Chocolate amargo con chispas de vainilla

•• CAPÍTULO III ••

Apenas suena el timbre de salida Jaime corre hacia la entrada principal como si su vida dependiera de ello. Diez minutos antes le ha mandado un mensaje de texto a su padre diciéndole que se quedará en la Facultad una hora más para recopilar una información que necesita para una tarea del viernes.

Es la primera vez que le miente.

También es la primera vez que se arrepiente de “hacer lo correcto”.

Se siente mal por haber metido en un aprieto a la chica bonita de piel canela y no sabe muy bien si su disculpa surtirá efecto. A juzgar por el carácter de ella, la palabra conflicto se queda corta a su lado.

Emilia baja los escalones de la entrada principal con una parsimonia que no la caracteriza. La profesora le ha quitado los cucuruchos restantes que llevaba en la mochila y ella sabe cuánto trabajo acaba de incorporarle a la de por sí ya bastante agotadora jornada de su padre. Se mordisquea el grueso labio inferior, barajando en su mente la mejor manera posible de contarle a su papá la noticia, cuando la voz de un chico la interrumpe.

—Te invito un helado—Jaime se esfuerza por darle su mejor sonrisa, a lo que ella responde achicando los ojos y mirándole como si se hubiera vuelto loco. Reanuda el paso y lo acelera, ignorando al chico y a sus extraños cambios de personalidad.

—¡Espera!

—A ver, Jaime… ¿Te llamas Jaime no?—Lo mira sin esperar una respuesta y continua: —Primero me dices que no puedo vender maní dentro de la escuela, luego que por mi culpa el país está como está, después que si no dejo de vender el dichoso maní se lo vas a decir a la Decana, ¿y ahora me invitas un helado? ¿Tienes trastorno de personalidad múltiple o solo eres así de insoportable por naturaleza?

—Quiero compensarte por hacerte pasar un mal rato—se excusa él.

—Yo no quiero que me “compenses”, niño—admite ella—¡Quiero que me dejes en paz! Ya hiciste suficiente. Ya conseguiste que me quitaran los cucuruchos que tanto te jodían la vida, ¿no? Pues felicidades, acabas de hacer que mi papá tenga que trabajar el triple para poder darme un plato de comida este mes.

Jaime abre los ojos con asombro, deslumbrado ante la sinceridad de Emilia.

De pronto, el esfuerzo que puso la chica en hacerle entender que necesitaba vender maní se le hace tan evidente como el sol que le saca destellos rojizos a su cabello rizado. Un profundo sentimiento de culpa se apodera de él, haciendo que baje el rostro un instante antes de contestarle.

—No sabía que era tan importante para ti—confiesa.

Ella lo mira una vez más. Si no fuera por lo que hizo hasta creería que es lindo, pero le molesta demasiado ver cómo pretende arreglar un daño del que desconoce la magnitud simplemente comprándole un helado.

—No me gusta el helado—miente—Pero si de verdad te sientes mal por lo que hiciste, págame los cucuruchos que perdí.

Segura de que el chico se negará rotundamente, Emilia se prepara para asumir que ha juzgado bien al niño bonito, pero Jaime alza de pronto su rostro y la mira con verdadera consternación.

—No traigo más de veinte pesos encima—confiesa casi en un susurro—, pero te prometo que mañana te traigo el dinero que necesitas.

Sus ojos se encuentran—se cruzan por primera vez de verdad—manteniendo el contacto por más tiempo del necesario, hasta que una sonrisa en el rostro de ella rompe la tensión creada del momento. Sus cuerpos se relajan y la brisa que corre refresca las sonrojadas mejillas de ambos.

Jaime ha roto todos los muros de Emilia con un simple parpadeo.

—Está bien, chico del helado—bromea ella. —El mío tiene que ser de chocolate.

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Estoy bastante segura de que en este capítulo no hay ni una sola palabra que cree confusión, ¿verdad?

Bueno, bueno...¿qué te parece la historia hasta ahora?