas.

Sin tener sueño y como habitualmente lo era pues sufría de insomnio. En su aburrimiento se quedó un gran rato admirando como la respiración de ella subía y bajaba pacíficamente. Justamente cuando el peliblanco comenzaba a cerrar los ojos, notó como la fémina se le aceleraba la respiración y comenzó a quejarse. Se quedó mirándola como si un tercer ojo le hubiera salido. Sin saber que hacer, se levantó y acercó a ella, realmente no sabía que hacer ante una persona que estaba sufriendo lo que parecía ser una pesadilla.

— Por favor para... lo siento. Todo es mi culpa —murmuraba con dolor — no me pegues, te lo ruego.

Mikey se quedó viéndola fijamente y por instinto comenzó acariciarle el cabello, recordando cómo hace años atrás alguien lo hacía por él. La acercó a su pecho y comenzó hacerle leves caricias en la espalda, tratando de calmarla, era lo único en lo que su cerebro pensó. Siguió con las caricias hasta que notó que ella poco a poco se iba calmando.

La Reina de BontenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora