13. Techo

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Para muchos la soledad era el enemigo, un estado en el que reinaba la tristeza y el deseo por rodearse de gente. Pero para Anne no era así.

Desde que se había separado de su escuadrón de brujos pasaba todos los días sola, y contrario a todo lo previsto, era feliz. Nunca se había sentido tan libre en toda su vida; aprovechaba la luz del sol para buscar alimento, dedicaba las tardes a sus hobbies, y al caer la noche se ponía a ver las estrellas.

Iba a los techos para detallarlas mejor, sobre todo porque le gustaba pintar el paisaje al día siguiente. Siempre era lo mismo. Se acostaba en la noche a memorizarse el firmamento nocturno, y en la tarde siguiente trataba de representarlo genuinamente con sus materiales de pintura.

Conseguir ese tipo de cosas era difícil, pues el planeta estaba casi todo destruido debido a la guerra mágico-humana. Sin embargo, Anne había tenido la dicha de toparse con una ciudad en abandono reciente. La naturaleza aún no había reclamado los edificios y todavía quedaba comida en las casas y supermercados, así que Anne aprovechaba lo que fuera comestible para sobrevivir, y claro, de ahí también había repuesto sus materiales de pintura.

Era un lindo sitio...

Sólo ella y su soledad.

No obstante, una noche mientras miraba las estrellas le pareció percibir movimiento por el rabillo del ojo. De inmediato se enderezó para analizar las cercanías, entrecerrando sus ojos grises para distinguir hasta la más mínima cosa. Entonces lo vio.

Una silueta oscura se abría paso por los edificios saltando de techo en techo, y su velocidad era tanta, que en pocos segundos fue imposible de distinguir para Anne. Pero la chica no iba a rendirse, así que usó su magia para iluminar la dirección que recordaba había tomado la silueta, y una vez lo hizo la figura salió del anonimato.

Estaba lejos, pero Anne pudo ver que parecía ser un chico de capa negra que debido al asombro de la luz acababa de detenerse. A varios metros de distancia, él le regresó la mirada y se puso a hacer ademanes presurosos, como si quisiera alertarle de algo.

A Anne no le agradaba la idea de hablarle a un desconocido, no con los riesgos que conllevaba, pero como los movimientos del muchacho eran cada vez más frenéticos se vio en la obligación de levantarse y hablar.

—¡¿Qué quieres?! —gritó, esperando que sus palabras le llegasen—. ¡¿Qué pasa contigo?!

Él no dijo nada, sólo apresuró el ritmo de sus ademanes hasta dar la ilusión de que interpretaba un baile errático.

Un momento.

Ese baile...

Anne lo reconocía. Era un código entre seres mágicos, y sólo significaba una cosa.

«Humanos.»

Esa noche el techo dejó de ser un sitio para mirar estrellas.

Esa noche el techo dejó de ser un sitio para mirar estrellas

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Sorry porque este también está feo

Inktober 2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora