No más

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Camina sin miedo, cada paso deja tras de si el repiqueteo del tacón. Mira hacia adelante con la firmeza que nunca ha mostrado hasta hoy. Ya no más, ya no más.

Siempre ha estado a la sombra de sus padres, siempre diciendo que hacer, que pensar. Todo empeoró cuando hace dos años, la noche de su cumpleaños número 14, Sebastián entró en su cuarto durante la noche. Ella no sabía que ocurría, no podía entender porque las manos de su hermano recorrían su cuerpo con urgencia. No era capaz de discernir qué es lo que ocurría en los ojos llenos de lascivia de su protector. Sin saber porque empezó a retorcerse para intentar liberarse del abrazo de su agresor, ahora desconocido para ella. Todo esfuerzo fue imposible. Sebastián siempre fue el más alto y corpulento de la familia y es 6 años mayor que ella. ¿Porqué su protector ahora le hacía esto? Su cabeza daba vueltas, y el dolor de la virginidad arrebatada a la fuerza fue algo lejano, algo a lo que no prestar atención.
Él se fue y la dejó llorando en su cama. Sabía que no gritaría si no quería una reprimenda de sus padres, en casa no se grita o se llora. Al día siguiente ella consideró contarlo todo, pero la mirada amenazante de su hermano la detuvo. Nadie le creería. Decidió callarse el dolor.
Al pasar las semanas su abdomen comenzó a distenderse. No entendía que ocurría. ¿Como una niña a la que nunca se le habló de como venimos al mundo iba a entender que estaba embarazada? Sus padres lo notaron y la golpearon hasta el cansancio intentando sacarle una confesión. Nada. Ella solo les decía que había sido culpa de su hermano.
Ellos no aceptaban que eso fuera posible, él siempre había sido el hijo ejemplar, era más posible que ella mintiera.
Desde el nacimiento del niño ella solo pudo dedicarse a esa pequeña criatura llorona. No tenía vida. Sus días solo eran diferentes cuando su hermano entraba en el cuarto después de que el bebé durmiera, le tapaba la boca y la forzaba nuevamente.

Hoy decidió no aguantar más. Se vistió de domingo, se puso un vestido rojo y unos tacones de aguja. Llevó al niño a la estación de bomberos, esperando que ahí encontrara un mejor destino. Regresó a casa, entró al cuarto del hermano que dormía y con una navaja dibujó una sonrisa en su abdomen.  Sus gritos eran desgarradores, los gritos que ella nunca pudo proferir.

Sus  padres acudieron enseguida y la encontraron cubierta de sangre, que se mimetizaba con el color del vestido. Laura estaba sonriendo con la navaja en la mano. Ella sale caminando firmemente frente al asombro de sus padres. Toma el elevador y sube a la azotea. Ellos llegan enseguida gritándole que se detenga , que enfrente lo que hizo sin saber que cada noche de dolor la llevó hasta esa azotea.
Un alma rota ya está muerta, una caída no hará gran diferencia. Sus tacones la llevan hasta el borde, y cae, libre, vuela por primera vez antes de abrazar el suelo que la llevaría a una vida más allá.

Aviones de papel y otros cuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora