Llegaste y lo pusiste todo patas arriba.
Desmontaste mi mundo, mis creencias, hiciste que diera giros y más giros, y de golpe de fuiste.
Y me dejaste sola, confundida, perdida en mi propio cuerpo y en mi propia cabeza.
Me dejaste preguntándole al espejo dónde estaba el problema, preguntándole dónde se habían escondido tus besos.
Y el espejo se quedaba mirándome, con carita de pena, preguntándose dónde estaba mi sonrisa.
Y las sábanas me preguntaron cuándo se iría de ellas tu ausencia, cuando volvería tu olor.
Y yo, sin respuesta, decidí tumbarme a esperarte a dormir, porque si no cuento tus lunares antes... No consigo soñarte.