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Apenas crucé la puerta del departamento, me aseguré de que Zarah no estuviera, y me eché a llorar como no lo hacía en mucho tiempo. Me tiré desconsolada en el sillón entre sollozos cargados de dolor. Cada tanto intentaba contener las lágrimas apretando los ojos, pero cada vez que lo hacía, veía la cara de decepción de Damiano y me desarmaba en un nuevo mar de lágrimas.

En cierto momento tomé conciencia de que estaba teniendo un episodio de pánico, no podía respirar. Esto sólo podía ser producto de mi creciente desequilibrio mental. Incapaz de aguantar un segundo más dentro de la casa, me encaminé hacia la puerta sin dejar de llorar y respirar agitadamente. Y todo por un chico. Mi madre no se lo creería si le contara. La semana anterior, no me interesaba en absoluto ningún hombre que no sea Timothée Chalamet, y sin embargo ahora estaba hecha un desastre por un estúpido cantante italiano. Era imposible que ella lo entendiera. Ni siquiera yo lograba hacerlo.

Cuando llegué afuera, el viento helado de la madrugada me acarició las mejillas llenas de gotitas saladas. Agradecí mentalmente que no haya nadie fuera a esta hora. Me abracé las rodillas y realicé los ejercicios de respiración que me había enseñado mi terapeuta en Argentina, hasta que me calmé lo suficiente como para poder respirar mas o menos decente. Entonces me senté en la vereda, que a pesar del calor estaba bastante fresca. Tenía que controlarme, no estaba en condiciones de sufrir una recaída, hacía poco que estaba en el trabajo, no podía empezar a faltar. A demás Donatella probablemente no entendería lo que implica tener depresión y menos los posibles ataques de pánico en horario laboral. Dios, de seguro me veía horrible, con los ojos extremadamente hinchados, al igual que mis labios, las mejillas rojas y el maquillaje corrido...

—Tienes buen aspecto, Marlena — dijo alguien sentándose a mi lado — Tienes suerte de que me gusten las chicas como tú, tal vez si no huiría al verte tirada en plena calle.

Me dediqué a contemplar al individuo que se encontraba a mi lado extendiendo un paquete de pañuelos con una sonrisa amigable. No había lástima en sus ojos, y eso me reconfortó.

— Omar, ¿Qué haces acá? — exclamé sorprendida mientras intentaba secarme las lágrimas con el dorso de la mano.

— Salía de un bar, y me dije, ¿Por qué no sales a rescatar a alguna damisela en apuros? Y mira que casualidad, me encontré a una, en lo que creo puede ser una posible crisis existencial. — me empujó amistosamente el brazo izquierdo. — En fin Marlena, ya que estoy acá, vamos a levantarnos, porque ya hace frío afuera y vamos a entrar a tu casa o ir a la mía si es que no quieres entrar ahí. Pero vamos a tomar un rico café mientras hago que te distraigas de lo que sea que te tenga mal. ¿Qué decís?

— Está bien, subamos. No tengo muchas ganas de caminar por la ciudad con esta cara de sufrimiento — declaré mientras aceptaba su mano para ayudar a levantarme.

Efectivamente Omar hacía los mejores cafés que había probado nunca. Nos dedicamos a ver la película más aburrida del mundo, pero no importaba, porque eso me había dado tiempo a pensar. Estábamos en el sillón, él me tenía abrazada con mi cabeza en el hueco entre su cabeza y su hombro. Estaba acariciando de forma circular mi brazo por debajo de una enorme manta que nos cubría a ambos.

Damiano tenía razón. ¿Qué carajos estaba pasando? Intenté convencerme de que esos sentimientos se me pasarían. No quería arruinar el único grupo de amigos que tenía. Mejor me disculpaba y le explicaba que prefería que seamos amigos.

Maldita sea, me sentía tan a gusto ahí, acurrucada con Omar. Nunca me hubiera imaginado esta escena posible, de hecho si alguien me decía que esto iba a pasar me hubiera reído en su cara. Y sin embargo ahí estaba, a punto de dormirme en los brazos de mi compañero de trabajo, el estereotipo andante, fan de los ruiditos electrónicos. Una pequeña sonrisa se me escapó antes de caer dormida.

— Marlena, niña dormilona — alguien estaba sacudiéndome sutilmente — Despierta pedazo de vaga, ya se me durmió el brazo. Y de hecho sólo nos quedan 45 minutos para tener que estar en la cafetería.

— ¡Mierda! ¡Omaaar, nos dormimos! — me levanté exaltada, fuera de lugar.

— Eso es lo que acabo de decir jajaja — se levantó estirando los brazos — No es que me moleste dormir contigo, pero la próxima vez podríamos hacerlo en una cama, tengo una espalda sensible, sabes?

Le tiré un almohadón en la cara y posteriormente le saqué la lengua.

— Y ahí volvió la Marlena de siempre, muy maduro de tu parte. Voy a usar tu baño. — se fue riendo hacia el pasillo.

Me pregunté cómo es que sabía dónde estaba el baño. Pero antes de poder sacar conclusiones, sonó el timbre, dándome un susto tremendo. Todavía estaba adormilada.

Me acerqué a ver por el agujerito de la puerta y casi se me cae el alma al suelo. Afuera estaba Thomas con aspecto nervioso, demasiado despeinado y los ojos llenos de lágrimas. Abrí la puerta inmediatamente.

— Thomas, pasa. ¿Qué pasó amor? ¿Cómo puedo ayudarte? — no paraba de llorar y verlo tan triste me angustiaba.

— Mis padres se han enterado, me odian Mars. — me contaba trabajo entenderle, puesto que se ahogaba en su propio llanto. Lo llevé hasta el sillón mientras le abrazaba— Me han dicho que no vuelva a casa, que ya no soy parte de su familia.

— Oh Thomas, no sabes cuanto lo siento, cielo. — No podía creer que sus padres le hayan dicho cosas tan horribles. Mi instinto protector con los que quiero, me daba ganas de ir a gritarles a sus padres que eran unos idiotas y que tenían un hijo maravilloso, al cual no merecían. — No puedo imaginar lo mal que te sientes, pero siempre vas a tener lugar acá, conmigo y Zarah. Ahora vamos a lavarte la cara y preparar un café, sí?

— Grazie Marlena, no sabes lo que significa esto para mí. No tenía a dónde ir. Los chicos no saben nada de Lucca y yo, él no está preparado para salir del closet. Entonces no he podido decirle nada a nadie. Por favor guárdame el secreto. — Sus ojos parecían suplicarme confidencialidad. Claro que se la daría.

— Tranquilo, no diré nada. Prometido — Juntamos los meñiques en la promesa de la garrita. Y ese sería el comienzo de mi adorable amistad con Thomas.

— Hey yo también quiero un café. — Omar entró por la puerta de la cocina sin remera.

— ¿Era necesaria tanta exposición? — Expresé en un falso reclamo, claro que en realidad no me molestaba tanto. — Además estamos en medio de algo aquí.

Se quedó mirando a Thomas, apenas percatándose de la situación. Pareció algo perdido por un momento. Pero instantáneamente reaccionó.

— Esta bruta te ha echo llorar, discúlpala. Al parecer por las mañanas es bastante más gruñona y pesada de lo normal. Pero deja que se peine, dale algo de tragar, y ya volverá a ser un dulce caramelito. De esos molestos que se te quedan entre los dientes, pero así es Marlena. ¿Qué podemos hacer? Un gusto, soy Omar. Amigo de esta enana.

— Que no soy enana, mido un metro sesenta

— Un gusto, soy Thomas. También amigo de Mars.

— Thomas, ahora tenemos que irnos al trabajo. Quedate el tiempo que necesites, mi cuarto es el de la derecha, puedes dormir ahí si quieres. Al mediodía vuelvo a casa y traigo algo para que almorcemos juntos y hablemos más tranquilos, te parece?

— Está bien, ¿segura que no molesto?

— Muy segura.

— Ok, sólo intenta no mencionarle nada a Damiano.

— Mmm, no creo que necesites preocuparte por eso. Dudo que Damiano y yo hablemos en la brevedad. Luego te cuento.

— Vamos, ve a cambiarte. Yo me encargo de hacer el desayuno. ¿Te gustan las tostadas con huevo Thomas? — A veces me sorprendía lo amigable que era Omar con las personas.

Espero que hayan disfrutado de este capítulo!

Lost Cause (Damiano David)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora